DECÁLOGO PARA ENTENDER LA DROGADICCIÓN

 

Jairo Báez

Psicólogo

Especialista en Instituciones Jurídicos Familiares

 

 

1.             La drogadicción es una enfermedad incurable.

En el momento actual, con los conocimiento que tenemos del fenómeno de la drogadicción, podemos decir, sin temor a equivocarnos, que la drogadicción es una enfermedad incurable. Ser incurable no significa -y esto debe quedar bien claro, tanto a los drogadictos como a los que no lo son- que la adicción a las drogas psicotrópicas no pueda ser curable en algún tiempo próximo; significa simplemente que en el presente y el pasado no se ha encontrado el tratamiento indicado para contrarrestar la drogadicción.  La drogadicción debe entenderse como el comportamiento compulsivo de una persona a consumir una sustancia -o sustancias- psicoactiva aun a conciencia de los daños que esto causa a sí mismo y a otras personas.  El drogadicto real se caracteriza por no haber podido superar su compulsión al consumo, a pesar de los diferentes tratamientos que se le han hecho; además de los intentos que, por cuenta propia, hace para dejar de consumir. Junto a lo anterior, otra característica del drogadicto consumado es la recaída en el consumo poco o mucho después de haber dejado de hacerlo. El drogadicto incurable, es una hipótesis, debe tener una estructura definida que lo hace diferente al no drogadicto, e incluso, diferente al que consume droga, que es menester entrar a analizar y sintetizar. Se sabe ya que el drogadicto establece una relación bastante patológica con la madre y cuenta con un poder para manipular bastante efectivo, (rasgos que analizaremos más adelante). Es seguro que existen otros elementos diferenciantes, que aún no se han deslindado, para completar el marco estructural de la personalidad del drogadicto.

 

Ante este panorama quien detecte un drogadicto cercano y desee su ayuda, debe saber que se está entregando a una causa que puede durar cualquier cantidad de tiempo, invirtiendo una alta cantidad de recursos económicos, y que tal vez no encuentre nunca los resultados esperados. Al evidenciar el consumo de droga en una persona, se le debe otorgar el beneficio de la duda en ambas direcciones. Por una lado predisponernos a estar ante un drogadicto y por el otro estar viendo un consumidor no dependiente. Sólo una evaluación detallada de la persona (que aún no se está haciendo a nivel profesional) y su comportamiento, en el transcurso del tiempo y los tratamientos, nos dirán si estamos ante la presencia del uno o del otro. Es de anotar que, en el momento, no existe un instrumento adecuado que permita detectar el drogadicto en los primeros estadios; quiere decir esto que al descubrir una persona consumidora no podemos determinar si es drogadicta incipiente o no. No existe prueba psicológica, médica o social que permita el diagnóstico. Tal como se anotó arriba, es la ineficacia de los diferentes tratamientos, a los que accede, lo que permite determinar si estamos ante un drogadicto consumado.

 

La discusión de si la causa de la enfermedad de la drogadicción es genética o ambiental no trae mayores consecuencias al discernimiento y solución del problema. Más aún, cuando la ciencia no ha podido determinar en qué medida el medio influye en la modificación genética, ni tampoco, cuánto del gen es inalterable. El dilema sigue planteado: el gen es el productor de la cultura o es la cultura la productora  del gen.  Debemos esperar los resultados y avances del proyecto genoma humano para dilucidar muchos interrogantes que, por ahora, no pueden ser respondidos.

 

2.             No toda persona que consume droga es un adicto.

Un axioma que se maneja implícitamente en el tratamiento de la farmacodependencia apunta a que todo el que consume sustancias psicoactivas es drogadicto. Pero la práctica ha demostrado que ello no es así. Parodiando al profesor Cesar Costain, catedrático de la Universidad Nacional de Colombia,  que decía a sus alumnos que loco que se cura no estaba loco, podemos aquí decir que drogadicto que deja de consumir no era drogadicto. Algunas personas han probado algún tipo de droga por una vez y no vuelven a consumir; así sucesivamente se ven casos frecuentes de personas que hacen uso de la droga por una, dos, tres, etc., ocasiones y, en el momento que lo desean, dejan de consumir sin tener el menor reparo o inconveniente. Se sabe de personas que durante un año o más han consumido sustancias psicoactivas y las dejan sin ningún tratamiento, sólo por decisión propia; también de personas que un tratamiento específico les ha permitido dejar definitivamente las drogas. El porqué razón estas personas dejaron de consumir definitivamente no es muy claro, pero lo cierto es que lo hacen sin volver a la droga. Otras muestran que pueden abstenerse de consumir en los días laborables para ser el fin de semana exclusividad para consumir. Su forma selectiva de consumir no es comprensible hasta ahora. Estas personas rompen el concepto de drogadicto porque muestran que superan fácilmente la compulsión a la repetición en el consumo de las sustancias psicoactivas. Esta categoría es aquella que podemos denominar consumidores no dependientes.

