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Bin Laden. El paladín que traicionó

TARIQ ALAS
Il Manifesto


Los responsables de la agresión del 11 de septiembre no eran fanáticos iletrados y barbudos procedentes de las aldeas de Afganistán. Eran profesionales instruidos y sumamente calificados miembros de la clase media. Trece de los diecinueve hombres implicados eran ciudadanos de Arabia Saudí. Sus apellidos son reconocibles. Los tres Alghadi son claramente procedentes de la provincia de Hijaz del Reino Saudí, la zona de las ciudades santas de La Meca y Medina. Mohamed Atta, nacido en Egipto, viajó con un pasaporte saudí. Habrá sido él quien dio la orden o bien no, lo indiscutible es que los más importantes de cuadros de Osama Bin Laden, no sus soldados de infantería, proceden de Egipto o de Arabia Saudí, los dos principales aliados de EE.UU. en la región aparte Israel. En Arabia Saudí, Bin Laden goza de un fuerte apoyo. Es por esto porque lo que hasta ahora el régimen saudí a pesar de su apoyo a EE.UU. "no permite que se usen sus bases."

En tiempos normales del reino Saudí se ocupan poco los medios de comunicación occidentales. Para que la atención se centre sobre el régimen de Riyadh es necesaria la detención de un ciudadano americano o británico, o bien que una enfermera inglesa sea arrojada por una ventana. Se sabe menos todavía sobre la religión del Estado, que no es una versión ordinaria del Islam Sunita o Shiita, más bien una variedad particularmente virulenta y ultra-puritana conocida como como Wahhabismo (Wahhabism).

Ésta es la religión de la familia real saudí, de la burocracia estatal, del  ejército y de la aviación y, naturalmente, de Osama bin Laden, el ciudadano saudí más famoso al mundo, actualmente en Afganistán. Grosso modo, el equivalente de esto en Gran Bretaña sería si la Iglesia de Inglaterra fuera reemplazada por la Iglesia Reformada Unida del Doctor Ian Paisley, la familia real se convirtiera en ardientemente paisleyana y la burocracia de la Administarción y las fuerzas armadas fueran acotadas para los no paisleyanos.

El jeque Mohammed Ibn Abdul Wahhab, inspirador de esta secta, fue un campesino que en el siglo XVIII se cansó de cultivar palmeras y de pastorear el ganado y empezó a predicar localmente la vuelta a la fe ortodoxa del siglo siete. Era contrario a la excesiva veneración al profeta Mahoma, denunció la veneración de los santuarios y los lugares sagrados y sólo hacía hincapié en la "unidad de un solo Dios". De por si fue bastante inocente, pero fueron sus prescripciones sociales las que empezaron a crear problemas en 1740. Insistía sobre el uso del castigo corporal islámico y no sólo, las mujeres adúlteras debían ser lapidadas hasta la muerte, a los ladrones se les aplicaba la amputación y los criminales debían ser ejecutados en público. Cuando empezó a llevar a la práctica lo que predicaba, los líderes religiosos de la región se opusieron y el jefe local de la Uyayna le pidió que se fuera. Wahhab escapó a Deraiya en 1744 y en el mismo año su gobernador se convirtió, Mohammed Ibn Saud. Ibn Saud, el fundador de la dinastía que hoy gobierna Arabia Saudí, utilizó el fervor evangelista para inculcar en las tribus un sentido de disciplina antes de lanzarse a la guerra contra el imperio otomano. Wahhab consideraba al sultán de Estambul como un hipócrita que no tenía derecho a ser un califa del Islam y predicó las virtudes de un yihad (guerra santa) permanente contra los modernizadores islámicos, hipócritas como los infieles. Los
otomanos reaccionaron, ocuparon la provincia de Hijaz y tomaron posesión de La Meca y Medina, pero la influencia de Wahhab aumento y las batallas heroicas se volvieron parte del folklore local. Este jefe proto-nacionalista fue utilizado por los sucesores de Saud para difundir su influencia por la península.
 

Alá y petróleo

Dos siglos más tarde han puesto los fundamentos de lo que hoy es Arabia Saudí, pero fue el descubrimiento del oro líquido lo que hizo cambiar para
siempre la región. Temiendo la competencia de Gran Bretaña, los Estados Unidos unieron la Esso, la Texaco y la Mobil para formar la Arabian American Oil Company, Aramco. Esta unión instituida en 1933 fue reforzada durante la segunda guerra mundial, cuando la base de la USAF en Dhahran fue crucial para "la defensa de los Estados Unidos". El monarca saudí recibió millones de dólares para favorecer el desarrollo del Reino Saudí. El régimen era despótico, pero era visto cómo un importante baluarte contra el comunismo y el nacionalismo en la región y, por este motivo, los Estados Unidos ignoraron todo lo que ocurría dentro de sus fronteras. La entrada de los Estados Unidos y la creación del Reino Saudí han sido descritas brillantemente en una de las contribuciones más notables de la
narrativa de Arabia: la pentalogia "La ciudad de sal" del novelista saudí en el exilio, Abdelrahman Munif, cuyo nacimiento en 1933 coincidido con el del nuevo estado. La escritura estratificada de Munif -salvaje, surrealista y satírica- suscitó la cólera de la familia real. Fue privado para siempre de su nacionalidad y echado del país. Sus libros se han convertido en la más suculenta mercancía de contrabando, incluidos los edificios reales.

