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“Rabia en el corazón”

Múltiples lecturas

 

Anna Maria Salvetti

 

Una historia de vida marcada por el miedo, la rabia, la frustración, pero también por el éxito, el triunfo y la esperanza de una Colombia mejor, en la que tenemos derecho a vivir, en la que nuestros hijos puedan crecer. Esto es lo que nos cuenta Ingrid Betancourt en su libro “Rabia en el corazón”, publicado originalmente en francés, objeto de duras críticas, incluso de una demanda para que la obra fuera incautada que no prosperó.

En un relato ágil, dinámico, con algunos aciertos aunque sin pretensiones literarias, se nos cuenta el transcurrir de una infancia privilegiada entre Paris y Bogotá; su padres, él ex-ministro de educación y luego diplomático y ella, una ex-reina de belleza- “Mamá Yolanda”- comprometida con la niñez desamparada a través de los Albergues, también censurada en su momento por sus decisiones de vida, atendían con frecuencia a grandes personajes de la cultura, del arte y de la política como Gabriel García Márquez, Pablo Neruda, Fernando Botero, Misael Pastrana Borrero, Virgilio Barco, Miguel Angel Asturias ... Estos encuentros sin duda marcan su personalidad e intereses, e influyen en su elección de carrera: las ciencias políticas, estudios que realiza en Paris. Luego contrae matrimonio con un diplomático francés, el padre de sus dos hijos; y nos cuenta sobre sus prolongadas estadías en las Seychelles, Montreal, Los Angeles.  En fin, una vida tranquila y cómoda, que en el fondo no la satisface. 

Pero no es este idílico paisaje el que ha generado las reacciones más encontradas.  Porque después vinieron las amenazas de muerte, la intimidación, la incertidumbre y la zozobra, y  este relato no se reduce a la narración romántica de una joven mujer que lo tuvo todo y más; es la denuncia abierta y documentada de la olla podrida  y maloliente en la que se cuece nuestra politiquería de todos los días, desde hace ya tantos años, que las últimas generaciones empezamos a perder la cuenta.  Y así, sin falsos patriotismos, sin pelos en la lengua, nos conduce también por los oscuros escenarios del tristemente famoso proceso 8.000, la historia de un presidente que fue siempre inocente, en un país donde cualquier ciudadano es y será de entrada culpable hasta que se demuestre lo contrario; de los horrendos crímenes orquestados desde una supuesta cárcel de alta seguridad y cometidos allí mismo con una sevicia inimaginable; de los inexplicables asesinatos de testigos, procesos ya olvidados bajo una capa de polvo en algún estante; de las conversaciones, pactos, arreglos y toda clase de componendas que son el pan de cada día en una clase política poco seria, poco preparada y menos profesional.

Es una narración reveladora que nos invita a  conocer lo que debieran ser los templos de la ley, la justicia y el orden de nuestro país y que en realidad no son sino el patético andamiaje por el que desfila toda una serie de micos, elefantes, delfines, camaleones, sapos y otras especies, acompañados por magos que sacan, modifican, hacen y deshacen leyes, resoluciones y decretos de un sombrero con forma de hemiciclo; prestidigitadores que extraen contratos y licitaciones de sus mangas, y equilibristas que se mueven en la cuerda floja de la tramposería en un circo por el que nos toca pagar por ver y que nos venden bajo el nombre de  “Democracia”.

Y todo esto, que es solo una parte, da rabia. Y tristeza.

Desde Cali ironizan sobre la “ilustre senadora” diciendo que “quiere encabezar una cruzada de moralización de las costumbres políticas en un país en donde todos somos malos menos ella”.  La han acusado de “apátrida” porque “quiere lavar su nombre a costa de cubrir de lodo el nombre y la dignidad de todos los colombianos”, como si para eso necesitáramos ayuda.  Por otro lado, y como para recordarnos que nadie es profeta en su tierra, en el exterior la consideran “una mujer corajuda que tiene los ovarios bien puestos”. Destacan su carrera política, a la que se lanzó sin ningún apoyo para combatir la corrupción; el hecho de que haya logrado ser elegida como diputada al Parlamento y Senadora contra todo pronóstico y a pesar de todos sus enemigos, y desde allí haya promovido debates sobre proyectos como el de los fusiles Galil, las irregularidades sobre la compra de helicópteros rusos, las negociaciones sobre narcotráfico y guerrilla, el caso Mauss, para mencionar solo algunos.   

Hoy es candidata a la Presidencia de la República.  Paradójicamente su discurso no cuaja; no ha logrado consolidar una imagen que convoque al país. Pero los medios tampoco ayudan. Su nombre se omite sistemáticamente de todas las encuestas de opinión, los analistas políticos la ignoran en sus artículos; no fue invitada a la reunión que sostuvieron otros candidatos con el Rey de España en su última visita al país.  La Juana de Arco colombiana o el Fantasma de la Opera? Cabría preguntarse por qué?   Sus planteamientos no son nada nuevo, pero parece que tuvieron más éxito cuando venían de labios masculinos.  Una cuestión de género?  Algunos se resisten a admitirlo.  Y sin embargo muestra convicción; sus actuaciones, su historia política y personal muestran el grado de su compromiso; no se hacen tantos sacrificios, no se renuncia a una vida de familia normal, no se vive la ausencia de los hijos, no verlos crecer, no se arriesga tanto solo por lograr protagonismo político.  O será simplemente una cuestión de tiempo?  Será que el país no está listo para asumir el reto que propone? Porque tiene un programa claro y preciso, aunque quieran desconocerlo. Será que no estamos preparados para ver nuestro reflejo en el espejo de una realidad rota, de un país que se despierta con la miseria y la muerte arrodillada a sus pies cada mañana, en cada esquina, en cualquier rincón de nuestro territorio? 

Tal vez esto es lo que no le perdonan: el haber tenido el coraje de decir en voz alta un secreto a voces que resuena hasta los oídos de la comunidad internacional y mostrarnos de una vez por todas, desde adentro, el país que todos conocemos y en el que no queremos reconocernos; la historia cotidiana de la corrupción de nuestras instituciones, todas sin excepción. Una corrupción con la que nos hemos acostumbrado a convivir y que alimentamos todos y cada uno de los colombianos, directa o indirectamente; por miedo, por interés o por conveniencia; por desconocimiento; por acción o por omisión. 

Así es ...así nos dé rabia.


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