Colombia un país consumidor pero ¿de qué?

María Mercedes Moreno

De un tiempo para atrás se viene insistiendo en que Colombia pasó a ser un país consumidor de drogas. Aparentemente, entre los primeros en darse cuenta de que el mercado interno también cuenta, fueron  los narcos. No obstante, lo no se ha entrado a estudiar es que las drogas que supuestamente estamos consumiendo los colombianos no son las drogas que se nombran y se estudian y frente a las cuales se busca diseñar las políticas. No hemos entrado a discutir  que, a estas alturas, ya las drogas de las que estamos hablando no existen como tal.  Entre otras, porque las drogas más solicitadas (las "tradicionales") son las más faciles de perseguir

Quienes se dedican al negocio de las drogas illcítas, se aseguran de tener lo que sea, lo que puedan, así no sea el producto que busca el consumidor para garantizar la venta. Quienes están decididos a consumir, se someten a esta ley del mercado. En la nebulosa de la lucrativa ilegalidad, jíbaros y ollas logran vender lo que sea por lo que no es; e incluso vender, como sucede con demasiada frecuencia, drogas que el usuario no vino a comprar. 

Descontando la Prohibición que impulsa la innovación y mercadeo, el mercado de consumo de drogas parece ser un segmento relativamente estable que se surte de lo que hay. Por vía de un intercambio directo con los consumidores, se ha llegado a establecer que los consumidores de drogas no son muy distintitos de los consumidores  de productos aceptados por la ley. Lo que distingue al consumidor de drogas es su total falta de control sobre lo que consume. No por su uso desmedido o abuso, contrario a lo que se piensa, sino porque no pueden escoger con conocimiento de causa. La mayor parte de los consumidores de drogas no tenemos problemas de consumo, más allá del estigma y las características propias de un mercado ilegal. 

Los avances en políticas de drogas que permiten llevar desprevenidamente a cabo estudios de consumo ahora deben incorporar el trabajo social de intercambio con los usuarios, como el trabajo de campo  sobre la composición de lo realmente se está consumiendo, de acompañamiento de Acción Técnica Social (ATS) y medidas de Rumba Segura.  Esto no sólo permitiría un acercamiento menos teórico  al mundo del consumidor sino que además permitiría comenzar a hacer una trazabilidad de las drogas en el mercado para el diseño de políticas que permitan encauzar y contener la producción descontrolada para un mercado de consumo que el mundo se ha visto forzado a aceptar. Consumo que, también es hora de reconocer, es por lo general autorregulado por el mismo consumidor. Lo que no está regulado es la sustancia que se vende.  

En el caso de sustancias químicas como la cocaína, lo que se está consumiendo en el mercado no es el compuesto que dice ser. Comenzando porque los precursores químicos que actualmente se usan para procesar la hoja de coca no son los previstos para este fin. La cocaína que actualmente se consume es de coca tratada con agroquímicos que se procesa con blanqueadores “caseros” (Decol) y corrosivos como el “Diablo Rojo”, sin mencionar su adulteración con Levamisol y otros cortes de origen y por el camino de la reventa. ¿Será ésta la cocaína que estudian los laboratorios para determinar sus efectos y riesgos y diseñar programas de prevención?

Más grave aún para la salud, lo que están consumiendo miles de colombianos no sólo no es ni bazuko, ni base, ni PBC sino en su mayor componente un corte de ladrillo y  física basura.  La heroína colombiana, que ya de por sí no es equiparable a la que se consigue a nivel internacional, los cortes a las que la somete la avidez del mercado local la convierten en una sustancia triplemente peligrosa. En cuanto a la marihuana, las políticas públicas colombianas aún no discriminan según su concentración en THC, CBD,  y agroquímicos ni su origen pues su producción y venta siguen encubiertas por la ilegalidad. Ni qué decir de la amplísima gama de drogas "de diseño" que se venden actualmente sin ningún manual de instrucciones mucho menos de sus componentes.

Se habla de promover políticas de salud frente al consumo de drogas. Pero ¿cómo? si ni siquiera sabemos lo que realmente se está produciendo, consumiendo. El origen ilegal de las plantas y sustancias psicoactivas constituye el mayor riesgo de salud, más que las plantas y sustancias mismas. Entre los mayores daños asociados al consumo de drogas, está su adulteración y repercusiones a nivel de dosificación, calidad y conocimiento de  lo que se está consumiendo. De tal forma, “la percepción social de riesgo asociado a las diferentes sustancias de abuso y la exposición a la oferta de drogas” se debe referir a las sustancias que realmente se venden  y consumen y no a las que teóricamente se consumen en el mercado.