Cuando, hace unos diez años, lo encontré en un viaje a Londres fue como siempre brillante: "El siglo veinte está casi terminado, pero cuando Occidente nos mira todo lo que ve es el petróleo y los petrodólares. Arabia Saudí no tiene todavía una Constitución, el pueblo está privado de los derechos más elementales, hasta aquel de sustentar el régimen sin pedir permiso. Las mujeres, que tienen una participación importante de crear la riqueza del país, son tratadas como ciudades de tercera clase. A una mujer no le es permitido dejar el país sin el permiso escrito de un pariente masculino. Tal situación produce una ciudadanía desesperada, sin un sentido de dignidad o pertenencia... ".
 

Revueltas y complotes

Es negada cualquier apertura, en una sociedad en que la familia real -un clan con múltiples facciones y micro-facciones- con sus dóciles sacerdotes domina cada aspecto de la vida cotidiana, en los años 60 y 70 de dieron unas cuantas rebeliones. Una de las novelas de Munif, "La trinchera", tiene un desenlace notable. Hay dos complots revolucionarios, uno del que forman parte jóvenes inspirados por ideas modernas. El otro, invisible, dentro del sistema. Todo acaba en represión, con toque de queda y los tanques en la calle. Los jóvenes revolucionarios descubren que ha tenido éxito la revuelta equivocada. La referencia era el asesinato del Rey Feisal en 1975 por parte de su nieto, el príncipe Faisal Ibn Musaid. Diez años antes el hermano de Ibn Musaid, el príncipe Khalid, un ferviente Wahhabita, se
manifestó en público contra la entrada de la televisión en el reino. La policía saudí entró en su casa y le disparó matándolo. Hoy en día, el príncipe Khalid, es venerado por los creyentes fundamentalistas y el gobierno de los Talibán le han pagado su tributo quemando en público aparatos de sonido, vídeo y prohibiendo la televisión.

Pero el Wahhabismo sigue siendo la religión del Estado de Arabia Saudí, exportada con los petrodólares para financiar el extremismo en otras partos del mundo. Durante la guerra contra la Unión Soviética, la inteligencia militar pakistaní solicitó la presencia de un príncipe saudí para dirigir la yihad en Afganistán. Ya que no había ningún voluntario, los líderes saudís encomendaron al vástago de una rica familia cercana a la monarquía. Osama bin Laden a que fuera a la frontera pakistaní y llegó a tiempo para oír a Zbigniew Brezinski, consejero para la seguridad nacional del presidente Cárter, con un turbante en la cabeza, gritar: "Alá está de vuestra 'parte'."
 

Osama, el americano

Las escuelas religiosas en Pakistán, dónde los Talibán han sido creados, han sido fundadas por los saudís con una influencia Wahhabi muy fuerte. El año pasado, cuando los Talibán decidieron hacer saltar por los aires el viejo Buda, desde los antiguos seminarios de Qom y Al-Azhar llegaron peticiones para hacerlos desistir con el motivo de que el Islam es tolerante. Una delegación Wahhabi del Reino aconsejó a los Talibán ejecutar el plan. Lo hicieron. La insistencia Wahhabi sobre una yihad permanente contra todos los enemigos, musulmánes y no, tuvo que dejar huellas profundas sobre los jóvenes que más tarde tomaron Kabul. La actitud de los
Estados Unidos en aquellos días era de simpatía. El Partido Republicano lleno de miembros cristianos podía dar a duras penas algún consejo sobre esta materia y tanto Clinton como Blair estaban deseosos de anunciar su pertenencia al cristianismo.

Justo el año pasado, un antiguo experto sobre el Pakistán del Departamento de Estado, el liberal Stephen P. Cohen, escribió en el Wall Street Journal (edición asiática) el 23 de octubre de 2000,: "algunas madrassas o escuelas religiosas, son excelentes". Admitió que "otras son el caldo de cultivo por movimientos islámicos fundamentalistas y partidarios de la yihad", pero sólo constituyen el 12% del total. Estas "tienen que ser puestas al día de modo que ofrezcan a sus estudiantes una instrucción moderna". Tal indulgencia refleja con precisión el estado de opinión antes del 11 de septiembre.

Después del derrumbamiento de la Unión Soviética, la oposición interior ha sido completamente dominada por grupos religiosos. Lass Wahhabies ahora
consideran al Reino Saudí como degenerado por su relación con los americanos. Otros están desmoralizados porque Riad no defiende a los palestinos. La presencia de soldados de EE.UU. en el país después de la guerra del Golfo ha sido motivo para ataques terroristas contra los soldados y las bases. Los que los han ordenado son saudís, pero de vez en cuando algunos inmigrantes pakistaníes y filipinos son acusados y ejecutados para calmar a los Estados Unidos.

Quizás las fuerzas expedicionarias mandadas a Pakistán para cortar los tentáculos del pulpo Wahhabita puedan tener éxito o bien no, pero su cabeza está sana y salva en Arabia Saudí, dónde vigila los pozos de petróleo mientras sus tentáculos crecen, protegida por los soldados americanos y las bases de la USAF en Dhahran. El hecho de que Washington no haya desvinculado sus intereses vitales de la suerte de la monarquía saudí podrá llevar a posteriores conflictos. La advertencia pronunciada por un poeta árabe del siglo X, Abul Ala al-Maari, aparece hoy como apropiada:
 

"Y dónde el príncipe mandó, ahora el silbido del viento sopla a través de la corte del Estado: 'Aquí', esto proclama, 'residió un potentado qué no supo oír el llanto del debil"".
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