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LA PERCEPCIÓN DE LO ILÍCITO EN LA INVESTIGACIÓN SOCIAL

Guillermo Ospina[1]

El concepto de ilícito nos remite a un espacio de relaciones, actividades y comportamientos “no permitidos moral ni legalmente”. La realidad que se define desde la categoría de ilícito, comparte aspectos estéticos, económicos, políticos, sociales y culturales que para el caso colombiano vinculan directamente el tema de las drogas, sociedades rurales, redes de narcotraficantes, guerra de guerrillas y estrategias globales de dominación en medio de relaciones de suma complejidad ética y moral. Como un punto de partida, se considera la necesidad de analizar algunos de los contenidos epistemológicos de lo que es ilícito, teniendo en cuenta la dimensión moral como un aspecto crítico para la investigación social en cuanto a la identificación de escenarios y actores de lo que es ilícito donde se interceptan valoraciones culturales alrededor de referentes morales y políticos: categorías y modelos donde el sujeto “ilícito” constituye una representación social del mal.

En esta ponencia, preparada como un aporte conceptual para la discusión en el Foro “Derechos y penalización de la dosis personal” organizado por el Grupo Cultura y Drogas de la Universidad de Caldas realizado en Manizales en noviembre de 2002, se argumentan algunas reflexiones acumuladas desde la perspectiva del investigador social, cuando en su trabajo de campo se hace necesario considerar modelos morales y patrones de comportamiento donde aparecen constantes las condiciones políticas de lo prohibido (ilícito), que obligan a pensar en el diseño de estrategias de acceso a la información en espacios sociales que hoy son cada vez más sinónimos de conflicto, peligro y miedo.

¿Qué sucede cuando tratamos de hacer investigación en el medio de la ilegalidad, en regiones donde existen campos de cultivos “ilícitos”, donde habitan campesinos “clandestinos” que quieren conservar su anonimato de colonos, en medio del control que ejercen grupos armados asegurando territorios estratégicos por los cuales circulan mercancías ilícitas como drogas y armas, o en ambientes urbanos como las “ollas”, zonas de prostitución y sitios de contrabando? ¿Qué sucede con nuestras teorías y métodos cuando investigamos sociedades cuyos territorios de asentamiento se ven convertidos en espacios de guerra, en escenarios de disputas territoriales y frentes de batalla, cuando existen desplazamientos forzosos, y cuando nuestros informantes en el campo vienen a buscarnos en las ciudades para solicitar refugio luego de huir de sus tierras por el terror a ser asesinados?

A este tipo de situaciones y muchas otras de suma complejidad ética nos enfrentamos cuando decidimos hacer investigación social en medio de tensiones políticas y morales donde no hay reglas claras, donde es necesario convivir y negociar con actores armados para acceder a las áreas de estudio y donde el acceso a la información se encuentra mediado por estructuras de poder en las que el “otro” puede ser considerado como un enemigo y por lo tanto un objetivo militar.

Clifford Geertz[2] sugiere con relación a la crisis de la escritura etnográfica que hoy los antropólogos “No solo se ven confrontados... con sociedades mitad modernas y mitad tradicionales; con situaciones de trabajo de campo de desconcertante complejidad ética; con toda una serie de enfoques contrapuestos de la descripción y el análisis; y con sujetos que pueden hablar y de hecho hablan por sí mismos. Se ven a sí mismo asediados por grandes incertidumbres internas, que llegan incluso a conducirnos a una especie de hipocondría epistemológica...” (80-81). Por otro lado, Januszewski[3], acertadamente plantea que “En cierto momento, si se pretende rendir cuentas de ciertos fenómenos, es necesario primero involucrarse ahí a sí mismo totalmente, es decir físicamente, para poder hacer un esfuerzo real de distanciamiento y análisis. De otra forma se arriesga a ser más que un descriptor teórico y formal” (69).

