Gina Paola Rodríguez[1]
Resumen
El
presente artículo analiza el actual enfoque de las políticas de seguridad
colombiana y norteamericana que tienen como premisa fundamental la idea de que
el narcotráfico constituye el factor central a combatir con miras al logro de la
paz en Colombia, enfoque que ha posibilitado dos políticas complementarias
concebidas a la luz de la diferenciación amigo-enemigo. De un lado, la
confrontación y el marginamiento, en tanto enemigo, de la guerrilla (FARC – ELN)
bajo la etiqueta de narcoterrorismo imponiendo su periferización del marco
político-constitucional. De otra parte, la asimilación y convalidación legal del
paramilitarismo como fenómeno concomitante con el narcotráfico, en tanto amigo,
permitiendo su inserción en el marco político-constitucional y su reciclaje
social de elites regionales a elites “nacionales”, como parece manifestarse en
la actual
Ley de “Justicia y Paz”.
Palabras clave: Narcotráfico, Conflicto armado, Colombia, Ley de Justicia y Paz
ELITES, CONFLICT AND DRUG TRAFFICKING IN
Abstract
The following article refers to the current approach of the
Colombian and North American security policies which have as fundamental premise
the idea that drug trafficking constitutes the central factor to fight against,
all this with a sight toward the achievement of
peace in Colombia. Such a focus has facilitated two
complementary policies conceived by the light of the friend-foe differentiation.
On one side, there is the confrontation and the marginalization of the guerrilla
(FARC-ELN), as an enemy, under the narcoterrorism label imposing its
periferization of the political-constitutional frame. On the other hand, the
assimilation and legal authentication of the paramilitarism like concomitant
phenomenon with drug trafficking as a friend, allowing its insert in the
political-constitutional frame and its social recycling of regional elites to
"national" elites, as it seems to pronounce in the current Justice and Peace
Law.
Key words:
Drug trafficking,
armed conflict,
Introducción
Uno de los fenómenos
surgidos a raíz de los procesos de globalización y que afecta a la economía, la
política y seguridad nacionales e internacionales y a la sociedad en general es
el narcotráfico, industria que ha aumentado considerablemente en América Latina
a partir de los años setenta.
En Colombia, el narcotráfico ha logrado insertarse de forma relativamente exitosa en las esferas política y económica. En el primer caso, gracias a la formación de redes de apoyo social, militar y político que le han permitido funcionalizar las estructuras jurídico- políticas de acuerdo a sus necesidades; y en el segundo, gracias a una especial adaptación de las políticas de crecimiento orientado a la exportación, que hacen del narcotráfico una empresa perfilada a la demanda y la internacionalización, con una división del trabajo muy estricta entre diferentes localizaciones, capaz de ajustarse a las dinámicas de la economía global.
El presente artículo quiere indagar en algunos de los efectos que el narcotráfico ha tenido en la configuración reciente del conflicto armado colombiano, con el ánimo de determinar hasta qué punto es acertada la postura según la cual i. este (el narcotráfico) es la fuerza motriz de aquel (el conflicto), de forma tal, que ii. la lucha contra la droga y el narcotráfico deviene en si misma una condición necesaria y suficiente para la resolución del conflicto.
El interés por avanzar en esta perspectiva viene dado por el actual enfoque de las políticas de seguridad colombiana y norteamericana que tienen como premisa fundamental la idea de que el narcotráfico constituye el factor central a combatir con miras al logro de la paz en Colombia, enfoque que ha posibilitado dos políticas complementarias concebidas a la luz de la diferenciación amigo-enemigo. De un lado, la confrontación y el marginamiento, en tanto enemigo, de la guerrilla (FARC – ELN) bajo la etiqueta de narcoterrorismo imponiendo su periferización del marco político-constitucional. De otra parte, la asimilación y convalidación legal del paramilitarismo como fenómeno concomitante con el narcotráfico, en tanto amigo, permitiendo su inserción en el marco político-constitucional y su reciclaje social de elites regionales a elites “nacionales”, como parece manifestarse en la actual Ley de “Justicia y Paz”.
