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LA SALIDA POLÍTICA FRENTE A LA GUERRA INSTITUCIONAL

Luis I. Sandoval M. 

Tenemos la responsabilidad de generar esperanza y ganar confianza en que Colombia puede ser gobernada de otra manera, por otras fuerzas, por otros liderazgos, con otras costumbres, con otra cultura, sólo así volverá a tener vigencia y viabilidad la imprescindible salida política del conflicto colombiano.

El mes de noviembre del año 2000 fue decisivo en el proceso de guerra y paz. En ese momento con la constitución del Frente Común Contra la Violencia, originado en la propuesto de Serpa a Pastrana ante la congelación de los diálogos por parte de las FARC, tomó cuerpo la tesis y la estrategia de institucionalización de la guerra. Señalé en ese momento: “El Acuerdo es una hábil salida, gestada entre Serpa y Pastrana, ante las dificultades y las exigencias de la coyuntura, pero a la vez está expresando la inclinación de la élite política tradicional hacia la opción de darle más fuerza a la acción militar que al diálogo –sin necesariamente interrumpirlo o terminarlo- con miras a “persuadir” a la guerrilla a una negociación real, barata y rápida. Y me atrevo a añadir que este acuerdo es también una seña sobre el carácter que tendrá el próximo gobierno, sea quien sea el que gane la Presidencia entre Serpa, Noemí o Uribe Vélez: será el gobierno encargado de llevar hasta el final la ejecución del Plan Colombia y para ello tendrá que ser más militarista que negociador, hábil en el discurso pero duro en la práctica frente a la insurgencia, el reclamo social y los esfuerzos de renovación de la política. Razón no le falta al Presidente Pastrana cuando afirma:  “Yo llegue con un mandato de paz; el peligro es que mi sucesor llegue con un mandato militarista” (El Espectador, Nov. 17/2000, 2A), escenario probable de futuro que él mismo ha contribuido a crear, precisamente al sustituir el original Plan Marshall por el actual Plan Colombia” .


Uribe no ingresó a ese Frente conformado por actores gastados, no creíbles, pero asumió íntegramente la estrategia allí gestada. Tampoco ingresó a él Luis Eduardo Garzón que ya desde entonces comenzó a perfilarse como vocero supérstite y soporte de opinión de la salida política negociada frente al guerrerismo en ascenso dentro y fuera del Frente Común. Allí escogió Uribe el camino que lo llevó a la victoria. El capitalizó el desgaste de los diálogos en el Caguán frente a las sucesivas crisis del proceso, así volvió a ocurrir en octubre de 2001 y en enero-febrero de 2002. Se equivocan quienes hoy piensan que Uribe ha cambiado de estrategia: que nos prometió guerra triunfante y nos resultó dialogante. No, para nada. Ni los diálogos de bajo perfil para la rendición del ELN, ni los eventuales diálogos con las FARC sin cese de hostilidades para el intercambio humanitario y mucho menos los diálogos con las AUC para legitimarlas e integrarlas significan abandono o debilitamiento de la estrategia de guerra. Estos movimientos, por el contrario, son parte del acomodamiento para darle visos de legitimidad a lo que es decisión de fondo: escalar la guerra hasta doblegar a la guerrilla, la vía y el escenario del diálogo deben seguir abiertos como un expediente de la rendición que se espera después de la derrota.     


Estamos en pleno despliegue de la institucionalización de la guerra con la inspiración, supervisión e intervención de los Estados Unidos, con el apoyo y bendición de algunos prelados de Iglesia, con los tímidos e intrascendentes reparos de la Unión Europea en la que predomina la posición de Aznar y Solana. Hay recursos, hay leyes, hay opinión, hay apoyo internacional a favor de la guerra de Uribe. El referendo-plebiscito pretende ser la consagración definitiva de que el Estado con amplio respaldo de opinión lo dispone todo para ganar la guerra: las finanzas públicas, la gobernabilidad, la justicia, la política social, el aparato público, las costumbres políticas... En la misma dirección se inscriben el discurso sobre derechos humanos, la conmoción interior que se aspira a convertir en Estado de Sitio permanente y también el Plan de Desarrollo 2002 – 2006 “Hacia un Estado Comunitario” cuyas bases ya se han hecho públicas. Pueden llegar a ser piezas garantes de continuidad de la estrategia: un cambio regresivo más radical de la Carta, la constitución en partido político de la nueva derecha y aún el intento de prolongar el mandato de Uribe en la Presidencia.