 Saber con precisión la composición de las sustancias permitiría afirmar si es el principio activo lo que realmente genera la adicción  y no una predisposición a conductas compulsivas; una respuesta al entorno  y/o un condicionamiento social que, entre otras, presupone  que el consumo de drogas es una enfermedad.  Los efectos dependen, como mencionado anteriormente, de lo que se consume y, mientras la producción, venta y reventa siga sin una competencia legal con productos controlados y sin ánimo de lucro, el consumo descontrolado problemático puede convertirse en la norma y no la excepción que es.   

Un artículo reciente de The Economist “A Half-Smoked Joint”, afirmaba que “la descriminalización es sólo una medida a medias. Mientras la distribución (supply) de drogas continúe siendo ilegal, el negocio continuará siendo un monopolio ilegal”.  La ilegalidad de la producción de drogas no sólo fomenta la adulteración e innovación con nuevas drogas sino que perpetúa la violencia ligada al lucro del mercado. Lo que sucede con el sistema de producción actual de drogas proscritas es que es el mercado más libre que existe. No tiene límites. Para establecer límites y abordar las drogas como un asunto de salud pública, es paso obligado comenzar a tomar las riendas de la producción por medios no violentos. Con base en las mediciones del  reciente estudio de consumo del Ministerio de Salud se puede comenzar a calcular la producción y venta aunque, por lo general, hay grandes abismos entre las estadísticas de producción y las de consumo.  Cuando se produce una tonelada de cocaína pura, se consume un número de toneladas proporcionales al corte. 

En el mundo real, si bien la calidad y componentes de las SPA varían de un vendedor a otro, los productos de origen son fabricados por un número limitado de productores.   La producción está en manos de unos cuantos productores ilegales que las autoridades capturan y vuelven y se sueltan.  De igual manera, la reventa corre por cuenta de grupos y personas que se pueden identificar; identificación que debe servir para integrar a los revendedores (jíbaros) a políticas no represivas que permitan, primero, crear en ellos una conciencia de su responsabilidad. Una fórmula piloto de regulación puede ser un modelo mixto de producción y venta controlada competitiva que permita socavar las ganancias que incitan la expansión del mercado. El camino de retorno o contención de la expansión descontrolada de este mercado comienza por las drogas más consumidas en Colombia, la marihuana y la cocaína que son aparentemente las de menores riesgos.  

Ya no  es inaudito pensar en articular legalmente una producción de marihuana. Sin embargo, por razones geopolíticas; de imaginario; y componente químico, hablar de una producción controlada de cocaína para usos recreativos sí levanta ampollas. Pero el hecho es que miles de colombianos consumen cocaína (entre los que se incluyen muchos de los que legislan en su contra). Haber consumido una sola vez no hace de la persona un consumidor pero el estudio reciente del Ministerio de Justicia informa que 162,000 colombianos consumieron cocaína por lo menos 1 vez en el 2013. El camino de retorno comienza por aceptar y enfocar los consumidores habituales para contener la oferta de sustancias desconocidas y a personas desprevenidas que acaban siendo víctimas de un mercado sobre el cual absolutamente nadie ejerce control alguno.   

Las asociaciones de usuarios de drogas aún encuentran serios tropiezos para despegar. Falta de apoyo, estigma, el propio caminar de sus integrantes, por la razón que sea pero ya somos parte del panorama al que llegamos con muchas dificultades.  La red internacional de personas que usan de drogas (INPUD) se ha ido articulando con redes de todo el mundo. La red latinoamericana (LANPUD), fundada gradualmente en diversas reuniones,  es una propuesta para dar a conocer las experiencias de los usuarios, sus semejanzas y variables.  Lo que decimos los consumidores es que ahora hay que ir a la raíz del consumo, y no para promoverlo sino para ejercer controles no violentos sobre su producción y preservar a los sectores más vulnerables de la población. 

Julio 2014


[1] But decriminalisation is only half the answer. As long as supplying drugs remains illegal, the business will remain a criminal monopoly.”