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CULTIVOS DE COCA, CONFLICTO Y DESLEGITIMACION DEL ESTADO EN EL PUTUMAYO
GUILLERMO RIVERA FLÓREZ
CONTENIDO
Página
INTRODUCCION
4
La débil presencia del Estado y
CAPITULO I
EL CAUCHO,
CAPITILO II
ECONOMIA Y COCALERA: Pobreza y Violencia.
1. Generalidades de la economía de
2. La presencia de los actores armados ilegales en la economía de la coca
24
CAPITULO III
1. Comentarios generales a la política antidrogas
29
2. Comentarios frente a la aspersión aérea o las fumigaciones a los cultivos de
coca en el Putumayo.
33
3. Síntesis cronológica de las políticas de desarrollo alternativo en el
Putumayo.
36
CAPITULO IV
CARTOGRAFIA DE LAS MOVILIZACIONES CAMPESINAS: Motivaciones y actores
39
1.
2. Demandas por Servicios Públicos y Movilizaciones Campesinas
42
3. Las FARC y las Movilizaciones Campesinas
42
CAPITULO V
AGENDA Y NEGOCIACION DE LAS MOVILIZACIONES CAMPESINAS DE 1996
44
1. LOS ACTORES EXPLICITOS Y
1.1. Los campesinos Cultivadores de Hoja de Coca
44
1.2. El Gobierno Nacional
46
2. LOS ACTORES IMPLICITOS Y
2.1.
2.2.
2.3.
3. CONSIDERACIONES FRENTE AL ENFOQUE DE LOS ACUERDOS DE ORITO
50
CAPITULO VI
1. ALGUNAS IMPLICACIONES DE
2. ERRADICACION FORZOSA Y DESARROLLO ALTERNATIVO EN EL CONTEXTO DEL PLAN
COLOMBIA.
55
2.1.
2.2. El desarrollo alternativa expresado en los pactos sociales de erradicación
voluntaria.
58
A MANERA DE CONCLUSION
62
1. UNA PROFUNDA REVISION DE
2. HACIA UN NUEVO MODELO DE DESARROLLO.
64
BIBLIOGRAFIA
66
CULTIVOS DE COCA,
CONFLICTO Y DESLEGITIMACIÓN DEL ESTADO EN EL PUTUMAYO.
En
Colombia la construcción de nación es aún un proceso lejos de concluir y lleno
de profundas fracturas. La unidad territorial como elemento constitutivo del
Estado tan solo existe en la letra de la vieja y nueva Constitución Nacional
porque la realidad indica que ella esta cada vez más fragmentada.
Una
de las regiones que más evidencia la fragmentación territorial de este País es
El
contenido de esta historia de marginalidad coincide con una reflexión de Fernán
González acerca de la relación que históricamente ha existido en Colombia entre
conflictos sociales y lo que él llama “espacios vacíos”. Con este término
González señala aquellas regiones del País caracterizadas por ser zonas de
frontera, con escasa población
y
autoridad española durante la colonia y la débil presencia del clero católico.
En el mismo ensayo González subraya una coincidencia adicional: las zonas del
País de reciente colonización también hacen parte de la categoría de “espacios
vacíos” si se tiene en cuenta su tendencia
a la inserción de grupos armados de diversa índole y a la poca presencia
de instituciones Estatales[1].
Esta
noción de “espacio vacío” en zonas de reciente colonización refleja la realidad
del Putumayo. Tanto la débil presencia del Estado en primera instancia y luego
la existencia de
diversos grupos
armados ha impedido una verdadera cohesión social y
generado una privatización y fragmentación del poder político.
Este
fenómeno que es evidente para la opinión pública desde hace un par de décadas,
es parte de toda una dinámica histórica representada por dos factores constantes
que desde principios del siglo pasado han marcado el contexto social, político y
económico del Putumayo. Ellos son la
débil presencia del Estado y la existencia de un sistema económico
extractivista.
La
débil presencia del Estado se ha hecho evidente en los diversos momentos de la
historia del Putumayo durante el siglo XX y lo corrido del siglo XXI. En efecto,
la primera intención de política de Estado en el Putumayo obedeció a la
ubicación del territorio como frontera. Desde la primera mitad del siglo pasado
se le tuvo en cuenta como base para el establecimiento y mantenimiento de la
presencia militar y de colonizaciones dirigidas para el poblamiento y la
salvaguardia de la soberanía nacional en las fronteras con Ecuador y Perú sin
reparar en las consecuencias de este propósito de Estado. Posteriormente se le
considero como espacio desocupado, inicialmente susceptible de ser tratado en su
totalidad como reserva forestal de uso restrictivo[2],
luego como reserva para la exploración y explotación petrolera y finalmente,
como frontera hacia la cual dirigir la población expulsada del interior del
país, para aliviar la presión sobre los grandes centros urbanos.[3]
En
los años 70 y 80 ocurrió una mayor densificación de las presiones colonizadoras,
con características nuevas, como lo fueron el surgimiento de asentamientos
urbanos de carácter epicentral en las fronteras de colonización, el fenómeno del
narcotráfico y la intervención guerrillera en el ordenamiento político local.
Este conjunto de circunstancias hizo evidente la ausencia del Estado, en lo
atinente al ordenamiento espacial, las normas básicas de convivencia y la
organización de los servicios públicos.
[4]
Con
el esquema centralista existente hasta 1991, el Estado no adelantó una política
de desarrollo integral para este territorio. Además de los procesos productivos
extractivistas, se desconoce la puesta en marcha de políticas de desarrollo
económico que incluyan procesos de transformación productiva. En lo social, el
Estado se limitó a intentar cumplir con sus funciones esenciales de prestación
de servicios de educación y salud sin que ello correspondiera a una política
consistente soportada en diagnósticos reales y en metas susceptibles de evaluar
en lo cuantitativo y lo cualitativo. En particular la educación estuvo durante
un buen tiempo delegada a las misiones católicas.
En
este contexto las entidades territoriales limitaron su accionar a la
administración de los pocos servicios públicos existentes y a las delegaciones y
misiones específicas que le encargara el Estado central.
Esta
situación generó una relación clientelista entre el Estado y el ciudadano y un
débil sentido de lo público, que ha dificultado el proceso de conformación de
tejido social o de construcción de sociedad civil.
Con
la reforma del Estado planteada por
Es
probable que la débil presencia del Estado no sea la única causa de los
conflictos, pero sí su condición fundamental, pues implica que la sociedad queda
abandonada a sus propias fuerzas.
En la
década de los 60 se inicia la explotación del petróleo por parte de
A
partir de 1977 el fenómeno del narcotráfico hace su aparición en estos
territorios, ubicando en ellos una fuente de materia prima para la producción de
sicoactivos y generando entre sus pobladores el espejismo del enriquecimiento
rápido. Este fenómeno es quizás el que más hace complejos los conflictos,
primero porque es una actividad ilegal con consecuencias negativas en lo
cultural y lo ambiental y segundo porque en la actualidad tiene una relación
funcional con actores armados de diversa índole.
El
proceso de producción de cocaína es bastante simple, no requiere grandes
extensiones de tierra, mano de obra muy calificada, ni grandes inversiones de
capital. Es evidente que las grandes ganancias de la industria de la cocaína no
proceden del proceso productivo como tal. La inmensa remuneración de los
factores productivos involucrados no refleja su costo de oportunidad[6].
Como se ha constatado en numerosos estudios,
los grandes márgenes de rentabilidad de la cocaína surgen del costo del alto
riesgo que implica el carácter ilegal del negocio. En suma, las ganancias
sustantivas del negocio no se quedan en la etapa productiva, por lo tanto la
inversión privada en las regiones productoras es mínima, quedando en éstas el
deterioro ambiental por el uso de químicos y la tala de bosques; el deterioro
social por la cultura de la ilegalidad; la presencia de actores armados y el
espejismo del enriquecimiento rápido.
La
hipótesis que aquí se pretende demostrar es que tanto el modelo económico
extractivista con tintes de ilegalidad en las últimas décadas y la ausencia de
una política pública de desarrollo integral para
Desde ese enfoque, aquí se desarrollan una serie de análisis de los procesos de colonización del territorio; la economía de la coca; las políticas de Estado para erradicar estos cultivos; las movilizaciones campesinas y sus respectivos resultados, y el Plan Colombia propuesto y desarrollado por el Gobierno de Andrés Pastrana.
CAPÍTULO I
EL
CAUCHO,
Desde
la mitad del siglo 19 comerciantes de Pasto navegaban por el río Putumayo hasta
Manaos y Belén del Pará en el Brasil en canoas de remo y en balsas con productos
del interior Colombiano: zapatos, cigarros, barnices…., y volvían con hierro,
sal, licores y otros productos extranjeros[7].
A
mediados del siglo XIX exploradores Colombianos y Peruanos empezaron a explotar
el caucho, la balata, la tagua y la quina, que por aquella época se vendía a
buen precio.
Por
los años de 1867 Mocoa era punto convergente para comerciantes de distintos
sitios de Colombia: allí cambiaban la quina, el caucho, la zarzaparrilla y los
artículos nacionales llevados allá desde Pasto, por artículos importados del
Brasil y del Perú. Este pueblo llego a tener por entonces aproximadamente 3.000
habitantes[8].
Se
puede decir que la primera ocupación del Putumayo fue llevada a cabo por los
negociantes Colombianos del Caucho. Al respecto, el Libro Rojo del Putumayo trae
a colación las notas de un misionero Francés que visitó la región en 1895, en
las que se menciona que en 1875 en Mocoa habitaban un buen número de blancos y
que los hermanos Reyes formaron una compañía para la explotación y exportación
de la quina y que durante muchos años efectuaron un activo negocio que
posteriormente no pudo sostenerse y fracasó[9].
La
época de explotación del caucho dejó un buen número de espacios geográficos
ocupados en la región cuya dependencia exclusiva del comercio de este producto
hizo que algunas desaparecieran o perdieran auge cuando el negocio perdió valor.
La
motivación exclusivamente rentística mediante la cual se explotó el caucho no
generó un verdadero proceso de colonización, prueba de ello es que en 1896 los
artículos que tanto habían movido el comercio en el Putumayo perdieron su
fabuloso valor, se fueron los empresarios, y las familias blancas que habían
dado vida a Mocoa quedaron reducidas a un grupo muy exiguo[10].
Quizás el verdadero y primer empeño de poblamiento y colonización de esta región
estuvo a cargo de las misiones católicas representadas por los Capuchinos que a
partir de 1893 propiciaron una primera excursión evangelizadora por el Putumayo.
Los misioneros encargados de esta primera travesía encontraron reducidos a unos
pocos ranchos muchos de los centros de comercio del caucho. En 1896 el Obispo de
Pasto encargó a los Capuchinos hacer la fundación definitiva de Mocoa e iniciar
el proceso evangelizador de manera integral, es decir fundar pueblos, escuelas y
levantar caminos que les permitieran a los pobladores de esta región conectarse
con el resto del País[11].
Este
proceso de poblamiento y colonización de los capuchinos se extiende hasta 1929,
año en el que renuncia el Padre Fidel de Monclart, quién fue el principal
promotor de la misión evangelizadora. De esta época es preciso destacar avances
en materia de construcción de pequeñas comunidades cuya cohesión social estuvo
profundamente ligada a la fe católica hasta muchos años después. En lo económico
se promovió la minería y la agricultura que aunque en pequeña escala sirvió para
el autoconsumo y para menores intercambios comerciales. Hay que resaltar las
importantes corrientes migratorias de los pueblos de Nariño hacia el Putumayo,
que quizás gracias a las misiones católicas no llegaron con el propósito de
obtener riquezas y abandonar la región como sucedió con la explotación del
caucho, sino con el objetivo de ocupar y aprovechar la tierra mediante pequeños
proyectos agrícolas y mineros.
La
misión capuchina en el Putumayo representó un esquema de convivencia entre los
regímenes civil y eclesiástico[12],
que dicho de manera más cruda significó la delegación a la misión capuchina de
las funciones propias del Estado, permitiendo así la conformación de un tejido
social confesional más no civil, que aún en nuestros días dificulta la
construcción de una ética civil y la legitimación del Estado de Derecho en el
territorio. Fue tan determinante en lo político y social la presencia capuchina
durante la primera mitad del siglo XX, que en 1918 en vísperas de una elección
presidencial Fray Fidel de Monclart
mediante una circular de la prefectura apostólica expresó lo siguiente:
“Son los liberales conocidos por su odio
sistemático al catolicismo. No necesitamos recordarles los atropellos cometidos
por el liberalismo contra la religión.......”[13]
En lo económico, la misión capuchina adelantó una intensa actividad agraria comprando tierras y arrendándolas a las comunidades indígenas replicando el clásico sistema de la hacienda[14], con sus características de inequidad y exclusión.
Con la renuncia de Fray Fidel de Monclart en 1929 pierde auge la colonización capuchina. Poco tiempo después de este suceso estalla el conflicto Colombo-Peruano que obliga al Estado Colombiano a fortalecer su presencia para salvaguardar la frontera sur, iniciando así un nuevo tipo de colonización: la militar.
Para
la época en que se iniciaba el conflicto, Colombia no tenía un solo destacamento
militar ni en el Putumayo ni en el Caquetá[15],
por lo tanto durante el conflicto y luego de él, por lo menos durante unos años,
la presencia militar en la frontera con Perú se convirtió en una
política de Estado.
Quizás el conflicto Colombo-Peruano llamó la atención del gobierno Colombiano
acerca de la importancia de la región amazónica y como consecuencia de ello se
inició desde los años treinta la estrategia de “Colombianización” de la
frontera, dentro de la cual el ejército jugaba un papel protagónico en la
orientación de la colonización.