Lo que dichas políticas
evidencian, es que la narcotización del conflicto armado, patente en la fusión
de la política contrainsurgente y la política antinarcóticos, supone serios
problemas no solo para el entendimiento de la situación colombiana -en tanto
simplifica de manera sustancial las dimensiones del conflicto-, sino para su
encauzamiento hacia una paz sostenible y sustentable.
De
ahí que se requiera una
estrategia de seguridad efectiva que debilite las opciones militares de los
grupos armados, pero también, un programa de desarrollo social y económico de
amplio alcance que menoscabe su argumentación ideológica y, por ende, ayude a
generar un contexto en el que se pueda poner fin al conflicto. Con lo anterior
no se desconoce que las posibilidades de poner fin al conflicto en Colombia
aumentarían considerablemente si se diera solución el problema de la droga,
solución que no se reduce a un control de la
oferta, como lo aducen las actuales políticas antinarcóticos sino que debe
enfocarse también a la demanda creciente de drogas en los grandes centros de
consumo en Estados Unidos y Europa.
Por otro lado, los obstáculos presentados en el actual proceso con las AUC, deben servir de experiencia para futuras desmovilizaciones. En primer lugar, para dejar en claro que el narcotráfico, como los crímenes atroces, no son materia de negociación, si es que se quiere lograr un proceso apegado a los principios del Estado de derecho. En segundo lugar, que debe darse un debate que aclare las condiciones bajo las cuales un grupo armado ilegal puede llegar a ser considerado con estatus político, de tal forma que, ni se desconozcan las reivindicaciones políticas e ideológicas de algunos sectores, ni se aliente la formalización del paramilitarismo como actividad política
Conforme a lo anterior la exposición se dividirá en cuatro partes. En la primera, se hace una reconstrucción no exhaustiva de los nexos históricos entre los grupos armados (FARC, ELN y AUC) y el narcotráfico tratando de establecer la situación actual de esta relación. Para esto, resulta preponderante volcar la vista sobre el tema de la financiación de estos grupos y en particular, aquella derivada de su participación en uno o varios eslabones de la cadena productiva del tráfico de drogas, con el fin de evaluar el peso de la economía del narcotráfico en los ingresos de las guerrillas y los grupos paramilitares.
En la segunda parte, y a propósito del actual proceso de negociación entre el gobierno nacional y algunos sectores del paramilitarismo, se quiere resaltar cómo el tratamiento jurídico y político de los delitos de narcotráfico por parte del Estado colombiano, ocupa un papel fundamental en el éxito o fracaso de los procesos de paz actuales y futuros. Con lo anterior, se pone de presente cómo el narcotráfico ha adquirido un lugar cada vez más importante, aunque no protagónico, en los procesos de negociación, que logra desestabilizarlos y, no sabemos aún, si reversarlos. Pero aún más importante, lo que revela la actual negociación es un proceso de convalidación de los grupos paramilitares en tres perspectivas: una convalidación legal a través de la Ley de Justicia y Paz, una convalidación económica reflejada en la contrarreforma agraria y en la inmersión del dinero ilegal del paramilitarismo en los sectores productivos, y una convalidación política evidenciada en la expansión su esfera de influencia en las élites regionales y nacionales.
Paralelo a este proceso de legitimación forzada del paramilitarismo, se registra una abierta confontación y periferización de las guerrillas (FARC y ELN) en tanto enemigos del actual gobierno. En el tercer apartado, se verá como para la fecha de redacción de la presente investigación apenas se han producido débiles acercamientos entre el Gobierno Nacional y el ELN, los cuales son vistos con escepticismo no solo por algunos analistas, sino, fundamentalmente por la dirigencia del ELN.
Finalmente, a manera de conclusión, se intentará responder al interrogante inicial, mostrando cómo la narcotización del conflicto armado, evidenciada en la fusión de la política contrainsurgente y la política antinarcóticos, supone serios problemas no solo para el entendimiento de la situación colombiana -en tanto simplifica de manera sustancial las dimensiones del conflicto-, sino para su encauzamiento hacia una paz sostenible y sustentable.