Sin que sea necesario que Geertz ni Januszawski lo digan, ¿qué podríamos decir con respecto al involucramiento real en contextos ilícitos y de conflicto donde sentimos el peligro por el hecho de ser críticos frente acciones de políticas globales o donde los protagonistas de la escena son actores armados locales o transnacionales? ¿Qué sucede con el conocimiento que se genera a cerca de lo que es la “realidad” en un ambiente de ilícitos y clandestinidad?

El concepto de “ilícito” hace parte de nuestro medio ambiente. Día a día, estamos expuestos a sistemas de información edificados alrededor de lo que es ilícito y de lo que “no es permitido”.  Nos preguntamos entonces hasta donde llegan los límites de lo permitido y lo no permitido en medio del conflicto de una sociedad como la colombiana la cual parece sumirse en un estado de anomia de intereses regionales a nivel del continente. De igual modo vale la pena preguntarse por la legitimidad de quien define el tiempo y el espacio de lo que es ilícito como una materialización de la moral mediada por el poder desde una valoración económica del comportamiento social: estamos hablando de la mercancía humana dentro de los modelos estéticos que definen lo que está bien y lo que está mal con el soporte tecnológico de la guerra y el capital.

Es claro que si la sociedad o todo aquello que representa la ley dentro de una sociedad, se ve obligada a prohibir un comportamiento dado es por que dicho comportamiento tiende a repetirse o a hacerse reiterativo afectando los intereses morales (la tradición) de la sociedad en su conjunto. Pensemos por un momento en los contenidos políticos y epistemológicos de las siguientes categorías: enriquecimiento ilícito, cultivos ilícitos, grupos ilegales, economía ilícita, campamento clandestino, retenes ilegales, laboratorios ilícitos.

¿Cuál es el significado de las palabras crisis y ruptura en un mundo contemporáneo de quebrantamiento y cambios? Toda crisis hace referencia al cambio y la forma como se asumen los contenidos de dichos cambios. Vivimos el momento de proponer la antropología de un mundo en crisis, una antropología del quebrantamiento de los valores, de la crisis en los modelos morales y de la imposición de polaridades entre el bien y el mal tecnocrático de la fuerza. La velocidad del cambio en el mundo se acelera y hace cada vez más complejo, los cambios locales se globalizan justo donde lo ético y lo autónomo se excluyen. Quien no ha sentido en su experiencia personal (autónoma) la llegada y el paso de una crisis, quien no se ha visto afectado por el derrumbamiento de una parte de su vida en un momento del tiempo dado y bajo circunstancias específicas. La confianza depositada en el orden material y tecnológico no ha sido inquebrantable: experimentamos la crisis final de los sujetos y por lo tanto de nosotros mismos.

Hoy, a quien le es lícito hacer promesas como las del desarrollo, la igualdad, la libertad o la neutralidad en el conflicto. El mundo se tambalea, y tanto el mundo social como el personal (individual). Y las palabras que se tornan en actitudes tales como guerra, conflicto, genocidio, masacres, suicidio, enfrentamientos raciales, inmigración ilegal, conflictos religiosos, minorías étnicas, globalización ilegal, etc., nos paralizan ante la incertidumbre que produce el pensar sobre nuestro lugar en el escenario, quien soy yo y que significa la vida. ¿Qué sucede con los cimientos de la “justicia global” cuando Slobodan Milosevic afirma en su defensa que el juicio que adelanta en contra suya la Corte Penal Internacional de la Haya (Holanda) por crímenes de guerra y genocidio es ilegal? La Corte asegura que la afirmación de Milosevic no tiene justificación ni relevancia en el caso, mientras tanto los jueces del Tribunal Internacional se muestran por People and arts buscando de paz e imparcialidad contemplando  las obras de Vermeer colgadas en un museo de Ámsterdam.