La
presencia militar en Puerto Leguízamo,
Conviene señalar que la colonización militar, a pesar de ser una respuesta
positiva del Gobierno Colombiano a las pretensiones Peruanas en la región, no
representó la puesta en marcha de un proceso integrado de desarrollo regional,
pues al final significó únicamente la revitalización de poblados alrededor de la
presencia de la tropa sin que aquellos fueran insertados al resto del país como
un espacio geopolíticamente estratégico en la construcción del Estado y
La ya
iniciada corriente migratoria desde Nariño hacia el Putumayo prosigue durante
los años 40 y 50, concentrándose inicialmente sobre el Valle de Sibundoy y luego
dispersándose hacia el sur hasta alcanzar la ribera del Río Caquetá. La
colonización continuó siguiendo la vía de San Sebastián, Santa Rosa y Descanse
en el Cauca hasta Yunguillo y Mocoa. Desde el Huila la migración se desarrolló
desde Pitalito, San Agustín, pasando por
A
finales de la década del 50 las migraciones Nariñenses, Caucana y Huilense se
habían consolidado sobre Mocoa y Puerto Asís, en un proceso de colonización que
ocasiono desplazamientos de las comunidades indígenas Inga, Siona y Kofán.[17]
Al
parecer Colombia extendió su frontera hacia
En
1953, la clase dirigente de Nariño desarrolló un intenso cabildeo para lograr
que el Gobierno Nacional anexara la entonces Comisaria Especial del Putumayo al
Departamento de Nariño, según ellos, con el propósito de adelantar un plan de
fomento agropecuario. En el mismo año la anexión fue un hecho, sin embargo en
1959 mediante decreto fue reestablecida
A partir de 1965 Puerto Asís se
convirtió en el eje de la exploración petrolera, actividad que atrajo una nueva
ola migratoria, esta vez no solamente de los Departamentos vecinos sino también
de Departamentos como Antioquía y Valle del Cauca.
La
era del Petróleo propicio toda una serie de expectativas de desarrollo regional
que al final, quizás por la ausencia de un plan consistente, integral y
prospectivo de inversiones, no se hicieron realidad. Para desfortuna del
territorio, luego de ser uno de los de mayor producción petrolera del País, hoy
puede concluirse que en términos de aporte al desarrollo regional, esta era tan
solo dejo unos cuantos carreteables construidos en la zona de explotación del
hidrocarburo. Al igual que con la explotación del caucho la inmensa mayoría de
la rentabilidad de los recursos naturales extraídos se habían ido de la región.
Como
bien lo señala José Jairo González, a pesar de las nuevas condiciones
socioeconómicas regionales(gracias al petróleo) la colonización del Putumayo
encontraba en la precariedad de sus vías de comunicación, la carencia de
mercados regionales y la escasa asistencia social y técnica, pero sobre todo en
la carencia de organización comunal(campesina o indígena), los mayores
obstáculos para un verdadero desarrollo.[18]
La
era del petróleo consolidó el sector terciario de la economía regional, es decir
promovió el intercambio de bienes y servicios destinados a los contingentes de
trabajadores de los campos petroleros, pero poco o nada sirvió para implementar
un proceso de conformación y articulación de los sectores primario y secundario
de la economía del territorio. También hay que señalar que el ingreso de los
recursos de las regalías del petróleo a los presupuestos de las entidades
territoriales de la región fortaleció en algunos centros urbanos una cultura
burocrática que a su vez propicio en la comunidad la construcción de una idea
paternalista y asistencialista del Estado. Visión que aún hoy se expresa en toda
su dimensión y hace difícil un renovado imaginario colectivo sobre el papel del
Estado.
Hay
quienes señalan el año de 1977 como el inicio de los cultivos de hoja de coca en
el Putumayo con fines de transformación en sicoactivos, sin embargo el trabajo
de María Victoria Rivera ubica en 1983 la aparición de cultivos comerciales de
coca en el municipio de Puerto Asís, proveniente de Bolívar y Almaguer en el
Cauca, de donde llegaron los primeros cultivadores con la variedad Peruana
llamada Tingo María, de mayor
rendimiento que la nativa.[19]
Entre
1983 y 1989 el cultivo de hoja de coca con fines comerciales se extendió desde
Puerto Guzmán hasta Curillo por toda la ribera del río Caquetá, desde Puerto
Asís hasta Puerto Ospina por la ribera del Río Putumayo y por las riberas del
río San Miguel y Guamuéz incluyendo las zonas rurales de los municipios de
La
colonización del petróleo y de la coca tiene otra coincidencia adicional: el
propósito de venir a la región a enriquecerse y abandonarla, buscando
desarrollar inversiones fuera de ella; a diferencia de la colonización Nariñense
y Caucana de mitad del siglo XX, que a pesar de tener motivaciones de riqueza en
tierras o en minería, era producto de la expulsión del interior del país y tenía
el propósito de asentarse en la región y desarrollar todo un proyecto de vida,
ello explica que el Valle de Sibundoy y Mocoa(colonizaciones marcadamente
Nariñenses) cuenten con tres y cuatro generaciones de muchas familias llegadas a
la región en la primera mitad del siglo XX.
Quizás una de las causas que más incidieron en el establecimiento y expansión de
los cultivos de coca en el Putumayo fue la crisis del sector rural del interior
del País. La ausencia de una reforma agraria integral sumada a las crecientes
medidas proteccionistas de los países desarrollados a favor de sus productos, ha
desencadenado en Colombia una problemática profunda de los habitantes del campo.
En el mercado mundial los precios para el conjunto de los productos agrícolas
cayeron en un 54%, los de los alimentos en 58% y los de los cereales en 33%[20].
No
obstante el ciclo recesivo en que entró el cultivo de la coca a finales de los
ochenta, así como las políticas Antinarcóticos desarrolladas en la región, los
cultivos continuaron extendiéndose selva adentro durante la década de los
noventa hasta representar en 1999 la tercera parte del total de hectáreas
cultivadas en todo el País.[21]
Dos
décadas bajo la influencia de los cultivos comerciales de coca han provocado en
el Putumayo un intenso clima de violencia por la intervención de actores armados
en el negocio y por las características de justicia privada que suele construir
el narcotráfico en las distintas fases de la industria de la cocaína. Al lado de
lo anterior, la producción de coca ha desencadenado una serie de contravalores
como el enriquecimiento rápido, el individualismo, el alcoholismo, la
prostitución, el consumismo desbordado; dificultando así el desarrollo de
sentidos de pertenencia territorial, la generación de lazos de solidaridad y la
construcción de imaginarios de lo público o colectivo en lo político y lo
social. En suma, ha bloqueado el desarrollo regional.
Como
puede leerse atrás los procesos de colonización de los siglos XIX y XX en el
Putumayo se encuentran marcados por la existencia de un buen numero de
Colombianos en búsqueda de un espacio donde asentarse, quizás algunos con el
propósito de luego abandonarlo, pero en todo caso con la intención de lograr una
vida mejor para sí mismos y sus familias. Espacios vitales que no lograron
construir y consolidar en el interior del País. En esas condiciones, primero los
sedujo el caucho, luego el petróleo y finalmente la coca.
En
ese sentido, el trabajo de José Jairo González subraya el contenido
profundamente social de la colonización, que en algunos casos se confunde con un
movimiento social, incluso con un movimiento de resistencia de los sectores
campesinos que se negaron a desaparecer de la faz de la tierra, pese a la
violencia y a la modernización(la apertura económica, nefasta para el campo
Colombiano). Recuerda el mismo autor que en Colombia no tuvimos una reforma
agraria, al estilo de
CAPÍTULO II
ECONOMIA COCALERA: Pobreza y Violencia.
1. Generalidades de la economía de la coca en el Putumayo
Los
cultivos de hoja de coca se inscriben como parte de un proceso histórico en el
Putumayo, caracterizado por la dinámica económica de apropiación selectiva de
recursos naturales a través de sistemas de bajo costo, para beneficio de grupos
ajenos a la región.[23]
En
efecto, durante el período republicano se encuentra marcada esta expresión
selectiva y extractivista de la economía regional. Caucho, balata, chicle,
pieles y petróleo. A partir de 1977 el fenómeno del narcotráfico hace su
aparición en estos territorios, ubicando en ellos una fuente de materia prima
para la producción de sicoactivos y propiciando entre sus pobladores el
espejismo del enriquecimiento rápido.
Lo
anterior explica que en las dos últimas décadas se presente un sensible
incremento poblacional en el eje Amazonia-Orinoquia y explica también la
ampliación de la frontera agrícola. En los últimos tres años, es decir de 1996 a
1999, el Putumayo ha pasado de tener 17.000 hectáreas cultivadas de coca[24]
a 68.702[25].
La
dinámica económica derivada del cultivo de hoja de coca se desarrolla en cinco
etapas: el cultivo, la producción de la pasta o base, la refinación de la coca
en cocaína, su exportación a los mercados consumidores y su distribución dentro
de los mercados importadores.
De
estas cinco etapas, en el Putumayo se surten las dos primeras, y en algunos
casos la tercera, las cuales conforman lo que se conoce como economía de la coca
o economía cocalera, para la cual hay que distinguir dos tipos de sembradores de
hoja de coca y de transformadores en pasta o base de coca.
Unos
son los colonos que tienen en su tierra cultivos de pancoger (yuca, plátano,
etc.) y adicionalmente tienen unas pocas hectáreas de coca. En sus casas los
colonos pican las hojas, las salan con cemento, y les agregan amoníaco, ácido
sulfúrico y gasolina para producir base de coca. De dos libras de hojas se
extrae aproximadamente un gramo de base.
[26]
Los
segundos son los grandes cultivadores, que tienen extensiones entre 40 y 100
hectáreas sembradas de hoja de coca y ocupan una población trashumante de
jornaleros venidos desde diferentes regiones del país, conocidos como
“raspachines”. Por lo general estos grandes cultivadores poseen también la
infraestructura para transformar las hojas en base de coca, o si no la poseen
exclusivamente, lo hacen en asocio con otros cultivadores.
En el
Putumayo, como en el Caquetá y en el Guaviare, la dinámica económica de la coca
se desarrolla desde que el cultivador vende la base de coca para
luego pasar a los laboratorios en donde se realiza el proceso de
transformación en cocaína o hidrocloruro de cocaína. En la primera fase el
campesino recibe el pago por su venta, si son grandes extensiones de tierra
cultivada, es decir 40 o 50 hectáreas, el propietario contrata un número
determinado de jornaleros para recoger la hoja y transformarla en base de coca.
En los laboratorios, los propietarios enganchan también un número determinado de
trabajadores.
Los
centros urbanos de los municipios productores participan ampliamente de los
beneficios económicos de la actividad. La generación de empleo urbano en estos
municipios esta relacionada con toda la cadena de producción y transformación de
la coca. Los comercios locales proveen a los colonos desde alimentos, ropa,
electrodomésticos e insumos hasta equipos como generadores eléctricos, hornos
microondas, motores fuera de borda, lanchas, carros, etc.[27].
La
especialización progresiva del Putumayo en las tres primeras etapas de la cadena
internacional del narcotráfico no solo genera unas ganancias económicas ínfimas
respecto a las etapas finales que se surten en los Países consumidores, sino que
también ha provocado la “pauperización” del campesinado cultivador de hoja de
coca.[28]
En efecto, lejos de enriquecerse los campesinos cultivadores de hoja de coca en
el Putumayo han quedado ha merced de los ciclos de bonanza o de recesión, de la
actitud coercitiva de los actores armados ilegales y de los efectos negativos de
las políticas antinarcóticos como la aspersión aérea y la interdicción judicial.
Para
ilustrar mejor la situación económica de los campesinos cocaleros del Putumayo
vale la pena observar un desagregado de sus ingresos para 1998: para este año un
kilo de pasta valía un millón doscientos mil pesos $1.200.000,oo. Después de
deducir el costo de los fertilizantes, herbicidas, insecticidas, fungicidas,
mano de obra y químicos para el procesamiento, la ganancia que obtenía el
campesino por hectárea recogida, era de trescientos diecisiete mil ciento quince
pesos $317.115,oo[29].
Por un plante de tres hectáreas que es el promedio en el área, una familia
recibía cada dos meses novecientos cincuenta mil pesos $950.000,oo, es decir
cuatrocientos setenta y cinco mil pesos $475.000,oo mensuales, que significaba
para la época casi el doble del salario mínimo, sin embargo la tendencia general
es que cada año los campesinos reciben menos[30],
prueba de ello resulta ser una tabla publicada en el libro de María Clemencia
Ramírez[31]en
la que se demuestra que a medida que pasan los años por un gramo de coca
producido por los campesinos se paga menos, por ejemplo en 1983 un gramo costaba
13,95 dólares, en 1994 por el gramo se pagaban 0,96 dólares y en 1998 se pagaban
0,83 dólares
Esta
tendencia del negocio de las drogas ilícitas de empobrecimiento del campesino
cocalero puede evidenciarse en el análisis que Ibán de Rementería realizó en el
Perú: en 1980 los campesinos cocaleros de ese País participaron del 0,5% del
valor final y en 1990 su participación del precio final se redujo al 0.09%[32].
Esta situación de cada vez menor participación del campesino en el precio final
tiene una explicación lógica: el carácter de ilegalidad del narcotráfico hace
que su valor sea una representación del riesgo que corre el negocio en sus
diversas etapas, en unas más que en otras, y se entiende que los mayores riesgos
se asumen cada vez más en el tráfico y la distribución, por lo tanto el precio
suele aumentar en ellos y disminuir en la etapa de producción de la materia
prima.
El
caso del Putumayo es prácticamente idéntico debido a que las lógicas y patrones
del narcotráfico son internacionales. En estos términos la economía cocalera
representa para esta región otra expresión del modelo extractivista imperante a
lo largo de su historia, porque significa la extracción de materia prima a cada
vez más bajo costo, sin que la agregación de valor se extienda a los productores
primarios.