 

Estas manifestaciones de la realidad del consumo de drogas nos llevan a la conclusión que existen personas diferentes al drogadicto que consumen drogas. Además, que entre las personas que consumen drogas, sin poder declararlos drogadictos, existen diferencias significativas, de valioso estudio y esclarecimiento para su mayor entendimiento. La práctica nos muestra un abanico de personalidades no drogadictas, pero consumidoras, que al ser deslindadas podrían permitir una mayor efectividad en su tratamiento.

 

Es entonces posible decir que existe una totalidad de consumidores de droga, los drogadictos y los no dependientes; En los no dependientes, a su vez, existen subtipos, no determinados totalmente en la actualidad.

 

3.            No todo tratamiento sirve para todo consumidor.

Es llamativo ver, en el caso de los tratamientos, que ni el consumidor ni el profesional saben a ciencia cierta cual va a ser el adecuado para que determinada persona deje el consumo. Algunos de los consumidores han probado diferentes tratamientos y aquel que menos pensaban, termina por ser el efectivo para dejar el consumo. Igualmente, la proliferación de tratamientos, basados en diferentes filosofías, técnicas y metodologías, se justifican en la medida en que los profesionales no encuentran una clara solución al problema del consumo de drogas.

 

Con facilidad se puede encontrar en el mercado tratamientos que van desde su fundamento en la fe religiosa, sea de cualquier culto, hasta tratamientos de tipo científico, enmarcados en las diferentes teorías que sustentan dichas prácticas.  Hay tratamientos evangélicos, que curan a partir de la lectura bíblica, tratamientos católicos fundados en los postulados amigonianos, comunidades terapéuticas, tratamientos médico-farmalógicos, tratamientos conductuales, tratamientos sistémicos y tratamientos psicoanalíticos, entre otros; además de los derivados y mezclas surgidos de los anteriores. Ninguno de los profesionales inscrito en cualquiera de ellos niega la efectividad de su tratamiento, pero tampoco ninguno muestra estadísticas comprobables de su efectividad; No obstante, testimonios de exconsumidores muestran la efectividad de todos ellos.

 

Algo que esto permite concluir es la necesidad de clasificar las diferentes estructuras de consumidores no dependientes para poder dar, con mayores luces, informe de por qué una terapia funciona con unos y no con otros. Es hora de ser metódicos en el accionar con el consumidor, mostrando resultados efectivos y no los simples testimonios de las personas que, sin ton ni son, lograron salir del consumo. Todo método sigue siendo válido, mientras muestre indicadores de impacto, que corroboren su efectividad. Como en toda empresa de alta productiva, lo que debe incrementar son las utilidades; y las utilidades en un tratamiento terapéutico son el coeficiente de operacionalizar el número de personas recuperadas totalmente del consumo de drogas sobre el número personas de atendidas. Casos para mostrar se pueden encontrar en cualquier tratamiento, pero efectividad real, difícilmente. Los lesionados de este flagelo deben ser cautos al evaluar resultados demasiado buenos, cuando las estadísticas señalan que el aumento en el consumo de drogas es constante. Los profesionales, igualmente, debemos ser honestos en la muestra de efectividad evitando pasar por mercaderes de las necesidades humanas.

 

 

4.             La madre es un factor determinante de la estructura adictiva.

La forma como se establece la relación del hijo con la madre, y la estructura de la madre misma es factor determinante para que surja un drogadicto.  En los análisis del drogadicto declarado, la madre se manifiesta como una madre esquizofrenógena; esto es, como la mujer aquella que es capaz de incentivar comportamientos esquizofrénicos en sus hijos mediante la comunicación de dobles y contradictorios mensajes. Es una madre que no permite que el niño se forme como sujeto independiente, sino, que lo ve más como un apéndice de su ser, al cual debe proteger; pero, así mismo le demuestra desagrado y lo rechaza instintivamente. Una forma didáctica de entender este fenómeno es imaginarla una noche angustiada, sin poder conciliar el sueño, parada junto a la ventana, esperando a que su hijo llegue porque miles de temores, acerca de lo malo que le pueda suceder, la atormentan; no obstante, cuando el hijo regresa a casa, la madre enfurece y lo maldice invitándole a que tome la calle de nuevo, asegurándole que lo que haga de su vida no es asunto de ella, explícitamente le manifiesta no sentir el menor remordimiento de todo lo malo que le pueda suceder. Otro ejemplo, es ver como se le permite al hijo acceder a las mejores formas de enseñanza pero continuamente se le está diciendo implícita o explícitamente que no sirve para nada.

