DISCURSO DEL PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA DE BOLIVIA Jaime Paz Zamora, EN LA
PRIMERA SESIÓN DE TRABAJO DE LA SEGUNDA CUMBRE IBEROAMERICANA.
Su Majestad, Don Juan Carlos I,
Señor Presidente del Gobierno de España, Don Felipe González, nuestros generosos
anfitriones,
Señores Jefes de Estado y de Gobierno:
Hace un año, en la Primera Cumbre, en Guadalajara, me pareció necesario aclarar
que no estábamos reunidos para pedirle cuentas a la historia sino para
reconciliarnos con ella.
Ahora, con la misma necesidad y dando un paso hacia adelante, veo con claridad
que, más que no pedir cuentas a la historia, de lo que se trata, en definitiva,
es de la posibilidad conjunta de construir una nueva historia.
Y tengo la impresión que estamos comenzando a hacerlo.
No otra cosa significa que aquí, en Madrid, esté todo dispuesto para la toma de
importantes iniciativas en beneficio de nuestros países, que no sólo denotan el
nuevo espíritu que se ha creado entre nosotros, sino que son la expresión de una
nueva voluntad y disposición para la acción.
Particular importancia, en esta perspectiva, le atribuyo a la firma del Convenio
Constitutivo del Fondo para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas de América
Latina y el Caribe, a menos de un año de su planteamiento inicial.
Inmediatamente después de efectuada la propuesta en Guadalajara, el Banco
Interamericano de Desarrollo, a través de su Presidente, Don Enrique Iglesias,
la OIT, el PNUD, FIDA, UNESCO y OEA, manifestaron su pleno apoyo a esta
iniciativa y contribuyeron decisivamente a dinamizar los procesos de consulta y
a realizar las tres reuniones técnicas en las que se fijaron las bases para su
creación.
La última reunión gubernamental, celebrada en La Paz, el mes pasado, permitió
acordar el texto del Convenio Constitutivo que establece, en un espíritu de
igualdad y participación, que la membresía del Fondo está abierta a todos los
países, tanto de la región como extrarregionales. Que cada país latinoamericano
y caribeño contará con dos representantes en la Asamblea General: uno
gubernamental y otro de las comunidades indígenas. Que cada país extrarregional
tendrá, igualmente, un representante gubernamental.
Dicho Convenio, por otra parte, señala que las tareas del Fondo serán;
identificar, priorizar y procesar los proyectos; servir como Grupo Consultivo de
enlace entre beneficiarios y donantes potenciales; y, finalmente, generar
recursos propios.
De esta manera, con la creación del Fondo para el Desarrollo de los Pueblos
Indígenas de América Latina y el Caribe, estamos poniendo en marcha un proyecto
realmente trascendente y creo, a la altura de la dignidad y las exigencias que
supone la conmemoración del Quinto Centenario.
Quizás aún no estemos en condiciones de medir plenamente la potencialidad y las
consecuencias de cambio que se derivarán de él para nuestros pueblos, nuestras
sociedades, la comunidad internacional y para las relaciones entre nosotros
mismos, como países integrantes de esta conferencia iberoamericana.
La existencia del Fondo atiende directamente a las grandes temáticas de nuestro
tiempo. Por ello, nuestra voluntad de estructurarlo nos hace plenamente
contemporáneos y nos proyecta con fuerza al porvenir.
Curiosamente, y a casi cinco siglos de distancia, Fray Bartolomé de las Casas
aparece como el auténtico precursor de este empeño.
La justicia tarda pero llega, aunque tal vez no con la contundencia que los
pueblos esperan. En realidad de realidades, el Fondo de Desarrollo indígena, es
algo más que un fondo, es un mecanismo para llegar al fondo de las cosas, en
nuestra América.
En efecto, para la inmensa mayoría de nuestros países y particularmente para
aquellos de fuerte matriz indígena originaria, los pueblos indígenas cubren
abrumadoramente la geografía de la pobreza crítica, hasta extremos tales que
indígena se ha convertido en un sinónimo de indigencia.
Y esto, sin lugar a dudas, no ha sucedido por casualidad. Se trata de todo un
concepto de la vida y del desarrollo que a lo largo del devenir histórico ha
convertido esta situación en estructural.
Por ello, contribuir hoy al desarrollo de los pueblos originarios es una de las
maneras más directas de atacar el flagelo de la pobreza en el Continente.