Adicional a lo anterior, hay que subrayar que la cadena del narcotráfico tiene
efectos perversos en las economías de los espacios urbanos en donde se surten
sus primeras etapas, que suelen ser regiones de reciente colonización, en las
cuales, gracias a los patrones de conducta propios de los intermediarios del
narcotráfico, y a su época de bonanza entre 1979 y 1984, se estimuló el consumo
suntuario en detrimento del ahorro y de la inversión productiva que a su vez
profundizó fenómenos como el rentismo[33]
y la corrupción.
La
economía de la coca en el Putumayo, aparte de un transitorio estimulo al
comercio local, no ha derivado a sus pobladores efectos positivos. Sin ahorro,
sin inversión productiva y sin mejoramiento en la calidad de vida de sus
habitantes, al lado de la presión Estatal mediante la política antidrogas y la
coerción permanentemente ejercida por los actores armados ilegales, se vislumbra
un oscuro panorama para el territorio de este Departamento en lo que a su
desarrollo económico se refiere.
De
otra parte, en el desenlace de la dinámica económica cocalera, el ajuste privado
de cuentas desplazó cualquier intervención institucional para resolver los
conflictos y se hizo evidente la ausencia del Estado para preservar el más
fundamental de los derechos: la vida.
Al
respecto el Departamento Administrativo de Salud del Putumayo realizó un estudio
epidemiológico de la violencia en ese Departamento cuyos resultados evidencian
la dimensión de este fenómeno:
Las
muertes violentas predominan en el Putumayo sobre las demás causas de muerte,
con una tendencia ascendente desde 1990, año en que registró el 36%, para pasar
a constituir el 51% de las muertes en 1996, es decir de cada 100 defunciones 51
murieron por alguna causa violenta[34].
El
comportamiento de las tasas de mortalidad por causa violenta calculada por
100.000 habitantes para fines comparativos, en el período de 1990 a 1996, varía
entre 91.1 por cada cien mil habitantes en 1991 y 205.3 en 1996. Tasas muy por
encima de la nacional que para el año de 1995, registró 129 homicidios por cada
100.000 habitantes[35].
GRAFICO 1
GRAFICO 2
TASA X 1.000 HBTES.
|
A Ñ O S |
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
MUNICIPIOS |
1991 |
|
1992 |
|
1993 |
|
1994 |
|
1995 |
|
1996 |
|
1997 |
|
1998 |
|
1991-1998 |
|
CASOS |
TASA |
CASOS |
TASA |
CASOS |
TASA |
CASOS |
TASA |
CASOS |
TASA |
CASOS |
TASA |
CASOS |
TASA |
CASOS |
TASA |
T. CASOS |
MOCOA |
41 |
1.06 |
39 |
0.97 |
35 |
1.49 |
23 |
0.95 |
14 |
0.56 |
14 |
0.55 |
14 |
0.53 |
17 |
0.6 |
197 |
VILLAGARZON |
12 |
0.48 |
18 |
0.7 |
15 |
0.56 |
16 |
0.58 |
13 |
0.45 |
12 |
0.72 |
31 |
1.79 |
19 |
1.1 |
136 |
GUZMAN |
|
|
|
|
40 |
2.23 |
44 |
2.37 |
38 |
1.98 |
26 |
1.05 |
30 |
1.17 |
7 |
0.26 |
185 |
ASIS |
76 |
1.37 |
112 |
1.95 |
86 |
1.92 |
94 |
2.03 |
164 |
3.42 |
160 |
3.67 |
167 |
3.7 |
193 |
4.1 |
1052 |
CAICEDO |
|
|
|
|
7 |
0.48 |
10 |
0.66 |
27 |
1.73 |
34 |
1.92 |
48 |
2.62 |
30 |
1.6 |
156 |
ORITO |
18 |
0.79 |
48 |
2.04 |
61 |
2.51 |
45 |
1.79 |
59 |
2.26 |
46 |
1.61 |
78 |
2.64 |
23 |
0.7 |
378 |
GUAMUES |
37 |
1.05 |
46 |
1.27 |
82 |
2.18 |
95 |
2.44 |
114 |
4.67 |
99 |
3.15 |
109 |
3.35 |
100 |
3 |
682 |
SAN MIGUEL |
0 |
0 |
0 |
0 |
0 |
0 |
0 |
0 |
57 |
3.59 |
83 |
4.15 |
83 |
4.01 |
12 |
0.6 |
235 |
SIBUNDOY |
2 |
0.25 |
1 |
0.12 |
0 |
0 |
2 |
0.23 |
1 |
0.11 |
1 |
0.09 |
0 |
0 |
3 |
0.2 |
10 |
S. FRANCISCO |
2 |
0.47 |
2 |
0.46 |
4 |
0.88 |
1 |
0.21 |
4 |
0.82 |
3 |
0.56 |
2 |
0.36 |
4 |
0.7 |
22 |
SANTIAGO |
1 |
0.17 |
1 |
0.16 |
0 |
0 |
4 |
0.62 |
6 |
0.89 |
2 |
0.32 |
2 |
0.31 |
0 |
0 |
16 |
COLON |
3 |
1.07 |
1 |
0.34 |
1 |
0.33 |
1 |
0.32 |
0 |
0 |
1 |
0.28 |
1 |
0.27 |
1 |
0.3 |
9 |
LEGUIZAMO |
3 |
0.18 |
15 |
0.89 |
3 |
0.17 |
12 |
0.66 |
10 |
0.53 |
35 |
1.78 |
33 |
1.62 |
12 |
0.6 |
123 |
PUTUMAYO |
195 |
0.91 |
283 |
1.28 |
334 |
1.46 |
347 |
1.46 |
507 |
2.06 |
516 |
2.03 |
598 |
2.27 |
421 |
1.5 |
3.201 |
FUENTE :
Registros de Notarías, Alcaldías .
SIS 188.Sección
Estadística DASALUD. |
|
|
|
|
|
||||||||||||
Tasa por 1.000 habitantes |
|
|
|
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|
La
relación entre economía cocalera y muertes violentas es tan evidente que las
tasas de homicidio desagregadas por municipio, tal y como aparecen en el cuadro
inmediatamente anterior, demuestran que en aquellos municipios donde más se
cultiva coca se presentan más homicidios, caso contrario ocurre en los
municipios cuyos territorios no tienen este tipo de cultivos, pues presentan las
tasas de homicidio más bajas. Por ejemplo, los municipios de Puerto Asís y el
Valle del Guamuéz que son quizás los de mayor número de hectáreas cultivadas
presentan en los tres últimos años las tasas de homicidio más altas. Todo lo
contrario ocurre en el municipio de Colón que tiene la tasa de homicidios más
baja de los últimos años y en su territorio no hay una sola hectárea cultivada
de coca(observar el cuadro inmediatamente anterior que contiene las tasas de
homicidios por municipio).
Datos
más recientes: durante todo el año 2001 se presentaron 216 homicidios y entre
enero y julio del año 2002 ya se registraban 302 homicidios.[36]
2.
El
conflicto armado en Colombia ha venido adquiriendo en las últimas décadas nuevas
facetas, entre las cuales se destaca la persistencia del mismo a la
disponibilidad de rentas. Uno de los factores explicativos de la antigüedad del
conflicto Colombiano es la existencia de rentas que les permite a los grupos
armados instalarse en la economía civil y en sus bonanzas. Se configuró así una
espiral en la que el objetivo de expandirse motiva la búsqueda de rentas, y a su
vez, la búsqueda de rentas obliga a expandirse precisamente hacia los
territorios de bonanza, quedando imbricados de esa manera los propósitos
político-millitares de control territorial y poblacional con los objetivos
meramente económicos.
Mientras las rentas no fueron extraordinarias, el crecimiento de los grupos
armados tampoco lo fue, de manera que el conflicto Colombiano era persistente
pero no había un escalamiento dramático del mismo. Con la aparición de los
cultivos de uso ilícito que encontraron en la presencia de grupos armados
ilegales una ventaja comparativa inicial(que no estaba presente en otros países
productores)para la sustitución de importaciones de la materia prima(motivada
por los riesgos crecientes de incautación enfrentados por los narcotraficantes
en Perú y Bolivia), las rentas al alcance de los grupos armados crecieron
estrepitosamente y con ellas, los grupos armados mismos. De ahí que la droga
haya sido un factor de rápido escalamiento del conflicto.[37]
Con
la expansión de los cultivos de uso ilícito, los grupos armados y en especial
las FARC tuvieron la oportunidad de crecer en su rol de administradores de la
ilegalidad e iniciar su propia construcción como Estado embrionario, es decir,
como recaudador de impuestos (gramaje) y proveedor de seguridad y justicia como
bienes posicionales en sus zonas históricas y en sus zonas de influencia.
Entre
1981 y 1982 cuando se llevó a cabo la séptima conferencia de las FARC, los
factores de orden militar juegan un papel muy importante; la organización pasa a
llamarse FARC-EP, dando a entender que era un ejército del pueblo. A partir de
esta conferencia se consolidan los frentes, el estado mayor y el secretariado[38].
En la
década de los ochenta la coca empieza a jugar un papel definitivo en la
financiación de la organización guerrillera y ello explica el número creciente
de frentes en Meta, Guaviare, Caquetá y Putumayo. Además de ello, como
circunstancia favorable se sumó la firma de la tregua con
Buena
parte del territorio del bajo Putumayo hace parte del corredor estratégico
militar y financiero de esta organización, que va desde
Los
frentes que operan en el Piedemonte del Departamento y en la subregión conocida
como el “bajo Putumayo”, tienen una relación directa con la economía de la coca
por el cobro del “Gramaje” a los compradores de base de coca, “impuesto” que se
paga en los sitios de salida del producto o en las pistas clandestinas, y que
equivale a cierta cantidad de dinero por kilo de base que salga de la zona.
Incluso, en los últimos años las FARC han empezado a comprar directamente la
base de coca, es decir han pasado de cobrar impuesto a ejercer la intermediación[39],
circunstancia que ha hecho que estos frentes
de las FARC regulen la dinámica de la economía cocalera en importantes zonas del
Departamento.
Se
estima que de los 200 billones de pesos de capital que se cree poseen
En
1999 los ingresos de las FARC se estiman en 352.161 millones de pesos, de los
cuales 225.941 millones, es decir aproximadamente el 70%, provienen de
actividades relacionadas con los cultivos ilícitos[41].
Si se tiene en cuenta que en 1999 el Putumayo es el Departamento con el mayor
número de hectáreas cultivadas de coca, se puede concluir que éste es un
territorio estratégico para las FARC EP.
De otra parte,
En mayo de 1997 se anuncia la llegada de los paramilitares a la región y efectivamente en los municipios de Villagarzón y Puerto Asís aparecen graffitis de los paramilitares.[43]
En febrero de 1998 el Alcalde de Puerto Asís manifiesta ante los medios de comunicación del País su preocupación porque a su despacho habían llegado noticias relacionadas con el ingreso masivo de grupos de autodefensa a su municipio y a otros del bajo Putumayo.
En junio de 1998
es aprobado por
Así, la confrontación armada se mezcla con una confrontación de mercado, pues la estrategia paramilitar ha consistido en cobrar un “impuesto” de menor valor del que cobra la guerrilla[45], al punto que en los primeros meses del año 2000 las FARC ordenaron a los campesinos del bajo Putumayo dejar de cosechar coca, como medida para cerrarle el paso a los “paramilitares” que pretenden extenderse a todo el bajo Putumayo, debido a que, al parecer, las FARC se vieron en desventaja porque las AUTODEFENSAS pagaron al cultivador de coca dos millones seiscientos mil pesos $2.600.000,oo por kilo de coca, en tanto que las FARC lo hicieron por dos millones de pesos $2.000.000.oo[46]
Tanto las FARC como las AUC en medio de la confrontación han ido consolidando territorios y por ende monopolizando la economía de la coca en el bajo Putumayo, que se constituye en la principal fuente financiera de sus organizaciones armadas.
En este contexto el campesino cocalero y el colono asentado en las zonas urbanas, esta a merced de las prácticas y las conductas que impone el actor armado presente en determinada área geográfica. En lo económico regulan la actividad cocalera que es la predominante en la región; en lo social, por lo general resuelven desde los conflictos planteados alrededor del comercio de la coca hasta los de carácter privado como los familiares y de pareja; y en lo político, aunque existen autoridades locales, éstas, en la práctica, tienen que asumir ciertos niveles de convivencia con los actores armados para poder gobernar con relativa tranquilidad y estabilidad, lo que en la realidad significa ni más ni menos que la claudicación de la única expresión de Estado que existe en la región.
Esta realidad no es solamente un problema de orden militar y de ejercicio de la soberanía, es más un vacío de legitimidad del Estado de Derecho, pues éste no resuelve los conflictos, no ha sido capaz de proyectar un desarrollo estructural en lo económico y social en la región, y lo que es peor, viene siendo suplantado por un paraestado representado en los actores armados ilegales, desfigurando en el imaginario colectivo la idea de la institucionalidad como el escenario en el que se resuelven los conflictos y en el que esta representada la sociedad para la puesta en marcha de intereses públicos.
CAPÍTULO III
1.
Comentarios generales a la política antidrogas.
En
Colombia, a principios del siglo XX se inició la prohibición legal a la
producción y comercio de sicoactivos. Estas políticas restrictivas aumentaron a
lo largo del siglo como consecuencia de los convenios internacionales.
En
las tres últimas décadas se ha incrementado alarmantemente el consumo de
sicoactivos en el mundo y en las últimas dos décadas Colombia se ha convertido
en uno de los principales productores de la materia prima de éstos.