Hoy no es posible hacer uso del hermetismo y del cascaron metodológico que proporcionó la ciencia en su recorrido histórico para abordar la realidad. Nos vemos afectados por lo que estudiamos y pese a los intentos por mantener las distancias y conservar los límites, estos se disuelven en la medida que la frontera entre Ego y Otro pierde el sentido espaciotemporal. La nada está cerca. No hay punto de equilibrio y cada vez más el ser social se transmuta en nuevos valores inaprensibles, fugaces, perecederos, deshechables... Los valores son móviles y los sujetos cada vez más dinámicos. Mercancías y valores se entrecruzan y confunden en el mercado. “Quien soy yo? Yo soy aquel que me mira, el que está bajo el mismo fuego cruzado huyendo de las balas y las explosiones, es aquel con quien comparto el espacio tiempo de mi vida y mi muerte”.

Cómo imprimir algo en este entendimiento del instante, entendimiento en parte obtuso, en parte aturdido, en esta permanente capacidad de olvido de tal manera que permanezca presente. “Solo lo que no cesa de doler permanece en la memoria”. Ver sufrir produce bienestar, hacer-sufrir más bienestar todavía, sin crueldad no hay fiesta y también en la pena hay muchos elementos festivos[4].

“SI LA VITAMINA C FUERA ILÍCITA NOS LA INYECTARÍAMOS” (TRAINSPOTTING)

Como sujetos sociales, estamos expuestos a sistemas de información que moldean nuestra percepción de la realidad y nuestra forma de conocer. Estas fuentes de conocimiento y racionalidad se difunden en el ambiente sociocultural del cual hacemos parte como espectadores o participes y nos provee de las categorías y las medidas de valor sobre los cuales construimos modelos epistemológicos para darle sentido a la realidad en un momento dado. Dichos modelos son dinámicos y cambian de acuerdo con la manera como son apropiados en contextos socioculturales específicos. En el campo de las disciplinas sociales y la ciencia, la pregunta de cómo estos sistemas de información determinan nuestra construcción de sujetos de conocimiento, constituye una cuestión problemática para la teoría del conocimiento y la epistemología que puede hacerse evidente en los contenidos políticos y económicos de la investigación científica de las drogas y los ilícitos.

El desarrollo de la química y su continua elaboración de modelos complementarios, buscaba explicar la naturaleza de la materia a partir de las pruebas proporcionadas por tecnologías cada vez más sofisticadas. La experimentación, y los métodos de ensayo y error seguidos en la historia de la química, permitirían plantear una analogía con los cambios que se generan en  los modelos de comportamiento entre grandes densidades de población articuladas a un sistema político-moral global. Estos cambios evidentes podrían hacerse visibles solo para dar un ejemplo, en la forma como se percibe la estructura del átomo antes de Niels Bohr y la manera como se suceden modelos atómicos antes y después de este, teniendo cada modelo un instante de validez aceptada socialmente, o por lo menos, “científicamente”.

En los modelos morales las cosas no cambian demasiado. Lo que hoy se consideran prácticas atroces fueron en el pasado practicas socialmente convenidas y aceptadas dentro de una noción de normalidad; como lo sugiere el Marques de Sade en su filosofía en el tocador, este es un asunto de la posición geográfica, lo que aquí es considerado como algo escandaloso y condenable puede representar una practica aceptada y valiosa en el otro lado del mundo. Para no ir tan lejos, en las mismas ciudades encontramos infinidad de practicas que se contraponen moralmente, la cuestión está según lo pienso, en el sentido que se le da a la noción de lo público y lo privado y cómo particularmente estos espacios de la vida social afectan positiva o negativamente a la “tradición”, es decir, a la moral.

Recientemente, el tema de las “drogas ilícitas” ha despertado el interés agudo de algunos investigadores sociales por el hecho que vincula este tipo de fenómenos con procesos transnacionales, que se suman a la industria generada por los programas globales de intervención político-militar apoyados en los constructores de realidades alternas como los mass media y las economías de papel. Los académicos y científicos sociales consideran que uno de los aspectos más decisivos en procesos de cambio sociocultural están asociados particularmente con comportamientos conflictivos en distintos ordenes de la vida social internacional. Aspectos como la corrupción política, la desarticulación moral de la población, guerra de guerrillas, narcotráfico, representan algunos de los temas más representativos en el medio ambiente generado por las drogas en el país. Cuando intentamos comprender la forma como estos aspectos interactúan entre sí y que efectos traen con sigo en la sociedad total o en fragmentos de esta, nos enfrentamos a problemas de distinta índole en cuanto al acceso a la información y su análisis se refiere. Y sería completamente necesario decirlo: la verdadera razón del conflicto en Colombia no son las drogas sino la soberanía del territorio.