Indígena y originario, en nuestras tierras, son también sinónimos de marginado.
El indígena es el gran indocumentado de la economía, la política y la cultura. Y
entonces, surge nuevamente el dilema: ¿cómo pensar, en esas condiciones, el
desarrollo y la viabilidad de la democracia, tan al margen del desarrollo
indígena?
¿De qué participación podríamos hablar?
¿De qué representatividad?
¿De qué gobernabilidad?
¿De qué cultura nacional plena y sin mutilaciones, y aun más, de qué integración
latinoamericana?
Sin resolver estructuralmente el gran problema planteado por el subdesarrollo
indígena, América Latina no estará en condiciones de vivir la democracia, ni la
solidaridad, ni mucho menos de alcanzar un protagonismo pleno, como Continente,
en el contexto internacional del siglo veintiuno.
Por ello, es parte insoslayable de los desafíos de la hora, generar las
condiciones que permitan liberar para la producción, la política y la cultura,
el inmenso potencial dormido de los pueblos originarios, a través de un nuevo
concepto del desarrollo.
Será este proceso de destrabamiento histórico, el que finalmente impulsará a
nuestros pueblos a ser ellos mismos. Esta verdad es tanto más contundente,
cuando que el mestizaje, esa otra gran realidad constitutiva de la que se
reclama con orgullo Iberoamérica, dependió y dependerá, en su configuración del
tipo de dinámica que cobre en su evolución la realidad indígena.
Es en este marco de exigencias trascendentes, que he señalado en diversos foros
internacionales que el uso tradicional de la hoja de coca y de sus derivados
legales y benéficos, basados en sus propiedades medicinales y nutritivas, así
como su contexto sociocultural y religioso, no pueden ni deben ser confundidos
con el flagelo del consumo ilícito de la cocaína.
En efecto, una cosa es la hoja de la coca y otra la cocaína.
La coca es buena y originaria; la cocaína es mala, extraña, ajena. Vino de
fuera. Lo decimos con la autoridad moral que ha logrado Bolivia por los éxitos
alcanzados en su frontal lucha contra el narcotráfico.
Afortunadamente, hoy tenemos indicios claros de la evolución positiva de esta
actitud y quiero destacar y agradecer la contribución del Gobierno de España y
de la Organización Mundial de la Salud, para superar esa situación marginante y
opresora de nuestra cultura e intereses.
Estimados Jefes de Estado y de Gobierno:
A medida que nos aproximábamos a la conmemoración de los quinientos años, los
núcleos dirigentes de éste y del otro lado del océano, nos llenábamos de
incertidumbre e inquietudes sobre el rumbo que tomarían los hechos y sobre cuál
debería ser nuestra actitud hacia ellos.
Hoy, ya en el año conmemorativo, podemos constatar la gran madurez y el
abrumador pragmatismo, en el buen sentido de la palabra, con que nuestros
pueblos asisten al acontecimiento.
¡Qué gran verdad! La cotidianeidad de la gente había tenido un sentido distinto
de la historia; les interesa más lo que pasará que lo que pasó, más lo que hay
que hacer que lo que se hizo.
Tal vez éste sea el gran tributo a la esperanza que desde siempre ha marcado la
condición humana. Siempre lo por vivir será percibido como más importante que lo
ya vivido. Esta podría ser la más grande lección del Quinto Centenario.
Nuestros pueblos quieren, están dispuestos y exigen descubrir un nuevo mundo. Y
nos convocan a construirlo.
Sin embargo, al recoger este desafío, debemos comprender que en las grandes
tendencias de la época contemporánea, nuestro papel de gobernantes ha cambiado.
Hace apenas unos pocos años, y en el contexto del viejo Estado patrimonial,
omnipresente y absorbente, lo más probable es que nos habría exigido que los
resultados de esta Conferencia fueran el diseño de proyectos de exclusivo
protagonismo estatal.
Sin embargo, de lo que ahora se trata, es de generar condiciones favorables y
espacios fecundos para que nuestros pueblos y nuestros ciudadanos sean, en el
escenario iberoamericano, protagonistas del cambio y generadores de iniciativas
que tomen en sus manos, y emprendan en libertad, las tareas de la producción y
el comercio, la democracia y la cultura.
Muchas gracias.