La
alarma mundial por el consumo y producción de drogas sicoactivas ha generado por
parte de los Gobiernos dos tipos de políticas: contra la demanda y contra la
oferta.
Las
segundas han sido desarrolladas en Colombia. Las políticas contra la oferta
incluyen acciones jurídico - policiales contra la producción de materia prima e
insumos para la transformación de ésta en sicoactivo y unas políticas con
énfasis social destinadas a crear las condiciones para el desarrollo de un
sistema productivo legal que permita sustituir los cultivos de uso ilícito.
Todas las anteriores conforman lo que se conoce bajo el nombre de la política
antidrogas.
Una
de las características más relevantes de la política antidrogas resulta ser el
desequilibrio en el enfoque de la corresponsabilidad entre países en su diseño y
ejecución, pues aunque los países consumidores desarrollan acciones contra el
consumo y para prevenir el mismo, en el proceso de formulación de sus políticas
lo hacen con total autonomía, con sus propias lógicas y tiempos; en tanto que
para el caso de los países productores, en el proceso de formulación de su
política antidrogas tienen una fuerte intervención por parte de los países
consumidores, en especial los Estados Unidos de Norteamérica.
Desde
la administración de Jimmy Carter (1976-1980) la política de Estados Unidos se
ha orientado a controlar el ingreso de drogas y presionar por la erradicación de
los cultivos mediante el uso de herbicidas. Esto significó en 1981 eliminar
restricciones legales,
Durante 25 años el ejecutivo y el legislativo de Estados Unidos han recurrido a
diversas estrategias para lograr que el Gobierno Colombiano adopte medidas que
van desde la militarización de la lucha antidrogas (ejército, armada y fuerza
aérea), la erradicación química de cultivos ilegales; el incremento de la
criminalización y rechazo a la legalización; la inadmisibilidad de la
negociación para incorporar a los narcotraficantes a la sociedad y la
extradición de nacionales[48].
Otras estrategias corresponden a la ayuda financiera directa para
actividades de erradicación con la policía y el ejército, la cooperación
judicial, la asistencia técnica para fortalecer la capacidad de represión y
control, y el retiro de beneficios comerciales mediante la controvertida
“Certificación”. Estas medidas han llegado a la situación extrema de intervenir
abiertamente en los asuntos internos de Colombia exigiendo, como ocurrió con el
“Memorando Frechette”, la adopción de leyes, medidas y acciones draconianas en
la lucha antidrogas sin considerar las implicaciones sociales y ambientales que
éstas pudieran acarrear.
En
correspondencia con lo anterior en el orden interno se han implementado
políticas y estrategias. Entre ellas se destacan: la adopción de una legislación
especial concretada en la ley 30 de 1986 destinada a penalizar la producción, el
tráfico y consumo de sicoactivos; y el despliegue de fuerza pública para
destruir cultivos, laboratorios e incautar base de coca. De otra parte, se han
desarrollado planes y programas de desarrollo alternativo con el objetivo de
mejorar las condiciones sociales y económicas de los campesinos cocaleros y así
propiciar la sustitución de los cultivos de hoja de coca.
La
dimensión internacional del problema de las drogas y en consecuencia de la
política antidrogas, hace que ésta sea leída desde diversos intereses. Vale la
pena destacar algunos:
Primero,
desde
la perspectiva de los Estados Unidos es necesario poner el acento de la
represión en las zonas de cultivo, producción, procesamiento y tráfico de
narcóticos más que en los centros de consumo, al parecer porque es más efectivo
para ellos en términos de metas y logros así como de recursos, con un saldo a su
favor en la relación costo-beneficio[49],
ya que en principio, la guerra contra las drogas se libra más por fuera de su
territorio que al interior del mismo. Esta apreciación tiene su lógica en el
contexto de la dinámica histórica de las relaciones internacionales, en la que
cada Estado
juega a hacer
prevalecer sus intereses, y desafortunadamente para Colombia en el escenario de
la negociación internacional nuestra posición es de franca desventaja. De otra
parte, a partir de los sucesos trágicos del 11 de septiembre del 2001 en el
World Trade Center de New York, la política antidrogas ha empezado a representar
para los Estados Unidos un esfuerzo más en la lucha contra el terrorismo, en la
medida en que el negocio de las drogas puede ser una fuente financiera de
organizaciones armadas con fines terroristas.
Segundo,
para
el Estado Colombiano la política antidrogas puede tener un doble significado: de
una parte su ejecución se ha convertido en una oportunidad para “limpiar” su
imagen de “narcodemocracia”, que más allá de un asunto simbólico-moral y de
presentación frente a la comunidad de naciones, representa para Colombia un
posicionamiento relevante frente a los organismos y la banca multilateral en
momentos en que el País no escapa a la agudización de los problemas de
endeudamiento externo que esta viviendo América Latina. Bajo esta perspectiva de
análisis podría pensarse que el comportamiento del Gobierno Colombiano es más
anuente que independiente ante los intereses, sobre todo Norteamericanos, en lo
que a la lucha contra las drogas se refiere. El otro significado que la política
antidrogas puede tener para el Estado Colombiano esta representado en la
necesidad de desarrollar grandes inversiones en las zonas de cultivos de uso
ilícito, que por su histórico marginamiento requieren de numerosos esfuerzos y
recursos para ser articulados a los beneficios del desarrollo. Desde este
enfoque, mediante recursos de cooperación y de crédito el Estado Colombiano ha
venido desarrollando algunas obras importantes sobre todo en materia de
infraestructura vial.
Tercero,
para
el Putumayo, cuya historia esta marcada por un modelo económico de extracción
que ha reproducido pobreza y por un vacío de Estado que no ha sido capaz ni
siquiera de preservar el más fundamental de los derechos de las personas, lo más
lógico es que la expectativa siempre presente de sus pobladores sea la de una
política de Estado que le permita al territorio insertarse en un modelo integral
y equitativo de desarrollo liderado por un verdadero Estado de Derecho. De
alguna manera, y a pesar de las estrategias represivas de la cruzada
internacional contra las drogas, los campesinos cocaleros y en general los
habitantes de esta región han cifrado esperanzas de transformación de su
realidad problemática mediante algunas inversiones sociales derivadas de los
recursos de la política antidrogas, sin embargo hacerla compatible con los
anhelos de desarrollo regional no siempre es fácil pues una y otros suelen tener
maneras distintas de enfocarse y de medirse y en consecuencia sus tiempos y
lógicas varían. En efecto, el desarrollo regional se mide con indicadores
sociales y económicos, la política antidrogas, destinada a combatir la oferta,
se mide por hectáreas erradicadas, laboratorios destruidos y base de coca
incautada. La política antidrogas pretende resultados a corto y en pocas
ocasiones a mediano plazo, el desarrollo regional tiene que ser la consecuencia
no solo de inversiones sino de todo un proceso social que puede tardar un tiempo
considerable. En síntesis, lo más grave para las aspiraciones regionales resulta
ser que en la actualidad la mayor parte de sus expectativas de desarrollo estén
colgadas de la política antidrogas, o dicho de otra manera, que el Estado
pretenda pagar su deuda histórica con este territorio mediante estrategias con
algún énfasis social, pero que al final obedecen al enfoque de la política
contra las drogas y no a enfoques autónomos y estructurales de mejoramiento de
las condiciones de vida de la población.
2.
Comentarios frente a la aspersión aérea o las fumigaciones a los cultivos
de coca en el Putumayo.
Dentro del conjunto de las estrategias de la política antidrogas quizás la más polémica es la de la aspersión aérea o de fumigación de los cultivos de coca por sus efectos ambientales, sociales y por sus cuestionados resultados. Por esa razón a continuación se desarrolla un breve análisis de su ejecución en el Putumayo.
Las
fumigaciones en este Departamento se iniciaron levemente entre julio y agosto de
1997 con la aspersión de 516 hectáreas. Para 1998 se produce una concentración
de las acciones en el municipio de Puerto Guzmán, donde se fumigaron 3.950
hectáreas de coca[50].
Incluso, el trabajo de
El
mismo trabajo llama la atención sobre las características que tuvo la fumigación
en esta región, que bien vale la pena contrastarlas frente a los resultados en
materia de erradicación:
-Carácter indiscriminado, violando todas las disposiciones técnicas en materia
de prevención en salud y medio ambiente.[52]
-La
fumigación generó daños en toda la economía legal y de subsistencia de los
campesinos de la región.[53]
-Según Vargas,
-El
hecho más grave e irregular, constatado en el laboratorio de la facultad de
Ingeniería del Departamento de Ingeniería Civil y Ambiental de
-Durante los años 2001 y lo que va corrido del 2002, fueron fumigadas zonas
rurales de los municipios de Orito,
-En
lógica económica es claro que la fumigación de los cultivos disminuye
sustancialmente la oferta de coca y por lo tanto se convierte en un factor que
presiona el alza en su precio y por ende se constituye en un estimulo a la
expansión de los cultivos; en cambio, la interdicción sin fumigación puede
propiciar un exceso de oferta con dificultades para su comercialización, lo que
al final podría generar una disminución del precio y en consecuencia un
desestímulo a la expansión de los cultivos. En otras palabras, si se desarrolla
una efectiva política contra el narcotráfico –no contra los campesinos-, los
cultivos de coca desaparecen por sustracción de materia, ya que es evidente que
los campesinos cocaleros dependen del narcotráfico y no éste de aquellos. El
ejemplo que confirma lo que acabamos de señalar se presentó en 1995 en el Alto
Huallaga en el Perú, en donde los cultivos desaparecieron en parte por la
política antidrogas y en parte porque, como consecuencia de la misma, la
industria del narcotráfico desplazó hacia otras zonas los cultivos. El
narcotráfico no existe porque hay cultivos ilícitos, aquel existe y sobrevive
todos los embates porque hay demanda de sicoactivos, en especial en el primer
mundo.
-El
desplazamiento de los cultivos por causa de la fumigación es posible constatarlo
de la siguiente manera: Entre 1991 y 1996 el Departamento del Guaviare tenía la
mayor extensión de cultivos de hoja de coca en el País, llegando aproximadamente
a 40.000 hectáreas en 1996 y durante 1995 y 1996 fue objeto de aspersión aérea
al punto de que en 1998 sus cultivos se expandían en aproximadamente 7.000
hectáreas y eran sustancialmente menores que los de Putumayo y Caquetá. A partir
de 1998 se inicia la fumigación en Putumayo y a partir de ese mismo año
reflorece la coca en el Guaviare para llegar a 28.435 hectáreas en 1999.[57]
Un dato muy reciente: el último informe del SIMCI Sistema Integrado de Monitoreo
de Cultivos Ilícitos en Colombia, que registra los avances en materia de
erradicación en Colombia muestra un avance importante en materia de reducción de
hectáreas de coca en Putumayo, advierte un incremento muy significativo de estos
cultivos en el vecino Departamento de Nariño[58]
-De
igual manera, la tendencia de la última década evidencia el efecto globo de los
resultados de aplicación de la estrategia de erradicación por aspersión aérea,
es decir, que en suma el área cultivada no disminuye sino que se traslada a
nuevos lugares de implantación, y por el contrario, en el caso de Colombia se
han incrementado de manera significativa.[59]
-En
reciente editorial, el diario el Tiempo contrasta el parte de éxito de las
aspersiones aéreas con glifosato traducido en un 15% de reducción del área
cultivada en el territorio nacional al finalizar el año 2002, con las
declaraciones de los Gobernadores de los Departamentos de Cauca y Nariño,
quienes expresan que dado que el mayor número de hectáreas asperjadas fueron en
Putumayo, los cultivos se desplazaron hacia sus Departamentos de manera masiva.[60]
-En
la cadena del narcotráfico existen dos eslabones que son victimas del mismo, uno
es el consumidor que merece un tratamiento desde la perspectiva de la salud
pública, y el otro es el campesino pequeño cultivador de hoja de coca, que
merece un tratamiento social. Si a éste último se le fumigan sus cultivos, se lo
desarraiga de su tierra y se lo pone frente a un Estado que en lugar de
brindarle oportunidades reales de desarrollo lo reprime y lo deja en una
situación social y económica compleja.
3.
Síntesis Cronológica de las políticas de desarrollo alternativo en el
Putumayo.
De
acuerdo a lo conceptuado por la cooperación internacional el desarrollo
alternativo significan las políticas, planes y programas destinados a la
sustitución de cultivos de uso ilícito. Con el paso del tiempo este concepto se
amplió hacia la provisión de infraestructura física y social que les permitiera
a los campesinos cultivadores de hoja de coca mejorar sus condiciones de vida.
Las
políticas de desarrollo alternativo en el Putumayo se pueden dividir en tres
momentos: el primero en la administración del Presidente Cesar Gaviria bajo la
denominación de Plan de Desarrollo Alternativo PDA, el segundo con la
implementación del Plan Nacional de Desarrollo Alternativo PLANTE durante el
gobierno de Ernesto Samper y el tercero los programas de desarrollo alternativo
inmersos dentro de la estrategia del Plan Colombia del Presidente Andrés
Pastrana. En cuanto a éste último, unas páginas adelante se dedica un capítulo
exclusivo, por lo tanto en el presente capítulo haremos referencia al PDA y el
PLANTE.
En
1992 con el Plan de Desarrollo Alternativo PDA, financiado por
El
PDA desarrollado en el Putumayo inició casi como una replica del mismo programa
que había sido previamente adelantado en los Departamentos de Cauca y Nariño, lo
que constituyo de entrada un desenfoque frente a las características de suelo
amazónico de las áreas de cultivos de coca en el Putumayo[61].
