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EDITORIAL

Economía sumergida: Argentina coquea que da gusto

¿Es posible y viable formalizar y legalizar este atractivo comercio? ¿Y hasta qué punto nuestra ley 1008 vuelve a mostrar que está quedándose rezagada frente a realidades nuevas?

Dentro de la lógica económica y de mercado, un bien vale por sí mismo, por su uso, su oferta y su demanda, y por las facilidades o dificultades para poder adquirirlo. Por cierto, los procesos de comercio son más complejos, y son afectados por los marcos legales o regulatorios que se les apliquen dentro de convenciones que las sociedades establecen según diversos criterios Para sorpresa de muchos, ocurre que la hoja de coca, que en Bolivia tiene dos tipos de producción, la legal o tradicional, y la ilegal o destinada a la fabricación de cocaína, aparece ahora como un renglón de imprevisto valor comercial en tanto bien exportable —a la Argentina, en el caso que nos ocupa—, aunque dentro de una economía sumergida o no formal, lo que de hecho plantea expectativas muy grandes y también dudas.

En efecto, la coca lícita boliviana, producida en Yungas de La Paz, viene siendo consumida cada vez más en el norte argentino, según los informes conocidos e investigaciones realizadas por PULSO y por Silvia Rivera, en una relación inversa, según todo lo indica, con el consumo correspondiente en el propio territorio boliviano, y a la vez bajo formas y modas de un sorprendente refinamiento desconocido aquí. Se trataría, para las provincias norteñas argentinas de Salta, Jujuy, Tucumán y otras, de un hábito que se aleja de los usos populares conocidos desde siempre en las culturas nativas de los Andes, para convertirse en uno más bien cultivado en círculos sociales de clases medias y altas : el "acullico", que pasa de la masticación estéticamente discutible al hábito refinado. Todo esto, desde luego, generando movimiento económico y riqueza.

Ahora bien, si esta es una actividad sumergida o subterránea, y al mismo tiempo lícita en cuanto que nada prohíbe trasladar coca legal a puntos fronterizos, la misma lógica económica antes invocada recomendaría darle formalidad y hacerla más provechosa.

En Argentina, después del restablecimiento de la democracia en los últimos años, la tenencia y el cultivo de coca son legales. No así su comercio. Se hace diferencia allí, al igual que en Bolivia pero no en otros países, entre coca y cocaína; quien "acullica" (aculli o coquea, en el habla argentina acomodada al caso) no es un consumidor de droga, con lo que, y dada la alta capacidad comercial argentina así como su posición muy al día en cuanto a recursos e inventiva publicitarios , el comercio de las hojas de coca se reviste allí de ropajes de lo más variados y curiosos, al igual de lo que ocurre con cualquier otro producto que en una sociedad de consumo se trata de venderlo más y bajo todas las modalidades atractivas posibles.

¿Un nuevo producto de exportación para Bolivia? Podría ser, al fin y al cabo, por qué no.

Dicho comercio, ahora informal, alcanza a un valor de alrededor de 50 millones de dólares al año, comparables con nuestras ventas de gas, hasta hace poco, de 200 millones anuales. De hecho, ahora mismo, las hojas de coca, pese a entrar de contrabando por medio de infaltables cortapisas de corrupción en ambos países, constituyen la principal exportación boliviana a la Argentina. Las cifras disponibles son explícitas: se trata de ventas ascendentes, de 265 toneladas anuales en 1916, a 500 en 1948, y casi 2.000 el año pasado, es decir, una cuarta parte de las 8.000 toneladas yungueñas totales, acogido ese comercio en la así llamada "Ley Snopek", por el apellido de un senador salteño que era coqueador habitual. Y aunque los tres cuartos de esa producción se consumen en Bolivia, su valor, precisamente por carecer del componente agregado que confieren las exportaciones, sólo alcanza a 36 millones de dólares. Obviamente, en este cuadro el mercado argentino es el más atractivo, como resulta evidente cuando el producto multiplica por 6 su precio con tan sólo cruzar la frontera.

Pero, ¿es posible y viable formalizar y legalizar este atractivo comercio? ¿Y hasta qué punto nuestra ley 1008 vuelve a mostrar que está quedándose rezagada frente a realidades nuevas? Es ingenuo pensar en que este tema aparezca incluido en negociaciones comerciales futuras de los gobiernos de los dos países, como es ingenuo creer que la 1008 pueda ser cambiada relativamente pronto, e ingenuo, también, que las corrientes legalizadoras de las drogas se impongan mundialmente a mediano plazo. Pero frente a esa ingenuidad está la otra, la de ignorar realidades y problemas nuevos en la medida en que van produciéndose como efecto natural del curso de las cosas. Y esta última ingenuidad acaba siempre siendo más costosa que cualquier otra...


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