 

La madre del drogadicto es una persona con un alto sentimiento de culpa, que no le permite interactuar adecuadamente en la adaptación del hijo al medio. La madre se debate constantemente entre dejarlo ser como sujeto y ubicarlo como objeto; entre odiarlo y amarlo.  Su culpa hace que le tolere al hijo comportamientos que en ocasiones rechaza; premia y castiga de manera indiscriminada e intermitente, creando en el hijo un descontrol sobre lo lícito y lo ilícito, lo bueno y lo malo, etc. La madre es la autoridad que se ve permeada por su propia culpa.

 

A la presencia de la madre se contrapone la ausencia de un padre en el drogadicto. Puede que esta ausencia sea real o simbólica. La realidad, marcada por el abandono explícito en los primeros años de existencia del niño y la simbólica porque la madre no le permite al padre ubicarse como autoridad ante el hijo, así esté el hombre de cuerpo presente. No importa aquí, que tan “bravo” o pasivo sea el padre, si la madre no hace el puente entre padre-hijo, jamás será reconocido como autoridad y símbolo de identificación. Tal vez por esta razón sea que el  drogadicto muestra no tener claramente definida su psicosexualidad y correlacionen con su compulsión a la repetición, comportamientos evidenciantes de su desajuste en la sexualidad.

 

Ante esto el drogadicto aparece como una persona insegura, que no tiene claramente definidos los polos entre lo que es bueno y lo que es malo, fluctúa entre la inteligencia óptima, vista en su desempeño en algunas acciones, y la imbecilidad más profunda, vista en otras. La falta de continuidad en la demostración de afecto hace del drogadicto una persona insaciable, que nada le satisface; su hambre en todos los aspectos no podrá ser saciada jamás. El drogadicto , al igual que su madre, es una persona con montante de ansiedad muy alto, con infinidad de temores y miedos. Lo que busca el drogadicto con la droga es alterar sus estados emotivos y no tanto sus estados cognitivos; caso que si se ve en un tipo determinado de consumidores no dependientes.

 

5.            El adicto es una persona altamente manipuladora.

El drogadicto aprendió a manejar la culpa de su madre y la generaliza a otras personas, sabe manejar, con facilidad impresionante, los sentimientos de las personas;  por tal motivo logra obtener lo que se propone, -seguir consumiendo- utilizando, sobretodo, las personas más allegadas. A un drogadicto no se le debe creer en base a sus palabras, sino que, siempre debe estar de fundamento los hechos y las acciones que certifiquen sus reales intenciones. 

 

El drogadicto, de hecho, también es una persona con mucha culpa, de ahí que las palabras que exprese y acciones que emprenda tengan la intención firme de cambiar y dejar el consumo; sin embargo, las causas que lo inducen a consumir no se lo permitirán. Como consecuencia, la primera víctima de su poder de manipulación es el mismo. El drogadicto se convence que podrá salir del vicio a la mañana siguiente o en el momento que así lo quiera, aunque la experiencia le muestre lo contrario.

 

6.            El medio ambiente es inocuo en una personalidad no adictiva.

Como mencionamos arriba, son muchos los que prueban la droga y no vuelven a consumirla. Así mismo existen personas que, por diferentes circunstancias, tienen que estar cerca a la droga y no llegan jamás siquiera a probarla. Es esta la personalidad no adictiva, que no tiene el más mínimo riesgo de consumo.

 

Lo anterior pone de relieve que, el medio ambiente es incapaz de incitar al consumo de droga cuando se cuenta con los elementos cognitivos y emocionales suficientes para rechazarla. Se señala con frecuencia que la música rock o moderna es una causa del consumo, pero, esto no es así; puede que llegue a ser un incitador de consumo (cuestión que no ha sido comprobada) pero nunca una causa de drogadicción. Creer que todo el que prueba la droga se vuelve un drogadicto es tanto como creer que todo el que consume alcohol está destinado a ser un alcohólico. Así diferentes elementos ambientales, que han sido señalados como los propiciantes de la drogadicción, no dejan de ser más que elementos contingentes a una personalidad predispuesta para hacerlo.