Para
Putumayo el PDA estableció una meta de reducción de 2.500 hectáreas y en 1993 el
programa logro reducir tan sólo 10 hectáreas[62],
sin contar las nuevas hectáreas cultivadas desde 1992 hasta 1993.
En
1994 con el Gobierno de Ernesto Samper se redefine la política de desarrollo
alternativo para la erradicación de cultivos ilícitos y se crea el Plan Nacional
de Desarrollo Alternativo -PLANTE-, como una propuesta de mejoramiento de las
condiciones de producción e ingreso para pequeños campesinos involucrados en la
siembra de cultivos ilícitos o afectadas por este fenómeno.
Sus
estrategias incluían crédito blando, apoyo en comercialización de cosechas,
asistencia técnica, política de empleo rural, mejoramiento de la infraestructura
de servicios públicos y de la industria agrícola, y participación comunitaria.
La
inversión del PLANTE en el Putumayo en 1995 fue de 40 mil millones 913 mil pesos
cifra que supera el presupuesto departamental del mismo año, sin embargo, los
resultados han sido pobres, pues por una parte se han incrementado las hectáreas
cultivadas con hoja de coca y se ha ampliado la frontera agrícola con las
respectivas consecuencias ambientales y sociales. Quizás el Plante como
estrategia no logró plantear alternativas viables que solucionen a los
campesinos de la región sus problemas de ingresos para persuadirlos a transitar
a una actividad económica lícita.
Como
bien lo plantea Ibán de Rementería lo que el narcotráfico le resolvió a los
campesinos fue el problema de la rentabilidad de los precios en los
mercados agropecuarios[63],
por lo tanto como lo menciona este mismo autor el desarrollo alternativo solo se
completa como concepto y llega a su plenitud como práctica cuando asume el
problema de los mercados agropecuarios y es capaz de encontrar soluciones
pertinentes y relevantes para que los precios de mercado al productor cubran sus
costos de producción, así como los ingresos necesarios para satisfacer sus
necesidades familiares[64].
En resumen, tanto el PDA como el PLANTE no representaron estrategias efectivas de desarrollo alternativo para este Departamento, pues la expansión de los cultivos fue evidente durante la década de los noventa, la misma en la cual se ejecutaron las políticas de Estado aquí reseñadas.
CAPITULO IV
CARTOGRAFIA DE LAS MOVILIZACIONES CAMPESINAS
Motivaciones y actores.
Hasta
principios de la década de los ochenta, a pesar de existir problemas sociales de
carácter estructural en el Putumayo, las tensiones colectivas aún no se habían
hecho manifiestas, o por lo menos no de manera alarmante.
Sin
embargo, la década del ochenta representó para el país
la constatación de la evolución de los conflictos sociales regionales:
Entre 1980 y 1991 la prensa nacional registró 2.634 movilizaciones regionales[65],
orientadas a la búsqueda de mayor presencia estatal en la prestación de
servicios públicos básicos; se hizo evidente en esta década el crecimiento de
las guerrillas en zonas periféricas, donde encontraron terreno abonado para su
expansión; y finalmente, se consolidaron los frentes de colonización hacia el
eje Amazonia-Orinoquia, atraídos principalmente por el cultivo de la hoja de
coca.
En
1982 se desarrolló en el Putumayo un paro cívico en la totalidad del territorio
de la entonces Intendencia Nacional, cuyos propósitos eran reivindicaciones en
materia de servicios públicos fundamentales y desarrollo regional. Su liderazgo
fue ejercido por sectores urbanos, en especial el sindicato del magisterio.
Desde aquella época los medios de comunicación empezaban a llamar la atención
sobre el abandono estatal a esta región y la presencia de cultivos de coca en la
misma[66].
En la
década del 90 empiezan a dibujarse movilizaciones de campesinos. En 1993 se
inició un proceso de movilización en las comunidades del Valle del Guamuéz y San
Miguel motivadas en la grave situación de marginalidad económica y social y la
corrupción administrativa, fenómenos que se reflejan en una situación deplorable
o inexistencia de infraestructura regional(vías, electrificación, servicios
sociales, etc), hasta llegar a la conformación del “Pacto Social Regional” del
25 de octubre de 1994[67].
A partir de ahí los campesinos de la región empezaron a dar cuenta de la
necesidad de poner en marcha ambiciosos procesos de desarrollo como estrategia
viable en el empeño de transformar la economía cocalera, o dicho de otra manera,
de labios de los dirigentes campesinos se inició la argumentación que
relacionaba la existencia de los cultivos de coca con las difíciles condiciones
económicas y sociales del Putumayo. Sobre esa base demandaron del Estado
atención integral para la región e inclusión de la misma en los planes de
desarrollo alternativo.
Entre
finales de 1994 y principios de 1995, como respuesta a
El
punto central del acuerdo fue la implementación de políticas de desarrollo
alternativo como complemento previo de las acciones de erradicación forzosa de
la coca.[68]
A
pesar de lo anterior, luego de año y medio se constataba la insuficiencia de la
política de desarrollo alternativo para darle legitimidad al Estado y en julio
de 1996 se inicia la fumigación aérea en Miraflores(Guaviare), lo que ocasionó
una considerable movilización campesina en ese Departamento.
Aparentemente, la sospecha que lo mismo ocurriera en Putumayo,
desencadenó en este territorio una nueva movilización campesina. Entre
agosto y septiembre de 1996 en una protesta de 26 días se movilizaron, desde la
zona rural hacia los centros urbanos del Putumayo, aproximadamente 100.000
campesinos, de los cuales murieron 7, 72 quedaron heridos y se registraron
perdidas por aproximadamente 55.000 millones de pesos[69].
El
desenlace de las movilizaciones además de traslucir la oposición a la
fumigación, también dejaron ver las reiteradas demandas de antaño en materia de
servicios públicos. Sin existir una versión oficial, se presume que las FARC
intervinieron para animar a los campesinos a involucrarse en las movilizaciones
coadyudando tras bambalinas en la protesta.
Resulta importante desarrollar un análisis a cada uno de los factores que
propiciaron las movilizaciones de 1996:
1. La
fumigación o aspersión aérea de los cultivos de coca y las movilizaciones
campesinas.
Las
fumigaciones en el Putumayo para la época de la protesta aún no se habían
desarrollado, solo en julio y agosto de1997 se inician con la aspersión de 516
hectáreas y en 1998 en el municipio de Puerto Guzmán se fumigaron 3.950
hectáreas.[70]
A
pesar de no haberse dado la fumigación con antelación a las movilizaciones, los
campesinos conocían los riesgos que dicha acción generaba para ellos: en primer
lugar es muy difícil garantizar que la fumigación solamente se dirija a los
grandes cultivos y de ser así los jornaleros de éstos se verían abocados al
desempleo. Paradójicamente, en términos económicos quizás los únicos que tienen
manera de sobrevivir a las aspersiones aéreas son los grandes cultivadores
porque se supone que ellos ya cuentan con un capital que les permite manejar la
situación y buscar alternativas dentro o fuera de la misma actividad.
2.
Demandas por servicios públicos y movilizaciones campesinas.
La
débil presencia del Estado en el Putumayo es una constante histórica. Ello
explica que cualquier movilización con tono de protesta social incluya en su
agenda demandas de mayor presencia estatal.
Si se
revisa las agendas de los planteamientos de movilizaciones sociales de años
atrás se encuentran coincidencias en cuanto a las demandas sociales planteadas
en las marchas campesinas de 1996, como por ejemplo construcción de vías de
comunicación e infraestructura física y social.
Podría pensarse incluso que las demandas de mayor presencia estatal en lo
social, tenían el propósito de matizar una oposición radical a la fumigación
como estrategia de erradicación de los cultivos de coca, sin embargo es
pertinente reconocer que los dirigentes de las movilizaciones plantearon la
oposición a la fumigación y la inversión social en igualdad de condiciones, o
mejor bajo el enfoque de una estrategia integral y social conducente a la
superación de la economía cocalera y el atraso regional.
3.
Las FARC y las movilizaciones campesinas.
La
intervención de las FARC como animadores de las marchas campesinas de 1996 es
quizás el factor que más desdibuja el sentido de las movilizaciones como
protesta social, en la medida en que su presencia se tradujo en una imposición a
los campesinos para que se desplazaran hacia los centros urbanos. Los
testimonios de los campesinos y de conocedores de la región corroboran la
afirmación anterior[71].
La
presencia de este grupo guerrillero tiene una justificación lógica: los cultivos
de coca representan para ellos su mayor fuente de ingresos y una eventual
fumigación se vería reflejada en sus finanzas.
Además, gracias a los cultivos de coca y a la expansión territorial de sus
frentes las FARC han logrado en el sur del país un poder económico y militar. En
consecuencia la gran movilización de campesinos desarrollada en Putumayo,
Caquetá y Guaviare en 1996, representó para las FARC una oportunidad para
demostrarle al país sus inmensos logros en materia de dominio territorial.
Cuando el país observó por televisión las marchas campesinas de los
departamentos del sur, se percató de la dimensión de los cultivos de coca y sus
protagonistas, pero también debió asombrarse de la gran capacidad de
movilización de las FARC en estas regiones del país.
CAPÍTULO V
AGENDA Y NEGOCIACIÓN DE LAS MOVILIZACIONES CAMPESINAS DE 1996.
1.
LOS ACTORES EXPLICITOS Y
Por actores explícitos se señala a quienes participaron de manera directa en las movilizaciones y en las negociaciones que pusieron fin a las marchas campesinas.
Por
la manera como se observó el desarrollo de las movilizaciones campesinas puede
decirse que sus protagonistas fueron los campesinos entre los que se contaron
pequeños cultivadores y jornaleros o recolectores de hoja de coca. Ellos
dirigieron su protesta directamente contra el Gobierno Nacional, de tal manera
que constituyeron a éste en la contraparte de la negociación.
En
principio, se entendió que las movilizaciones correspondían únicamente a una
protesta contra una eventual o anunciada fumigación aérea de los cultivos de
coca, sin embargo en el transcurso de las negociaciones se ventilaron toda una
serie de demandas relacionadas con la necesidad de más y mejores servicios
públicos y una mayor presencia del Estado en las áreas sociales. Es decir, la
agenda planteada para solucionar el conflicto apunta a evitar la fumigación,
ante lo cual se propone una erradicación voluntaria acompañada de una inversión
de obras de infraestructura y una ampliación de coberturas en servicios públicos
fundamentales.
1.1.
Los campesinos cultivadores de hoja de coca.
Los
campesinos cultivadores de coca a nivel Departamental y municipal ni están
organizados como un sector social, ni los campesinos a nivel general conforman
una organización gremial.
En la
etapa de negociación entre el Gobierno y los campesinos actuaron como voceros de
éstos algunos líderes de un
movimiento cívico regional, anteriormente llamado movimiento de unidad
campesina, que desde hace unos pocos años han venido desarrollando propuestas
políticas y electorales que han resultado favorecidas en las contiendas
electorales de algunos municipios.
Es
preciso aclarar que este movimiento cívico no agrupa a la totalidad de las
personas que se movilizaron, o por lo menos no hay manera de corroborarlo,
incluso me atrevo a decir que más que un actor social este movimiento cívico era
un actor político que por razones de su propuesta política y de las
reivindicaciones planteadas en ella encontró un nexo ideológico con las
motivaciones sociales de las movilizaciones. En efecto, este movimiento cívico
se caracterizó, en su actuar político, por la defensa de los derechos humanos y
de los sectores rurales, por lo tanto su actuación en las negociaciones y la
vocería que asumió correspondió más a su visión política que a una verdadera
representatividad de los campesinos.
Hay
que anotar que el enfoque que estos dirigentes le dieron a la movilización y a
su negociación fue eminentemente social, es decir plantearon el problema de los
cultivos de coca como el resultado lógico de la ausencia total de alternativas
productivas para subsistir. En ese mismo sentido argumentaron como indispensable
que las alternativas productivas que se pudieran plantear deberían ser
acompañadas de una inversión del Estado en infraestructura de servicios públicos
y en mejoramiento de los mismos.
Al
final de las negociaciones que condujeron a la desmovilización de los
campesinos, el principal vocero del movimiento cívico y de los campesinos en la
mesa de negociaciones, dio un parte de victoria con las siguientes palabras:
”Nos hemos comprometido a un proceso de
erradicación de cultivos en forma voluntaria. Esto deja claramente implícito que
queda desechado cualquier mecanismo de presión o vía de fuerza para erradicar
los cultivos ilícitos”.[72]
De otra parte, la introducción del documento que registra los acuerdos entre
gobierno y campesinos reza:
“la
sustitución y erradicación voluntaria de los pequeños cultivos ilícitos es
viable a partir de un esfuerzo conjunto de campesinos, colonos, indígenas, el
Gobierno y la cooperación internacional”.[73]
De
las afirmaciones del dirigente campesino y de la redacción de la introducción
del documento de acuerdos se desprende que el asunto central que motivó las
movilizaciones era evitar la erradicación de cultivos de coca
mediante mecanismos de fuerza y que según él ese objetivo se cumplió
plenamente. De lo anterior se concluye que en principio el Gobierno modificó sus
intencionalidades frente a la política de erradicación de cultivos ilícitos para
esta zona del País. Sin embargo, como se verá más adelante las interpretaciones
son diversas.
1.2.
El Gobierno Nacional.
De
parte del Gobierno Nacional se hicieron presentes representantes de los
distintos Ministerios, bajo la dirección del Gerente de
El
papel de los voceros del Gobierno consistió básicamente en buscar dentro de las
líneas de programas ya existentes, cabida y aumentos de cobertura para lograr
incluir en ellos lo que se acordara con los dirigentes de las movilizaciones.
A
diferencia de las declaraciones del vocero de los campesinos, los funcionarios
del Gobierno dieron su propia versión de los acuerdos. Para ellos lo más
importante de todo era que, tal y como lo habían planteado desde el comienzo de
las conversaciones, no se había negociado la erradicación.