Hay que ser plenamente conscientes de las dificultades que reviste hoy sostener la  imprescindibilidad de la salida política negociada del conflicto armado interno. Dificultad ideológica: el proyecto de Uribe se vende como parte de la guerra antiterrorista global, como estrategia de seguridad democrática y como construcción de Estado donde no lo había y, en particular, de Estado de carácter social y comunitario. Dificultad política: cuenta con amplio apoyo nacional e internacional, los otros poderes públicos se doblegan o son doblegados, igual ocurre con los gobiernos regionales. Dificultad, también política, originada en la actitud de los movimientos insurgentes que degeneran en acciones desesperadas dando lugar a ser señalados de terroristas; la imagen que proyectan es de radicalidad militarista, inflexibilidad y pobreza de proyecto político. El Presidente Uribe está a la ofensiva con su estrategia de escalada militar y restricción democrática, es evidente que cada día cohesiona más claramente un bloque de derecha, ha logrado captar figuras independientes y pacifistas y practica un estilo realmente notable de proximidad con la ciudadanía a través de los consejos comunales y el manejo de medios. El resultado es un sentimiento general de confianza y de liderazgo como hacía mucho tiempo no lo experimentaba el país alrededor de un Presidente. En este contexto los pacifistas y demócratas somos, a los ojos de muchos, los opositores irracionales a una guerra justa, legítima y necesaria y aún los aliados de la subversión terrorista. 


¿Qué pensar y qué hacer frente a un proyecto hasta ahora en ascenso? Dos breves puntadas al respecto: el proyecto de Uribe tiene su talón de Aquiles en la economía que está siendo estrangulada y no estimulada, en la explosividad social por la acentuación del modelo neoliberal, en la carencia de nervio moral en las élites políticas, en la cortedad de la reforma política a través del referendo-plebiscito, en la precariedad de resultados que será puesta en evidencia más temprano que tarde, lo cual afectará seriamente el respaldo tanto de la opinión nacional como de la comunidad internacional. La fatiga por la guerra y su costo puede volver a traer el péndulo al otro lado. Pero nada ocurrirá por inercia. Sigue existiendo una estructura de oportunidad política que sólo puede ser aprovechada a través de un proyecto político de transformación democrática conciente, estructurado, paciente y metódicamente construido. La paz que queremos los pacifistas, los independientes, los líderes sociales, los defensores de derechos humanos, los autonomistas regionales, las mujeres constituyentes, los académicos demócratas, no puede seguir siendo sólo algarabía callejera, deliberación permanente pero inconducente, sueños de nuevo país y reclamo por la aplicación del derecho internacional humanitario. Es preciso que la paz del país nacional transite a ser un proyecto autónomo de poder y de gobierno. El nuevo papel del movimiento de paz ha de ser el de articulador, constructor de identidad e impulsor de sujeto político democrático. Este tercer polo es necesario y posible. Hay materia prima más que suficiente para construirlo. Tenemos la responsabilidad de generar esperanza y ganar confianza en que Colombia puede ser gobernada de otra manera, por otras fuerzas, por otros liderazgos, con otras costumbres, con otra cultura, sólo así volverá a tener vigencia y viabilidad la imprescindible salida política del conflicto colombiano. Si de verdad queremos la paz, de verdad revolucionemos la política. 

16.12.02. lsandom@hotmail.com
 
 

 
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