 

Se debe dejar de creer que un amigo tiene la fuerza suficiente para llevar a otro a la drogadicción; los vendedores de droga tampoco son la causa de la drogadicción; ellos, y muchos otros elementos que  a continuo se culpan, son solamente medios en los que el drogadicto encuentra la solución a una necesidad acuciante.

 

7.            Satanizar la droga no lleva a la solución del conflicto.

Las drogas psicotrópicas vienen siendo satanizadas creyendo que de esta manera el consumo se acabará; no obstante, el incremento es significativo con el transcurrir del tiempo. Si la droga fuera mala, por simple lógica no se consumiría. La droga debe tener algo de “bueno” desde que tanta gente la utiliza. No debemos olvidar que, no todos los drogadictos utilizan drogas ilícitas; una gran cantidad de ellos son víctimas de drogas lícitas, que en diferentes ocasiones son recetadas por profesionales dedicados al bienestar de la salud mental.

 

La gran mayoría de los drogadictos y de los consumidores no dependientes busca con la droga estados emocionales, que de otra manera, parece, no los encuentran; es la droga capaz de contrarrestar estados displacenteros. Es bien sabido que algunas personas empiezan a consumir sustancias psicoactivas ante la falta de sueño, estados de ansiedad, estados de depresión y tristeza, estados de angustia, etc. Otros, en clases necesitadas, consumen psicoactivos para contrarrestar el hambre, el frío y el cansancio.   El drogadicto y el consumidor no dependiente saben bien que así como la droga les otorga estados placenteros también les ocasiona estados no agradables; muchos de ellos no encuentran satisfacción en la alteración de sus estados cognitivos, como la distorsión de la percepción, cambios repentinos de la memoria, aumento o disminución de la atención, y otras alteraciones más. En la búsqueda por encontrar la sustancia que se adecua más a sus necesidades, prueban diferentes drogas hasta que encuentran aquella o aquellas que se acercan a sus expectativas. Aunque existen algunas personas que consumen dos o más sustancias, con los efectos buscados similares, la gran mayoría de consumidores se queda en el consumo de una en especial, aquella que les permite satisfacer su gusto particular.

 

Otros, muy pocos, son los que desean alterar estados cognitivos; generalmente son personas que buscan nuevas experiencias creativas y de exploración de sus capacidades cognitivas para su desempeño diario. De ellos hay probabilidad que algunos se vuelvan drogadictos; pero, es también el grupo de consumidores que tiene la mayor propensión a dejar la droga en cualquier momento.

 

Es bien particular ver como los años sesenta, cuando las drogas psicodélicas tuvieron tanto auge en la población, no dejó gran número de drogadictos. Fueron muchas las personas que consumieron amparados en un discurso de renovación social, con fundamentos en la paz y no en la guerra, el amor y no el odio entre la gente. De ellos la gran mayoría hoy son padres respetuosos, no consumidores, que recuerdan su experiencia con la droga como algo pasajero, producto de un cuento utópico que quisieron ver realizado. Es más probable que entre dos personas consumidoras aquella que no tiene discurso para defender su acción, que no sabe por qué consume, sea un drogadicto consumado. Es válido recordar que muchas culturas, indígenas sobretodo, consumen grandes cantidades de psicoactivos sin que se pueda hablar de culturas drogadictas sino, a cambio, culturas consumidoras. Estas gentes consumen sustancias psicoactivas con un fin culturizante y adaptativo, fundamentado en las costumbres milenarias que les permite seguir siendo una comunidad.

 

8.            El problema de la droga no es el consumo sino la responsabilidad.

En la actualidad las personas que de alguna manera se ven involucradas -directa o indirectamente- en la problemática de la drogadicción y la droga centran la atención en la erradicación del consumo. A pesar de las diferentes experiencias, en donde se demuestra la inoperancia y falta de resultados, se sigue creyendo que se puede vencer una enfermedad incurable. La idea no es mala, pero también se debe ser práctico y buscar alternativas que permitan un acercamiento al vencimiento del problema por vías alternas, laterales y diferentes.

 

Es el momento de señalar que, más allá del consumo de drogas psicoactivas, el verdadero problema que enfrenta la sociedad y la familia es la falta de responsabilidad social de los individuos que consumen psicoactivos, sean estos drogadictos consumados o simplemente consumidores no dependientes. Si se responsabiliza a esta población, de sus deberes como ciudadanos y familiares, tal vez el hecho que consuman o no consuman pase a segundo término. No porque se sea enfermo se tiene derecho a desentenderse de los deberes adquiridos en  los diferentes roles que se deben atender socialmente. No por tener diabetes se pierde el deber de seguir respondiendo como padre, hijo, estudiante, ciudadano, etc.; tampoco se adquiere el derecho de morir por tener una enfermedad incurable. Lo que se ha visto es que, una víctima de una enfermedad incurable sigue respondiendo como ciudadano hasta sus últimas consecuencias; esto quiere decir, no se ubica como inválido y no invalida a sus más cercanos. Esta misma responsabilidad debe asumir el drogadicto y el consumidor no dependiente. Valga la pena aclarar aquí que la drogadicción es una enfermedad incurable pero no por eso una enfermedad terminal.