Es decir que contrariamente a lo que estaban proclamando los campesinos, en
ningún momento se habían comprometido a suspender los planes de fumigación en el
Putumayo.[74]
La
existencia de interpretaciones tan diversas se debe en principio a que cada
actor defiende sus propios intereses y también a que en el documento que
contiene los acuerdos no se afirma explícitamente que se suspenderán o se
mantendrán las acciones de fumigación.
Con todo lo anterior, hay que reconocer que los voceros del Gobierno asumieron la perspectiva social del conflicto pero no mostraron ninguna inclinación hacia posibilidades de transformación estructural de las políticas de Estado en este territorio. Haciendo un análisis detallado de los acuerdos firmados, los compromisos del Gobierno Central se concentran en la ampliación de cobertura de servicios públicos y la construcción o terminación de obras de infraestructura ya iniciadas, o por lo menos proyectadas de tiempo atrás.
2.
LOS ACTORES IMPLICITOS Y
La
presencia de la guerrilla, el papel ambiguo de los gobiernos locales y la
trascendencia internacional del problema hacen que en medio del conflicto
aparezcan actores que aunque no intervengan directamente, inciden de manera
significativa en el desarrollo y solución del mismo y en esa medida detrás de la
agenda explícita de negociación e incluso en medio de ésta se desarrolle una
agenda que aunque no se hace pública se asume y se tiene en cuenta para la toma
de decisiones de ambas partes.
La
guerrilla de las FARC como actor armado ilegal, la fuerza pública como
institución del Estado y la comunidad internacional, conformarían los actores
implícitos de la negociación a su vez depositarios de una agenda implícita
representada en sus intereses.
2.1.
Como
ya se señaló y explicó en este trabajo, para las FARC los cultivos de coca
representan su principal fuente de financiación y como tal su defensa es vital
para su existencia como organización armada. Desde el punto de vista político su
vinculación con los cultivos de coca les ha permitido un contacto directo con la
población de estos territorios, que ante la ausencia de Estado, éste se ha visto
suplantado por la guerrilla en algunas zonas rurales en aspectos esenciales como
la de dirimir los conflictos entre los particulares.
En el
origen de las movilizaciones, de acuerdo a un sinnúmero de testimonios[75],
la guerrilla intervino decididamente, casi que asumiendo la convocatoria de la
movilización para protestar contra la fumigación de los cultivos de coca.
La
guerrilla al convocar a la movilización campesina tenia un objetivo económico
claro, que era la defensa de los cultivos de coca, pero también un objetivo
político claro y contundente: mostrarle al país y al Gobierno Nacional el poder
de movilización y el dominio
territorial que ejercen en estas zonas rurales del país.
2.2.
La fuerza pública.
Ante
la fuerte sospecha de intervención de la guerrilla en las movilizaciones, la
fuerza pública se mostró contraria a las mismas, en algunos momentos y en
algunos espacios geográficos en donde se desarrollaron las marchas campesinas.
Una
de las razones que quizás motivaron algunas afirmaciones y actuaciones por parte
de la fuerza pública era su preocupación por el efecto político de las marchas
campesinas en relación con la demostración de dominio territorial de la
guerrilla. Durante los años de 1995 y 1996, la fuerza pública, en particular el
ejército fue duramente cuestionado por los pobres resultados en la lucha
antisubversiva. Una demostración de poder por parte de la guerrilla no podía
menos que preocupar a un ejército desprestigiado en resultados por aquella
época.
De
otra parte, para el Ejercito Nacional las marchas campesinas eran una
oportunidad para demostrarle a la comunidad internacional y en particular los
Estados Unidos la estrecha relación de las FARC con los cultivos de coca. Es
evidente que el Ejército aspiraba a lograr mayor cooperación internacional en su
lucha antiguerrilla demostrando la convivencia entre la guerrilla y los cultivos
de coca, como efectivamente lo logró posteriormente con el Plan Colombia.
La
presencia de la fuerza pública fue en ocasiones de radical oposición a las
actitudes de las autoridades civiles de dejar desarrollar las movilizaciones. De
hecho, el Ejército mantuvo al margen de las movilizaciones ciertos puntos
estratégicos aún por la fuerza. Ejemplos son en el Putumayo, el Aeropuerto de
Puerto Asís y en el Caquetá su capital Florencia.
Frente a los acuerdos que terminaron con las movilizaciones el entonces
comandante del Ejercito declaró “ni nos
preguntaron ni nos consultaron”[76].
La señal que envía en esta declaración del alto militar es de grandes
desacuerdos sobre el manejo de este conflicto al interior del Gobierno. Además
el mismo General subrayó que en el documento de los acuerdos
son igualados los líderes del paro con el
gobierno. Hablan de negociaciones cuando es algo muy difícil de hacer con esa
gente porque estamos hablando de narcotraficantes. Allí había personajes muy
raros, con vínculos con los grupos subversivos[77].
Otro miembro de la fuerza pública, el Coronel Gallego, Director de
Este par de declaraciones se diferencian en su tono y trascendencia de las realizadas por los negociadores del Gobierno, lo cual deja claro que la fuerza pública se constituyó en un actor con posiciones independientes del gobierno frente al manejo y tratamiento de las movilizaciones.
2.3.
La
connotación internacional del problema de las drogas hace que la comunidad
internacional juegue un papel importante en este conflicto.
La
posición radical de los Estados Unidos de acabar con los cultivos ilícitos,
sumado a las complejas relaciones que con ese país tuvo el Gobierno de Ernesto
Samper, ponía al Gobierno Nacional contra la espada y la pared, al encontrarse
con miles de campesinos marchando simultáneamente en tres Departamentos del País
y cuyo objetivo principal era evitar la fumigación de los cultivos de coca.
Para
el año en que se presentaron las movilizaciones Colombia se comprometió con
Estados Unidos a cumplir una meta de erradicación de cultivos ilícitos de 28.000
hectáreas para evitar la descertificación y hasta finales del mes de agosto de
1996 solamente se habían erradicado 12.000.[79]
En
declaraciones concedidas a
El Gobierno de Samper tenia de un lado la necesidad de ser coherente con su política social y darle al conflicto un tratamiento en esos términos, pero de otro lado tenía al frente una eventual descertificación por parte del Gobierno Americano y las consecuencias económicas que de esa decisión se derivarían.
Es
importante resaltar que algunos países de
3.
CONSIDERACIONES FRENTE AL ENFOQUE DE LOS ACUERDOS DE ORITO.
En agosto de 1996 después de varios días de negociación los representantes del gobierno y los dirigentes de los campesinos firmaron en el municipio de Orito un acta de acuerdo que puso fin a las marchas y obligó al Gobierno Nacional a iniciar una serie de labores tendientes a cumplir unos compromisos traducidos en inversiones sociales y obras de infraestructura.
Al final de las
negociaciones tanto el gobierno como los campesinos tenían su propia versión de
los resultados obtenidos. Para los campesinos lo más importante fue la
perspectiva social que en las negociaciones y en el acta de acuerdo se le otorgó
a las iniciativas para superar la economía de la coca. Para el Gobierno lo mejor
fue que no se negoció la erradicación y que en cambio los acuerdos se centraron
en un conjunto de compromisos de inversión social. Observadores de lo sucedido,
como
En
general hay que decir, que aparentemente las soluciones acordadas para poner fin
a la movilización marcan una diferencia con las de otras épocas, porque en ésta
la negociación giró en torno a la formulación de un Plan de Desarrollo Integral
de Emergencia sobre la base de un modelo de economía solidaria, rentable y
sostenible[82]que
involucra diversas acciones gubernamentales de carácter económico y social. Sin
embargo, los elementos planteados como insumos del mencionado plan no
trascienden a los listados de peticiones sectoriales de años anteriores. En
efecto, el Plan de Desarrollo Integral de Emergencia se concibe como un listado
de compromisos gubernamentales en materia de educación, salud, infraestructura
vial y energética, desarrollo económico, vivienda y derechos humanos.
Un
plan de desarrollo cuyo objetivo es la transformación de una economía ilícita y
con base en la construcción de un modelo económico de carácter solidario, más
allá de un listado de obras e inversiones requiere la articulación de las mismas
a un propósito colectivo de futuro, que dada la historia de marginalidad de esta
región exige de transformaciones estructurales frente al modelo de Estado y el
modelo económico extractivista predominante en la historia del Putumayo y
Un
nuevo modelo de Estado exigiría una revisión profunda del proceso de
descentralización, una mayor equidad regional en las inversiones del Estado
central y una nueva actitud de la clase dirigente nacional para con las
alternativas productivas viables en
Tal y
como esta concebido funcionalmente el Estado es difícil que éste pueda cumplir
con sus cometidos en territorios como el Putumayo. La política de
descentralización requiere de una profunda revisión. En concreto, las entidades
territoriales por el hecho de encontrarse en zonas de baja densidad poblacional
se ven desfavorecidas para la generación de recursos propios y en el
acceso al sistema nacional de transferencias. Por lo tanto su capacidad
de respuesta es mínima frente a los desafíos que enfrentan en los territorios
bajo su jurisdicción. Es urgente replantear el esquema anterior y al respecto
valdría la pena estudiar alternativas como el diseño de un sistema de
transferencias más equitativas, que además valoren el patrimonio ambiental que
es posible preservar y aprovechar de manera sostenible.
De
otra parte, es necesario explorar modelos económicos que permitan superar la
economía extractivista. Ya existen conocimientos e interesantes opciones de
desarrollo sostenible para
Con
todo, es indudable el enorme esfuerzo y la carga de buenas intenciones por parte
de los dirigentes campesinos y algunos funcionarios de gobiernos locales por
lograr que la región saliera lo más beneficiada posible en los acuerdos. Hay que
reconocer que aún hoy se ejecutan importantes obras e inversiones comprometidas
desde aquella época.
Quizás lo más valioso de los acuerdos resulta ser la interlocución lograda por
los campesinos, que implícitamente hizo que el gobierno los diferenciara de los
narcotraficantes y les permitiera participar en la toma de decisiones sobre
programas para la región.
CAPITULO VI
1.
ALGUNAS IMPLICACIONES DE
El
Gobierno de Andrés Pastrana planteo desde la discusión del Plan Nacional de
Desarrollo la estructuración de un Plan Colombia para lograr la paz, buscar la
prosperidad y lograr el fortalecimiento del Estado.
Para
cumplir sus cometidos el Plan Colombia busca ser financiado en un alto
porcentaje por la comunidad internacional, en el contexto de la llamada
“Internacionalización positiva del conflicto que vive el País”[83].
El enorme déficit fiscal que afronta el Estado Colombiano hace difícil que una
estrategia tan ambiciosa pueda ser financiada en su totalidad con recursos
propios, por lo tanto es comprensible la apelación a los recursos externos, sin
embargo la ayuda internacional para financiar el Plan Colombia debe ser
analizada desde la perspectiva de algunas hipótesis en lo que tiene que ver con
las políticas de erradicación de los cultivos de coca y con la relación cada vez
mayor que éstos tienen con el conflicto armado.
En
efecto, los escenarios de conflicto fuertemente alimentados por la producción de
materia prima de sicoactivos pueden generar en la comunidad de naciones diversas
percepciones:
Primero,
que este es un problema de seguridad regional para Estados Unidos, por lo tanto
puede ser tratado no como un proyecto de fortalecimiento de la soberanía
nacional y el Estado Colombiano, sino como una estrategia que busque garantizar
sus intereses en la región andina, máxime cuando para Norteamérica es
fundamental un proceso de anexión de la región al ALCA, y por lo tanto encontrar
un mercado estable es prioritario, aún más cuando Estados Unidos esta
atravesando por un déficit de su balanza cambiaria;
Segundo,
los problemas que padeció el sistema político Colombiano entre 1994 y 1998 por
la narcofinanciación de la campaña presidencial de Ernesto Samper, representaron
para el País una perdida considerable de la capacidad negociadora ante la
comunidad internacional, por lo tanto el ascenso de Andrés Pastrana al poder en
oposición de su antecesor, reconstruyó la relación bilateral con Estados Unidos,
pero por supuesto, en términos de cooperación, anclada a la política antidrogas.
Por lo tanto la búsqueda de la paz, el logro de la prosperidad y el
fortalecimiento del Estado, como rezan los enunciados del Plan Colombia,
estarían ligados íntimamente a una propuesta que garantice resultados en el
corto y mediano plazo en materia de erradicación de cultivos de coca. En ese
orden de ideas hay que preguntarse que tanta viabilidad podrían tener los
consensos internos frente a mecanismos de erradicación de la coca distintos a la
aspersión aérea de los cultivos y;
Tercero,
a
pesar de ciertas líneas de pensamiento divergentes, en la comunidad de naciones
y en especial Estados Unidos continúa siendo mayoritaria la tesis de combatir
las drogas mediante estrategias contra la oferta de materia prima, y en esos
términos la financiación de un Plan dirigido a lograr la paz y el
fortalecimiento del Estado se condiciona a intensas políticas represivas para la
erradicación de cultivos de coca, que en consecuencia recaen sobre los
campesinos cocaleros.
2.
ERRADICACION FORZOSA Y DESARROLLO ALTERNATIVO EN EL CONTEXTO DEL PLAN
COLOMBIA.
Según
las bases del Plan Nacional de Desarrollo “Cambio para construir
Cuando se aprobó el Plan Nacional de Desarrollo se dijo que en primera instancia
se adelantarían etapas de preparación con base en un debate previo con amplia
participación en la que se definirían los objetivos del desarrollo regional,
para con posterioridad a la priorización de algunos proyectos, orientarlos hacia
la autogestión[85].