La guerra de guerrillas, que traduce en muchas pequeñas guerras de carácter cada vez más privado dispersas en el territorio colombiano, es definida como una estrategia de subsistencia que utilizan grupos sociales armados en el espacio geopolítico de una nación estado y que al ser considerados como ilegales o al margen de la ley, basan su financiación y reproducción en aspectos como la movilidad sobre un territorio controlado militarmente y actividades como el secuestro, la extorsión y el tráfico de capital ilícito (armas, drogas). Las fuentes de información oficial construyen una versión de la realidad que busca legitimar su labor “legal” frente al problema de las drogas en un contexto global de guerra contra el terrorismo. En el mayor de los casos “las drogas” y sus recientes asociaciones directas con el contexto global de lucha contra el terrorismo, son consideradas como la fuente de todos los “males” por los que atraviesa el país y por ende se presenta a la “erradicación de la base” socioeconómica como la solución. Sin embargo, sería posible cuestionar desde las disciplinas sociales ciertos aspectos estructurales de esta llamada “guerra contra las drogas y el terrorismo”, en el momento que se plantea la polaridad entre producción y consumo como los ejes del problema y se deja de lado la intrincada estructura del “narcotráfico” que vincula las discusiones sobre legitimidad como parte del asunto.

Desde distintas escalas y enfoques la identificación de unidades de análisis plantea la necesidad de localizar contextos socioculturales específicos (y el de las drogas – conflicto podría ser uno de estos) desde los cuales intentemos comprender aspectos locales y globales de un problema complejo. Sería necesario tener una mínima claridad conceptual sobre lo que entendemos por “droga” y en que contexto político, económico, social y cultural localizamos el término. A menudo, hemos dado por sobreentendida su definición con relación al concepto que se emite en ámbitos sociales específicos. Es necesario considerar y aclarar en que nivel de la estructura dinámica que integra el fenómeno de la droga posicionamos nuestra producción de conocimiento y sobre que tipo de relaciones se ubica nuestro campo de observación, así como el tipo de fuentes de información (producción, distribución, mercadeo, consumo) para elaborar una visión integrada del fenómeno en sus distintas escalas y campos de relaciones con el fin de aportar elementos de análisis y debate al problema.

De este modo, considerando que el estudio de las drogas tiene implicaciones del orden  metodológico y conceptual muy específicas mediadas por las esferas políticas y económicas globales, para abordar el problema, sería necesario considerar qué tipo de modelos morales nos permiten indagar acerca del comportamiento e interacción de grupos sociales en escenarios “ilícitos”. Tendría implicaciones distintas si lo que tratamos es de comprender aspectos de la producción y el consumo de drogas donde las relaciones sociales y culturales deben ser consideradas dentro de una metodología que nos permita acceder a la información de primera mano, o en aspectos como el del narcotráfico donde las connotaciones políticas de un mercado suntuoso pueden representar riesgo para quien indaga a cerca de redes poderosas en el marco de la globalización ilegal.

BIENES DE USO Y VALORES DE CAMBIO EN EL MERCADO ILÍCITO GLOBAL

Uno de los campos más prolíficos en los cuales se ha investigado el asunto de las drogas es el económico. Por qué el interés de los académicos por abordar este aspecto? Con relación a la pregunta podríamos sugerir que el aspecto económico representa el núcleo del problema global y que de allí se derivan las demás variables políticas, sociales y culturales que cristalizan en lo local. Este aspecto es uno de los más tangibles en cuanto a cifras se refiere: los volúmenes de producción, su valor, las redes de producción y consumo. A pesar de ello, cómo se relaciona la droga como un bien de uso para el consumidor y como valor de cambio en el contexto del mercado, adquiere connotaciones que los economistas no han tomado en cuenta al enfatizar sus análisis en aspectos completamente instrumentales. A continuación, intento exponer algunas ideas sobre la economía del mercado ilícito en un contexto global.