 

Al drogadicto se le debe incentivar la conciencia sobre su enfermedad, que asuma su responsabilidad en el tratamiento y cumplimiento de los deberes  que adquirió. Si la necesidad le obliga a conseguir droga, esto debe hacerse por medios lícitos, tales como el dinero adquirido a través del trabajo; el ser drogadicto no lo autoriza para que abandone su dignidad y termine siendo un deshecho humano,  viviendo en lugares de mala muerte, compartidos con las ratas. Se puede ser un enfermo incurable digno; y es ahí a donde debe apuntar el profesional -que sin abandonar la esperanza de poder algún día derrotar la drogadicción-, poder dar un paso adelante en la erradicación de ese flagelo. 

 

 

9.            La verdadera prevención se da en la primera infancia.

Si es cierto que existe una personalidad drogadicta entonces la verdadera profilaxis se hace en los primeros años de existencia del niño. Es sencillo entender que la prevención se da con la formación de una personalidad inmune a la dependencia. Ya nadie desconoce que la personalidad, la forma como el sujeto va a interactuar con el medio ambiente físico y social, se construye en los primeros años, quizás hasta los seis años de vida; y empieza  con la gestación; incluso, mucho antes de engendrarlo, ya los padres están aportando elementos para la personalidad del nuevo ser.

 

Por tanto son los padres, y primeros tutores, los que deben incentivar la reticencia a la utilización de elementos adictivos para contrarrestar las exigencias que el medio impone. Dentro de las maneras más fáciles de crear sujetos inmunes a la droga está el ejemplo, en la edad en que el niño está formando la personalidad. Si un niño ve a su padre consumir alcohol, o cualquier otro psicoactivo, lo más posible es que lo imite y tal vez termine sobrepasándolo en su uso. Una madre que acostumbre desviar su angustia a través de la ingestión exagerada de comida, con bastante probabilidad, está enseñando a su hijo que los problemas no se solucionan, sino, que se evitan o se esconden. Es de recordar, como método preventivo, las sabias palabras de Goethe: “el niño sólo aprende de quien ama”; así que no es de extrañar si el hijo asume actitudes de otras personas diferentes a sus padres, pero que de alguna manera colmaron en sus afectos. Padres que no dan ni manifiestan afecto son padres que brindan la posibilidad a que otros influyan en las decisiones de sus hijos; muchas veces esos otros no son los más indicados para de servir de modelos a seguir.

 

Un elemento indispensable es el crecimiento psicoafectivo de una manera sana y armoniosa. El convencimiento del nuevo sujeto, de ser una persona valiosa e indispensable, orgulloso de su existencia y con deseos de trascender, lo hará inmune a la drogadicción. Un niño no deseado, odiado, rechazado y agredido fácilmente encontrará refugio en los psicoactivos.

 

10.         No solamente el drogadicto es vicioso.

Vicio es todo aquello en donde sabemos que tenemos que decir no y sin embargo decimos sí. El vicio, como bien nos lo enseña el drogadicto, es la compulsión a la repetición de una acción que sabemos no está bien, pero que no podemos dejar de hacerla. Fisiológicamente se ha explicado como la necesidad de mantener niveles de adrenalina y otras cuantas sustancias en la sangre por encima de la normal. Es una acción donde el miedo y el placer se confunden permitiendo la liberación de estas sustancias en el torrente sanguíneo. La droga, el juego, el sexo, el alcohol, la actividad exagerada, etc., se convierten en vicio cuando no se puede parar su uso, a pesar de la conciencia que están siendo perjudiciales para sí mismo y para otros. El jugador en cada apuesta, el seductor en cada nueva conquista, el alcohólico en cada “tomata”, el atleta en cada nueva carrera, el drogadicto en cada ingestión, se juega su vida. No es la actividad en sí, sino el placer emocional, no encontrado de otra manera, lo que está presente en cada nuevo encuentro con lo prohibido; es eso lo que invita a vivir pero destruye lentamente.

 

 

Agosto 17 del 2000.