En los acápites enunciados se tratará de esbozar el rol jugado por algunas elites, políticas, guerrilleras y paramilitares en relación con las organizaciones narcotraficantes por la vía de alianzas coyunturales. La relación de estos grupos selectos con el narcotráfico confirma una tesis ampliamente difundida según la cual la industria de las drogas ilegales ha penetrado la totalidad de la sociedad colombiana.[2]
1.
Narcotráfico y grupos armados
Es una
opinión compartida que el negocio de las drogas ilegales financia de forma
importante a las FARC y
las Autodefensas y en menor medida al ELN,
situación que ha permitido el mantenimiento de sus fuerzas y por lo mismo,
agravado las condiciones del conflicto armado. No obstante, en lo que existen
serias divergencias, es en la proporción reconocida a la economía del
narcotráfico en cada caso. Así, es posible encontrar informes que parecen
exagerar las cifras de financiamiento proveniente de las drogas, dramatizando
hasta tal punto el papel jugado por este, que logran
desplazar la dimensión originalmente política del
conflicto por una reducida percepción narcotizada.
De esta suerte, se ha desconocido
la complejidad de una lucha desarrollada por mas de
cuatro décadas en aras del nuevo postulado de la amenaza narcoterrorista, cuyos
efectos políticos ya conocemos.
A
continuación daremos una breve mirada a los nexos entre grupos armados y
narcotráfico, los cuales, como se verá, responden a un sistema de alianzas
coyunturales que han transformado su relación de una conexión marginal con las
organizaciones narcotraficantes al dominio actual de varias etapas de la
producción.
1.1.
Las FARC
Los
nexos de las FARC con el narcotráfico se remontan a los finales de la década del
setenta. Pese a su oposición inicial frente a la economía de las drogas
ilícitas, las FARC se vieron llevadas a admitir paulatinamente su funcionamiento
en los territorios bajo
su dominio a fin de evitar
la erosión de sus relaciones con la población de
aquellas regiones que veía en los cultivos ilícitos, auspiciados entonces por el
cartel de Medellín,
su único medio de sustento. En este periodo, la
guerrilla no asumió un control directo sobre los cultivos sino que autorizo el
cobro de un impuesto por parte de autodefensas.
Tras la
VII Conferencia de las FARC en 1982, y vistos los excesos cometidos por las
autodefensas delegadas, se regularizó el cobro de impuestos directamente por la
guerrilla, a partir de acuerdos formales con las organizaciones de
narcotraficantes. Los vínculos con estas se interrumpieron hacia mediados de los
ochenta por la confrontación con Gonzalo Rodríguez Gacha en el sur de Colombia,
situación que dio pie a la conformación de grupos paramilitares agenciados por
los narcotraficantes en el Putumayo y el Magdalena Medio.
Este proceso conllevo a una asunción paulatina de
los eslabones de la cadena productiva por parte de las FARC en las selvas
colombianas. Se pasó así del cobro del impuesto a cada kilo
de pasta o base de coca comprado por cada
narcotraficante grande o pequeño a los cultivadores, al gravamen de los mismos
cultivadores, raspachines y recolectores. Adicionalmente, se inició el cobro de
impuestos por uso de pistas aéreas para el transporte de precursores químicos y
cocaína. Para 1998, las FARC ya han asumido el control total del tráfico local
en Putumayo y Caquetá, imponiendo precios fijos para la base de coca y obligando
a los campesinos a vender únicamente al frente local. En adición, inician el
almacenamiento y venta de grandes volúmenes de coca a los representantes
seleccionados de los numerosos microcateles que reemplazaron a los grandes tras
la muerte de Pablo Escobar.[3]
Para finales
de la década del 90 se hace evidente la expansión territorial de las FARC y su
control de una parte importante de las regiones cocaleras, hecho que supuso para
las autoridades colombianas, el inicio de las actividades de refinamiento y
tráfico de cocaína. Sobre este hecho sin embargo no existe completa certeza.