Las drogas constituyen uno de los temas más acuciantes y recurrentes en lo que a las relaciones económicas entre países productores (subdesarrollados) y consumidores (desarrollados) se refiere. En el marco histórico de la economía global, los países "atrasados" o del "tercer mundo" son proveedores de materias primas para los países industrializados "avanzados" que transforman las mercancías en necesidades que se venden a los primeros con un elevado valor agregado. Esta es la base de las economías dependientes en el mundo contemporáneo y la estrategia más eficaz para mantener redes económicas neocolonialistas. Sin embargo, qué sucede cuando estos países "atrasados" explotan materias primas que ellos mismos convierten en productos con alto valor agregado y que además comercializan (distribuyen) creando una red de intermediarios hasta el consumidor generando grades riquezas privadas. Esto es lo que sucede cuando los países avanzados intentan romper la estructura de este tipo de "empresas" mediante la aplicación de “certificaciones” y la consolidación de políticas de Estado enmarcadas en conceptos morales como lo "lícito" y lo "ilícito".

Podríamos preguntarnos entonces por qué es lo "permitido" y qué es lo "prohibido" en el contexto del mercado y sobre que bases estructurales se construyen estos modelos cognitivos. En el caso de "trata de blancas" por ejemplo, las mujeres son consideradas como bienes de uso en el contexto del mercado ilícito donde representan mercancías administradas por empresarios que venden sus servicios. Cuando esto sucede en los países nativos de las mujeres que se prostituyen, no pasa mayor cosa y pueden llegar a ser consideradas incluso bajo categorías como la de "trabajadoras sexuales", ingresar a los regímenes subsidiados de salud y tener licencias de funcionamiento. Cuando estas mujeres hacen lo mismo como "ilegales" (indocumentados) en países “avanzados” la cuestión cambia ya que se consideran como parte del capital clandestino que se escapa al control del Estado.

El problema entonces comienza cuando estas mujeres "trabajando" ilegalmente obtienen un ingreso más elevado que el de un ciudadano común que trabaja en asuntos lícitos, y además exporta el dinero que gana para su país de origen, donde el capital obtenido ilícitamente comienza a circular en la economía nacional al ser legalizado invirtiéndolo por ejemplo, en la compra de tierras, inmuebles, un taxi, o en negocios variados considerados como lícitos. Aunque este caso no es exclusivo de la trata de blancas sino que se extiende a la mayoría de las actividades de los inmigrantes ilegales en los países "industrializados", nos permite tener un ejemplo sobre el tipo de cosas que preocupan a los gobiernos “desarrollados” con relación a la economía de sus países.

Metodológicamente, qué sucede cuando investigamos a estas mujeres exhibidas como mercancías en vitrinas de cristal de las calles de tolerancia de las grandes ciudades? Cómo contrasta esta percepción de la mercancía humana en las zonas rurales hasta donde llegan prostitutas siguiendo la bonanza de la amapola y la coca tras el dinero en manos de campesinos “enloquecidos” por las grandes sumas obtenidas por la venta de materias primas a los narcotraficantes?