Este consistiría en entregar a las organizaciones de la sociedad civil la
administración de los proyectos productivos, así como su responsabilidad.
Con
posterioridad a la aprobación del Plan Nacional de Desarrollo en 1999 el
Presidente Pastrana esbozó los lineamientos de la propuesta que sería presentada
a la comunidad internacional bajo el nombre de Plan Colombia. Con relación al
Putumayo cabe destacar lo siguiente:
1.
En la
estrategia antinarcóticos se plantea un esfuerzo integrado entre las fuerzas
armadas y la policía dirigido a erradicar las zonas de cultivo de narcóticos,
cuya fase 1 se concentra en el Putumayo[86].
El propósito es reducir en un 50% los cultivos ilícitos en los próximos 6 años.
En “erradicación de cultivos” se propone el fortalecimiento de la seguridad en
las operaciones conjuntas de fumigación y erradicación[87].
2.
Una
estrategia para el desarrollo alternativo que busca introducir alternativas
integrales, participativas, rentables y económicamente sostenibles en áreas
rurales, particularmente en aquellas zonas afectadas por la combinación de
conflicto intensivo, presencia deficiente del Estado, capital social bajo,
pobreza, cultivos ilícitos y problemas ambientales relacionados con ellos.[88]
Es
importante realizar una evaluación de lo que va corrido hasta el momento en el
desarrollo de estas dos estrategias del Plan Colombia.
2.1
Según
el informe de
De
acuerdo a registros de
Para
el caso de Putumayo, en el año 2001 se fumigaron 23.176 hectáreas y a partir de
agosto del 2002 se reinicio la fumigación. Los resultados siguen siendo pobres,
pues en el año 2000 el Putumayo registró la extensión
más grande de hectáreas cultivadas comparadas con años anteriores
llegando 66.022 hectáreas y en el 2001 con fumigación, pero también con pactos
de erradicación voluntaria tan solo se percibe un leve descenso llegando a
66.000 hectáreas[93].
En el
último censo del Sistema Integrado de Monitoreo de Cultivos Ilícitos en Colombia
SIMCI se registra una importante disminución del número de hectáreas de coca a
nivel nacional, sin embargo se advierte de un incremento significativo de las
mismas en el Departamento de Nariño, confirmándose una vez más el efecto globo
generado por las políticas de erradicación forzosa en especial la aspersión
aérea con químicos[94]Con
los resultados atrás descritos se impone una evaluación costo-beneficio de la
política de erradicación forzosa, en particular la estrategia de aspersión aérea
y porque no, se hace necesario, sobre la base de los resultados un reexamen de
las estrategias antinarcóticos en su conjunto.
2.2
El desarrollo alternativo expresado en los pactos sociales de erradicación
voluntaria.
A
partir de la oposición de los campesinos del Putumayo y de sus autoridades
locales a la aspersión aérea de los cultivos de coca, se dio lugar desde el año
2000, a la implementación y puesta en marcha de unos pactos de erradicación
voluntaria entre el Gobierno Nacional y las familias cultivadoras de hoja de
coca en los nueve municipios del medio y bajo Putumayo. Se suscribieron 33
pactos de erradicación voluntaria, 31 con comunidades campesinas pequeños
productores y 2 con pueblos indígenas que comprometen aproximadamente 30 mil
familias.[95]
Los
pactos sociales son acuerdos de voluntades entre el Estado y los campesinos
dispuestos a sustituir el origen de los ingresos hasta ahora provenientes del
cultivo de la coca, por unos ingresos provenientes de la producción,
transformación y comercialización de actividades agropecuarias lícitas. En una
primera etapa el Estado hace entrega a los campesinos dos millones de pesos
$2000.000,oo en especie para garantizar seguridad alimentaría y a su vez los
campesinos se comprometen en un año a erradicar sus cultivos. Los pactos
incluyen en un proceso posterior un compromiso del Gobierno de adelantar
proyectos complementarios para generar mayor productividad y valor agregado.
Paralelamente a los pactos sociales, con base en la iniciativa por un Putumayo
sin coca y con inversión social, los gobiernos del nivel nacional, departamental
y municipal se comprometieron a efectuar inversiones inmediatas en proyectos
productivos y complementarios bajo la denominación de Programa de iniciativas
locales de desarrollo alternativo para la erradicación temprana PILDAET. Este
programa considera 6460 familias firmantes comprometidas en la erradicación de
4522 hectáreas, que se beneficiarán a través de proyectos por un valor de 31.500
millones. Este programa inicio en enero del 2002, y en mayo del 2002 reportaban
1172 hectáreas erradicadas, que corresponden al 26% de la extensión pactada, y
la atención a 2792 familias.[96]
Sin
lugar a dudas tanto los pactos sociales como las PILDAET representan un
interesante esquema de acuerdo de voluntades entre el Gobierno y los campesinos,
que los diferencia a éstos de los narcotraficantes, les reconoce interlocución y
asume el problema desde una perspectiva social y no criminal, que en medio de
todo representa un avance frente a concepciones radicales expresadas desde
algunos sectores de la comunidad internacional. Sin embargo, hay que anotar que
se han presentado dificultades en su ejecución y porque no decirlo
incumplimientos[97],
en ocasiones por parte del Gobierno, pero también de los campesinos. Sería
quizás injusto responsabilizar a los actores involucrados de las dificultades
presentadas, más bien diríamos que el problema de fondo esta en el enfoque del
esquema como política de Estado. En efecto, unos pactos concebidos con
erradicación a un año, cuya base para iniciarse fueron los proyectos de
seguridad alimentaría que de ninguna manera tendían a reemplazar los ingresos
provenientes de los cultivos de coca, se fueron deslegitimando por asuntos de
forma que se expresaron en problemas minúsculos como el “supuesto”sobrecosto del
ganado entregado como subsidio alimentario o la mora en la entrega de los
mismos, que al final llenaron de escepticismo a la comunidad del Putumayo
históricamente prevenida por incumplimientos de antaño y de argumentos a los
enemigos de la concertación y amigos de la aspersión.
También hay que destacar, como lo señala
Desde
el principio no hubo claridad acerca de los alcances y contenido de estos
pactos. Se creía que estos pactos deberían determinar no solo el área de
cultivos de uso ilícito a erradicar sino unos indicadores de verificación sobre
la sostenibilidad de las alternativas productivas con base en las cuales las
comunidades intentarían sustituir de manera definitiva los cultivos proscritos[100].
Este propósito coincidía con las aspiraciones de los pequeños cultivadores, en
el sentido de emprender una experiencia innovadora basada en la concertación por
medios pacíficos y mediante la construcción de confianzas entre las comunidades,
las autoridades locales y el Gobierno Nacional, además, dirigidas a la promoción
y construcción de formulas políticas, jurídicas, institucionales y económicas
que resolvieran el ancestral marginamiento socioeconómico que ha facilitado la
proliferación desmedida de los cultivos de uso ilícito en las zonas de frontera
agropecuaria.[101]
Es
probable que haya existido una buena intencionalidad en la formulación de este
modelo, pero la verdad es que él jamás se aproximo a la resolución de las causas
estructurales que han dado pie a la extensión y proliferación de los cultivos de
hoja de coca en el Sur de Colombia. En efecto, el modelo de pactos sociales
jamás considero variables necesarias para transformar la economía cocalera: la
no viabilidad de las unidades económicas familiares como base exclusiva para la
reconversión productiva, el inadecuado uso del suelo y de la oferta ambiental,
la contradicción entre la disponibilidad de redes de infraestructura para la
producción y la distribución espacial de la población, la insostenibilidad de
algunos asentamientos humanos y la dificultad para concertar los proyectos de
inversión requeridos para articular el territorio en relación con la
competitividad en los mercados extraregionales, y sobre todo, la inviabilidad
técnico administrativa y fiscal del ordenamiento político y administrativo en
las zonas afectadas por los cultivos de uso ilícito.[102]
Lo
más grave de lo atrás descrito, es que al igual que ha sucedido en otras
ocasiones, el fracaso de las estrategias de erradicación voluntaria se convierte
en un factor de escepticismo por parte de los Campesinos hacia el Estado y en un
nuevo argumento hábilmente utilizado por quienes desde la comunidad
internacional, y aún al interior del País, presionan la puesta en marcha de
estrategias represivas como la aspersión aérea con químicos y el endurecimiento
de la política criminal.
Al iniciar el presente trabajo se hizo mención a las profundas fracturas del
proceso de construcción de Nación en nuestro País, para intentar un análisis más
integrado y estructural de las causas que dieron lugar a la construcción de
regiones y sociedades en medio de un sistema económico extractivista con poca o
ninguna tutela Estatal, que en los últimos decenios del siglo inmediatamente
anterior derivaron en la expansión de los cultivos de uso ilícito y la presencia
de actores armados en el Sur de Colombia y de manera particular en el Putumayo.
Lo anterior sugiere abordar desde un enfoque también estructural alternativas de
solución que permitan construir de una parte un sistema productivo legal y
sostenible y de otra un proceso de legitimación del Estado de Derecho. A
continuación se sugiere de manera sintética dos grandes líneas de acción: una
profunda revisión de la política antidrogas y la estructuración de un modelo de
desarrollo sostenible amazónico.
1.
UNA PROFUNDA REVISIÓN DE
Mucho se ha anotado en éste y otros trabajos acerca de lo equivocada de la
política antidrogas en lo que toca al tratamiento de los campesinos pequeños
cultivadores de coca o amapola, sobre todo en lo concerniente a las aspersiones
aéreas con químicos y a la política criminal. Numerosos escritos revelan con
cifras la ineficacia de estas estrategias represivas. Diversas y fundadas son
las argumentaciones que llaman la atención sobre la necesidad de darle un
tratamiento de carácter social y no criminal a los campesinos dedicados no
industrialmente a los cultivos de uso ilícito. Sin embargo, todas ellas, casi
siempre se enfrentan a un obstáculo que luce insuperable: la posición del
Gobierno de los Estados Unidos de Norteamérica. ¿Qué hacer? Es la pregunta por
resolver. Lo primero que habría que decir es que el único camino es hacer uso de
la política exterior y de su principal instrumento: la diplomacia.
Sin embargo, antes es necesario precisar que el Gobierno Colombiano no ha
planteado en su política exterior propuestas realmente alternativas a la
política antidrogas, por el contrario Colombia ha hecho parte activa de la
política antidrogas de Estados Unidos, en otras palabras, los intereses de
Estados Unidos y Colombia en la lucha contra las drogas no están dados a priori,
ni son impuestos mediante el mero uso de la coerción en ninguno de los dos
casos. Estos intereses son el resultado de un proceso histórico de interacción y
de construcción conjunta de marcos de entendimiento y varían, en la misma medida
en que lo hace el contexto en el que se da la interacción.[103]
En suma, Colombia ha adherido activamente a una versión prohibicionista de la
lucha contra las drogas liderada por Estados Unidos, de una forma voluntaria y
reflexiva, en un intento por definir y difundir su identidad como Estado
adscrito, en el contexto del nuevo orden internacional, a la cada vez más amplia
esfera de influencia de Estados Unidos. La adopción casi irrestricta e
incondicional del País a la versión Estadounidense de la lucha contra las drogas
es también un intento por mostrar al mundo de qué lado estamos, de quien somos
amigos, quiénes son nuestros aliados.[104]
Hecha esta precisión, lo que se sugiere, por el camino de la diplomacia, es que
el Gobierno Colombiano se abandere de un liderazgo en primera instancia de la
comunidad andina para intentar variaciones en la política antidrogas y lograr
consensos internacionales que conduzcan a morigerar la versión
prohibicionista-criminal para ser reemplazada por una política social de la fase
primaria de la cadena del narcotráfico en su
modalidad no industrial: los campesinos pequeños cultivadores de hoja de
coca y amapola. No se trata de confrontar a los Estados Unidos y mucho menos de
pretender acabar con una alianza que en las actuales circunstancias luce
necesaria, sino de intentar por las vías institucionales de la diplomacia la
construcción de nuevos consensos para revitalizar las alianzas ya existentes.
Pastrana lidero con relativo éxito una diplomacia para la paz, Uribe pretende
hacerlo contra el terrorismo, ¿porqué no intentarlo para la recuperación
económica y social de las zonas cocaleras y amapoleras?, como parte de la lucha
antidrogas y fundamentalmente como una estrategia de inserción al desarrollo de
zonas históricamente marginadas.
Sería interesante observar al Gobierno Colombiano proponiendo en los foros
multilaterales una versión renovada de la política antidrogas, en la cual se
plantee no un escenario marginal al desarrollo alternativo, como ha sucedido
hasta ahora, sino central y de fondo, en el que proyectos como los forestales,
el potencial hídrico y de la biodiversidad sean temas centrales de la agenda de
la política exterior.
No se puede olvidar que de estas zonas se esta derivando quizás la mayor parte
de uno de los mayores dramas humanitarios: el desplazamiento forzado que surge
por la fuerza de la violencia y también por la fuerza de la pobreza y la
miseria.
2.
HACIA UN NUEVO MODELO DE DESARROLLO.
Quizás el gran fracaso de los tímidos intentos por generar estrategias de
desarrollo alternativo en las zonas donde existen cultivos de uso ilícito es que
ellas han sido parte de la estrategia global de lucha contra las drogas que
impone resultados en el corto plazo y sin dimensionar las causas estructurales
que propiciaron la existencia de estos cultivos. Tal vez es preciso pensar en un
autentico modelo de desarrollo amazónico
fruto del consenso regional, con un decidido apoyo nacional y una verdadera
estrategia de cooperación internacional
de largo plazo para su financiación. Pasos necesarios hacia su
estructuración:
-Un nuevo ordenamiento político territorial.