En el caso de las armas, algunos países industrializados (potencias) basan gran parte de su producto interno bruto en la producción de industria militar que les permite sostener una línea de constante de innovación tecnológica en el campo bélico. Paralelo a esto sin embargo, existe un mercado de armas ilícito que provee de arsenales a grupos sociales específicos en regiones diversa de todo el mundo que sostienen confrontaciones bélicas a una escala regional o nacional. En este caso, el mercado lícito de armamento, es llevado a cabo entre Estados legítimos que buscan proveer a su "fuerza pública" legítima de los medios de dominación para mantener el orden social en un territorio. La oferta del mercado ilícito por su parte, hace posible el intercambio de bienes de uso haciendo efectivo su valor de cambio para fines determinados: los traficantes de drogas intercambian su mercancía con los traficantes de armas. Así, los primeros se abastecen de bienes de uso con los cuales hacer efectivo las estrategias ilícitas y sostener los medios de producción; mientras los segundos obtienen mercancías valiosas que pueden negociar en el mercado clandestino global a precios muy elevados. Mediante la venta de su mercancía ilícita, los traficantes ponen a prueba una confrontación política y moral para legitimar su dominio con eficacia práctica en las arenas del capital “base social”.

PLACER: EL VALOR AGREGADO DE LO PROHIBIDO

El mundo de las “drogas” desde una perspectiva moral, está asociado cognitivamente en la sociedad actual con un medio ambiente delincuencial y suburbano donde los consumidores representan un aspecto de “peligro” para la sociedad por la inminencia del “contagio”, un foco de insanidad donde convergen todos los males contra la tradición y los valores de la civilización. Es común la asociación publicitaria de la imagen del “drogadicto” con la del indigente que pisa los bordes del ostracismo y la locura. Esta tendencia fetichista donde se identifica la mercancía como la fuente del mal, convierte al consumidor en objeto y consolida una forma de conocer y clasificar a los miembros de una sociedad según su adscripción a un sistema de normas, valores y objetos de consumo que discrimina unos escenarios mientras privilegia otros.

Mientras el consumo de sustancias “ilícitas” permanezca en un contexto “privado”, podríamos decir que no existe ningún problema de sanidad mental o de salubridad sociocultural. Los peligros que corre el consumidor los hallamos en el espacio que separa su mundo privado (domestico) y el sitio donde se provee (vende) la mercancía: la olla, el hueco. En este intervalo, el sujeto puede ser “atrapado” o “descubierto”, el ser portador del objeto “ilícito” le pone en riesgo, es un sujeto contagioso y que bajo los ojos de la autoridad merece la cuarentena carcelaria o la discriminación social cuasi xenofóbica: el principio del bien y el mal (permito y no permitido) reproduce condiciones de angustia (miedo) así como de deseo que conduce al sujeto a una marcada ambivalencia de los sentimientos que experimenta sobre su objeto de placer y sobre sí mismo.

En su libro Totem y Tabú, Freud desarrolla algunas ideas con relación a la ambivalencia de los sentimientos y el carácter esquizoide del individuo en su vida social. Freud sugiere que en el sujeto existe un profundo sentimiento de odio hacia lo que más ama y de amor hacia lo que teme y por lo tanto aborrece. Amor y odio como sentimientos opuestos convergen en algunas ocasiones sobre un mismo objeto de placer. El significado de Tabú más acertado de acuerdo con Freud nos remite a aquello que “no debe tocarse”, es el temor al contacto con algo debido a la posibilidad de “contagio”. Este temor propio del objeto tabú posee una doble calidad de veneración (sagrado) y execración (impuro).

Existe la ambivalencia con respecto a un acto prohibido. El sujeto “experimenta, de continuo, el deseo de realizar dicho acto, pero le retiene siempre el horror que el mismo le inspira... En su inconsciente, no desearía nada mejor que su violación (la violación de lo prohibido), pero al mismo tiempo, siente temor a ella. Le teme precisamente porque la desean, y el temor es más fuerte que el deseo... En este contexto sicoanalítico queda claro que aquel “que ha infringido un tabú se hace tabú, a su vez, porque posee la facultad peligrosa de incitar a los demás a seguir su ejemplo”. Resulta “contagioso” ya que incita a los demás a la imitación y “debe ser” evitado o eliminado socialmente.