Desde hace tiempo se viene discutiendo, desafortunadamente en círculos
académicos y políticos cerrados, un nuevo ordenamiento político territorial para
Colombia como elemento fundamental para la conclusión del proceso de
construcción de nación. Creemos en esa necesidad, pues de hacerse bien
reconocería la unidad en la diversidad, cuyo desconocimiento es quizás una de
las causas de los graves conflictos que hoy vive el País. Ahora bien, en los
términos de construir un verdadero modelo de desarrollo amazónico en el País,
debe ser condición fundamental un ordenamiento político territorial que no solo
profundice la descentralización sino que ojalá desarrolle procesos autonómicos
diferenciados que hagan viables fiscal y administrativamente las entidades
territoriales de regiones como
-Conciencia y voluntad política para asumir como externalidad la oferta
ambiental.
En medio de las particularidades del suelo amazónico y de la crisis de la
agricultura tradicional se impone como ventaja comparativa regional la oferta
ambiental, sin embargo el Estado Colombiano parece no haberse dado cuenta de
ello, pues muy pocos pasos se han avanzado en ese sentido. Tan solo el Gobierno
actual ha venido insinuando, aún sin mucha claridad, la implementación de
proyectos pilotos de reforestación como estrategia de sustitución de cultivos de
uso ilícito, pero tal y como se ha señalado en el presente trabajo más que una
alternativa a la economía cocalera los proyectos como éste –los forestales-
debieran ser una política de Estado tendiente a generar divisas, lo que
implicaría no solo un compromiso Estatal sino también de la clase empresarial.
Muchos países del mundo, incluso Chile en Sur América, han logrado que el sector
forestal se convierta en un renglón de primer orden de sus exportaciones. De
igual manera sucede con otras alternativas consideradas como oferta ambiental
que no han sido aún potenciadas en
-El fortalecimiento del tejido social en la región amazónica.
Como se ha insistido a lo largo del presente trabajo, los procesos de
colonización de la frontera agropecuaria, incluida
Acta
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comisión negociadora del paro cívico del Departamento del Putumayo. Orito 19 de
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[1] GONZÁLEZ Fernán. “Poblamiento y conflicto social en la historia colombiana”, publicado en “Territorios, Regiones, Sociedades”. Renán Silva Editor. Páginas 13 y 14.
[2] La
ley 2 de enero 17 de 1959 establece, entre otras, la zona de reserva
forestal de
[3]
“Ideas de objetivos para una política ambiental para
[4]
FAJARDO Dario. “Territorialidad y Estado en
[5] RESTREPO López José. “El Putumayo en el Tiempo y en el Espacio”. Editorial Bochica, Santafé de Bogotá 1985, página 32.
[6] En términos económicos, el costo de oportunidad de un factor productivo en un cierto proceso de producción se define como la mayor remuneración que éste esta dejando de recibir al no ser empleado en otras actividades. En mercados competitivos la remuneración de un factor productivo tiende a ser igual a su productividad marginal, y ésta a su costo de oportunidad.
[7] RESTREPO López José. “El Putumayo en el Tiempo y en el Espacio”. Página 19. Editorial Bochica 1985.
[8]
Ibidem.
[9] MARKHAM Clemens. “El Libro Rojo del Putumayo”, Páginas 11 y 12, Editorial Arboleda y Valencia, Bogotá 1913.
[10] RESTREPO López José. “El Putumayo en el Tiempo y en el Espacio”. Editorial Bochica, Bogotá 1985, página 19.
[11] Ibidem. Página 20.
[12] BONILLA Víctor Daniel. “Siervos de Dios y Amos de Indios”. Ediciones Tercer Mundo, Bogotá 1968, página 191.
[13]Ibidem. Página 148.
[14] Al respecto conviene leer a Víctor Daniel Bonilla en “Siervos de Dios y Amos de Indios” en los capítulos identificados como bienes, política y métodos agrarios capuchinos, y la “reforma agraria capuchina”. Ediciones Tercer Mundo.
[15] CASAS Aguilar Justo. “Evangelio y Colonización” ECOE Ediciones 1999. Página 228.
[16] GONZALEZ Arias José Jairo. “Amazonia Colombiana, Espacio y Sociedad”. Editorial CINEP, 1998, página 240.
[17] Ibidem.
[18] Ibidem. Página 242.
[19] RIVERA María Victoria. Sustitución de cultivos ilícitos: Elementos y propuestas para el desarrollo alternativo. En: Drogas, poder y región en Colombia. Vol 2. Edit CINEP. Santafé de Bogotá 1994.
[20]
REMENTERIA Iban. “
[21]
[22] GONZALEZ José Jairo. Amazonia Colombiana, Espacio y Sociedad. Santafé de Bogotá 1998. Editorial CINEP, Páginas 83 y 84.
[23]
BONILLA Claudia y GAVIRIA Oscar. “Impacto de
[24] Revista Semana. Edición 903. Agosto 23 a 30 de 1999. Declaraciones concedidas a esta revista por Jorge Devia Murcia, para la época Gobernador del Putumayo. Página 35.
[25]
RAMIREZ María Clemencia, “ENTRE EL ESTADO Y
[26] BONILLA Claudia y GAVIRIA Oscar. “Impacto de la economía de la coca en el Putumayo” Documento sin editar página 12.
[27] BOINILLA Claudia y GAVIRIA Oscar. “Impacto de la economía de la coca en el Putumayo” Documento sin editar páginas 12 y 13.
[28] GARAY Luis Jorge. “Construcción de una Nueva Sociedad”, Editorial Alfaomega, página 6.
[29]
RAMIREZ María Clemencia. “ENTRE EL ESTADO Y
[30] Idem, página 86.
[31] Idem, página 87.
[32]
REMENTERIA Ibán. “
[33] Según Luis Jorge Garay por rentismo se entiende la reproducción de prácticas impuestas de facto, al margen del orden institucional, por grupos poderosos en usufructo de su privilegiada posición bien sea política o económica o incluso ambas, para la satisfacción egoísta y excluyente de intereses propios a costa de los intereses del resto de la población. Aclara Garay que este concepto de rentismo corresponde a una óptica teórica que va más allá de la tradicional sobre la “búsqueda de rentas”. Información más detallada sobre el rentismo se puede observar en “Construcción de Sociedad” de Luis Jorge Garay, publicado por editorial Alfaomega en las páginas 8, 9 y 10.
[34] REVELO Diva y SANCHEZ Nancy. “Mortalidad Violenta en el Putumayo. Documento de trabajo del Departamento Administrativo de Salud del Putumayo. Página 5.
[35] Ibidem. Página 6.
[36]
Defensoría del Pueblo. Resolución Defensorial del 09 de octubre del
2002.
[37]
Entre 1982 y 1998, las utilidades del narcotráfico se estiman en unos
US31.768 millones, lo que equivale a un promedio anual correspondiente
al 4.4.% del PIB. ROCHA GARCIA Ricardo(2000). “
[38]
ECHANDIA Camilo. “El conflicto armado y las manifestaciones de violencia
en las regiones de Colombia”. Documento publicado por el Observatorio de
[39] Versión recogida en habitantes de la región que por su seguridad no divulgamos sus nombres.
[40]
SALAZAR Alonso : “Drogas y Narcotráfico en
[41] Diario EL TIEMPO, “Corte de Guerra”, 30 de abril del 2000, página 14B.
[42] GONZÁLES Arías José Jairo. “Amazonia Colombiana, Espacio y Sociedad”. Editorial CINEP, 1998, página 247.
[43] Idem.
[44] Son diversas las versiones que en ese sentido han expuesto campesinos de la región, que por razones de seguridad no divulgamos sus nombres.
[45] Ibidem
[46] Diario EL TIEMPO, “Zozobra en las cocaleras”. 30 de abril del 2000, página 14B.
[47] SANCHEZ Nancy y GUZMAN Jorge Luis. “Política antinarcóticos”, trabajo preparatorio sesión contexto internacional. Universidad Pedagógica Nacional, Centro Internacional de Educación y Desarrollo Humano. Maestría en Desarrollo Educativo y Social. UPN10. Página 2.
[48] Juan Gabriel Tokatlian. “En átomos volando. La fumigación de cultivos ilícitos: una opción trágica”. Revista Numero 18. Junio-Julio-Agosto 1998.
[49]
TOKATLIAN
Juan Gabriel. “Política de Drogas de Estados Unidos y Cultivos Ilícitos
en Colombia”. Publicado en
[50] VARGAS Meza Ricardo. Fumigación y Conflicto. TM Editores. TNI-ACCIÓN ANDINA. Santafé de Bogotá, 1999. Página 107.
[51] Ibidem.
[52] Ibidem, página 108.
[53] Ibidem.
[54] Ibidem.
[55] Los
anexos del trabajo de
[56] VARGAS Meza Ricardo. Fumigación y Conflicto. TM Editores. TNI-ACCIÓN ANDINA. Santafé de Bogotá, 1999. Página 108.
[57]Segundo
Informe de Evaluación del Plan Colombia. Contraloría General de
[58] SIMCI Sistema Integrado de Monitoreo de Cultivos Ilícitos. Censo Nacional de Cultivos Ilícitos de Coca. 2002. Página 6.
[59]“Elementos
para una visión regional de los cultivos de uso ilícito”. Presentado por
Iván Gerardo Guerrero, Gobernador del Departamento del Putumayo, en
[60]
Editorial
diario el Tiempo, lunes 3 de marzo del año 2002.
[61] BARRAGAN Jackeline y VARGAS Ricardo. “Desarrollo Alternativo en Colombia : pautas para una redefinición política”, publicado en Drogas, Poder y Región en Colombia” Edit Cinep, página 202.
[62] Ibídem, página 209.
[63] DE
REMENTERIA
Ibán. “La guerra de las drogas” Edit Planeta Colombiana, página 177.
[64]
Ibídem,
página 177.
[65] Ibidem, página 112.
[66] Revista Cromos, edición No 3380, Bogotá, 26 de octubre de 1982. Páginas 57, 58, 59, 60.
[67] VARGAS Meza Ricardo. “Fumigación y Conflicto”. Noviembre de 1999. TM EDITORES – TNI ACCION ANDINA. Página 85.
[68] Ibidem. Página 86.
[69] Diario el TIEMPO, publicación del 21 de agosto de 1996 pág 10A. La información fue suministrada a este diario por el entonces Gobernador del Putumayo Jorge Fuerbringer Bermeo.
[70] VARGAS Meza Ricardo. Fumigación y Conflicto. Santafé de Bogotá 1999. TM Editores-TNI-Acción Andina. Página 107.
[71] Son varios los testimonios en este sentido, sin embargo por razones de seguridad estas personas han solicitado que sus nombres no sean citados en el presente trabajo.
[72] Revista Semana. Agosto 27 a septiembre 6 de 1996. Edición 747, página 32.
[73] Ibidem. Página 33.
[74] Revista Semana. Agosto 27 a Septiembre 3 de 1996. Edición 747. Página 32.
[75] Los nombres de las personas que nos entregaron su testimonio en el sentido citado, nos solicitaron mantener sus nombres en reserva.
[76] Revista Semana. Agosto 26 a Septiembre 3 de 1996. Edición No 747. Página 33.
[77] Ibidem. Página 34.
[78] Ibidem. Página 33.
[79] Ibidem. Página 36.
[80] Ibidem. Página 36.
[81] Revista Semana, Agosto 27 a septiembre 3 de 1996. Edición 747, página 33.
[82]Acta final de acuerdo entre la comisión negociadora del Gobierno Nacional y la comisión negociadora del paro cívico del Departamento del Putumayo. Orito, 19 de agosto de 1996, página 1.
[83] Esta frase es usada frecuentemente por Juan Gabriel Tokatlian, y con ella intenta denominar las posibilidades de ayuda de la comunidad de naciones para superar el conflicto y alcanzar la paz en Colombia. Para más detalles leer en los “laberintos de la guerra” a Juan Gabriel Tokatlian en el capítulo 6 “acerca de la dimensión internacional de la guerra y de la paz en colombia: conjeturas sobre un futuro incierto” página 243. TM editores.
[84] Plan
Nacional de Desarrollo-Bases 1998-2002. “Cambio para construir
[85] Ibídem, página 233.
[86] Magazín dominical, Diario el Espectador, enero 2 del 2000, página 6.
[87] Ibidem, página 7.
[88] Plan Colombia. Publicado en la revista “Desde Abajo”. Noviembre de 1999, página 27.
[89]
Contraloría General de
[90] Diario El Tiempo, “Logros Pírricos”, página 1-20. 23 de agosto del 2002.
[91] Ibidem.
[92] Diario El Tiempo. “Aumenta Cocaína Sucia”. Página 1-20. 23 de agosto del 2002.
[93] Plan
Colombia. Segundo Informe de Evaluación. Página 26. Tabla 14.
Contraloría General de
[94] SIMCI Sistema Integrado de Monitoreo de Cultivos Ilícitos en Colombia. Censo Nacional de cultivos de coca. Página 6. Año 2002.
[95]
Informe del Presidente Andrés Pastrana al Congreso de
[96]
“Elementos para una visión regional de los cultivos de uso ilícito”.
Presentado por
[97] Plan
Colombia. Segundo informe de evaluación. Contraloría General de
[98]
Plan
Colombia. Primer informe de evaluación. Contraloría General de
[99]
Plan
Colombia. Primer informe de evaluación. Contraloría General de
[100]
Análisis del
proceso de erradicación manual voluntaria de cultivos de coca mediante
pactos sociales en el Departamento del Putumayo. Consultoría y Cobranzas
Ltda.. Puerto Asís 2001. Página 14.
[101]
Ibidem.
Página 14
[102]
Ibidem.
Página 15.
[103]
Borda Guzmán
Sandra. “
[104]
Ibidem.
Página 308.