Teniendo en cuenta estos aspectos, podríamos decir junto con la sociología del conocimiento que el “conocimiento” a cerca de una realidad dada no es independiente del contexto social donde se produce; la socialización introduce aspectos estructurales en la noción de relaciones sociales empíricas y en esto también hay muchos elementos contagiosos como las políticas del estilo y el mercado. Las condiciones y las consecuencias socio–estructurales en la comprensión de los grupos sociales relacionados con el fenómeno de las drogas en sociedades complejas entraña dificultades metodológicas extraordinarias para las disciplinas sociales. Por ejemplo: cuantos de nosotros puede dar fiel testimonio resultado de su experiencia en lo relacionado con el consumo definitivo de heroína o crack?, ¿Cuantos hemos vivido en un campo de cultivo donde constantemente se enfrentan fuerzas y poderes autárquicos en disputas territoriales?

¿Qué realidad le hemos adjudicado socialmente al productor, al distribuidor o al consumidor de drogas? El mundo de la droga se identifica con la sección de la realidad que le hemos adjudicado. Las definiciones de “anormalidad” (mal) y “normalidad” (bien) inciden directamente en la conceptualización de la realidad. En los procesos de socialización la identidad constituye un aspecto adjudicado socialmente, es un elemento de exterioridad en la vida social. Así mismo, la identidad subjetiva es real y constituye un aspecto constitutivo del individuo como por ejemplo su conciencia moral. Al nivel de los Estados o de las relaciones entre estos, estas circunstancias otorgan una identidad a escala nacional, el carácter nacional alrededor de aspectos específicos de la vida nacional: Colombia = Narcotraficantes.

Como ha sido planteado por algunos pensadores, la noción de estructura social responde a las elaboraciones y modelos teóricos que los científicos sociales elaboramos a partir de las observaciones de la realidad empírica. Las estructuras basadas en polaridades como las de dolor y placer existen solo en virtud de los modelos y no hay nada en la naturaleza de las cosas que nos indique que esto sea bueno y aquello malo. Lo que observamos en la realidad son relaciones sociales que como los gustos son absolutamente arbitrarias, pero que intentamos organizar dentro de modelos teóricos a manera de guías explicativas o interpretativas de la realidad misma. De acuerdo con este aspecto, considero necesario repensar nuestros puntos de referencia para comprender más allá de una polaridad lo que es ilícito, al ser percibido como uno de los focos principales de conflicto político-moral en la sociedad contemporánea.

Abordar el problema de cómo estamos construyendo sociedad con relación a aspectos concretos como “la droga”, necesita una posición antiesencialista para poder comprender otras variables de la forma en que sociedades como la colombiana se articula a campos sumamente complejos de cambio y ajuste a la globalidad. Desde esta perspectiva global, si tenemos en cuenta el contexto de “guerra contra las drogas”, sus implicaciones morales, el valor agregado de lo prohibido y el tipo de presiones que constituyen para la investigación social la categoría de ilícito, es de suponer entonces las dificultades tangibles cuando buscamos aproximarnos a contextos sociales donde los sujetos viven en un medio ambiente de ilegalidad y ponen en práctica actividades clandestinas como estrategias de subsistencia. Lo que se propone finalmente, es un intento de reflexión propositiva para el tema de las drogas y guerra, partiendo de estas dificultades metodológicas y epistemológicas cuando investigamos en contextos de conflicto y grandes sumas de dinero que sustentan políticas de dominación, donde el miedo y la percepción de lo “no permitido” hacen parte de la construcción del “otro” como sujeto de conocimiento con los que nos definimos también a nosotros mismos.



[1]  Antropólogo, Grupo de Estudios Sociales Comparativos (GESC), Universidad del Cauca, Popayán-Colombia

[2] Geertz, Clifford. (1989). El antropólogo como autor. Ediciones Paidos Ibérica. Barcelona. España.

[3] Januszewsk, Aldona. (1979). Del gesto etnográfico al gesto creador. En: Jaulin, Robert. La des-civilización. Política y práctica del etnocidio. Editorial Nueva Imagen. México.

[4] (Nietzsche, Genealogía de la moral).


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