Así, mientras para unas fuentes, el refinamiento y el tráfico internacional del
producto acabado son evidentes, para otros analistas, las Farc apenas se
encuentran en los niveles de producción y venta de base de coca.[4]
Según un
Informe de la Junta de Inteligencia Conjunta (JIC) de Febrero de 2005, el
tráfico ilícito de sustancias sicoactivas por parte de las FARC cubre las
actividades de producción, cultivo y comercialización de hoja de coca y de
amapola, producción de pasta y clorhidrato de coca en laboratorios;
cristalizaderos y cobro de gramaje sobre la negociación de base de coca, así
como el alquiler de pistas de aterrizaje y comercialización de los productos
derivados de las plantas anteriores.[5]
El conjunto de estas actividades representa el 45,8% del total de ingresos de
las FARC y ocupa el primer lugar, seguido de los ingresos percibidos por
extorsiones y secuestros.[6]
Lo dicho en el informe de la JID, contrasta con lo
sostenido por el
Internacional Crisis Group
en su informe sobre América Latina del año 2005. Según este, “la evidencia sobre
la participación de las FARC en el refinamiento y tráfico de coca es menos
clara”. Esto porque, además de la dificultad en la veracidad de las fuentes
disponibles, “las cuales pueden estar contaminadas por razones políticas o
militares, no es seguro que las FARC tengan la capacidad de traficar a escala
internacional solas, o incluso que manejen algunas de las etapas posteriores del
negocio, como operar laboratorios de refinamiento de cocaína propios, poseer
plantaciones de coca, controlar rutas de envío y mantener sus conexiones
internacionales para situar la droga en otros países”.[7]
En una línea intermedia se encuentra la investigación de
Sergio Uribe, “Los
cultivos ilícitos en Colombia”,
la cual da luces sobre la realización de procesos de refinamiento en las áreas
cercanas a los campos de cultivo de la guerrilla. Sin embargo, el mismo autor
reconoce
no encontrar evidencia de que las organizaciones
guerrilleras hayan desarrollado sus propias redes de distribución en el
extranjero, ni de que hayan exportado directamente, aunque sí se beneficiaban
sustancialmente de la industria ilegal.
[8]
No obstante
la imposibilidad de establecer de forma definitiva el eslabón último de
participación de las FARC en la cadena de producción y trafico de drogas,
resulta claro el vínculo sostenido por estas con el narcotráfico y el producto
derivado de este que nutre sus finanzas. Sea como la mera venta de pasta de coca
a microcrateles o como posible inicio de una red internacional del tráfico de
drogas, el nexo es inminente.
1.2. El
ELN
El Eln tiene
una participación más bien marginal en el negocio de la droga. Su actividad en
zonas cocaleras es menor que la de las FARC o las AUC, pero mantiene presencia
en regiones con cultivos de amapola y coca. Según informa el Ministerio de
Defensa, en el año 2000 sólo 7 frentes del ELN estaban firmemente establecidos
en zonas de cultivo de drogas ilícitas. En el 2005, el ELN opera en cerca de
diez regiones con cultivos ilícitos: La Sierra Nevada de Santa Marta, el
Catatumbo, el sur de Bolívar, el occidente del Cauca, Huila, Tolima y el centro
de Nariño. Todas estas regiones cuentan además con presencia paramilitar y/o de
las FARC.
No
obstante su presencia en zonas cocaleras, la relación del ELN con el
narcotráfico es más compleja. Aun cuando mantiene una condena oficial hacia
cualquier vínculo entre la causa revolucionaria y el
narcotráfico, en algunos casos, como el de la
columna móvil Cienfuegos en el Cauca, el ELN ha permitido el ingreso selectivo
de algunos narcotraficantes para la compra de látex.
Por otro lado, a partir de 2003, y tras su
expulsión de las zonas del sur de Bolívar por parte de los paramilitares, varios
frentes del ELN han
cobrado impuestos a los cultivadores de coca.
De esta forma, el narcotráfico ha entrado a ser un
rubro más del presupuesto del ELN, que según algunos cálculos alcanza el 8%[9].
Así las cosas, es previsible un aumento en su participación de la actividad
ilegal a futuro.
1.3.
Las Autodefensas
Las
relaciones entre Autodefensas y narcotráfico surten un proceso inverso al
producido con los guerrillas. Vimos en 1.1. cómo las guerrillas llegaron
paulatinamente al negocio del narcotráfico, llegando incluso a contradecir sus
premisas ideológicas originales. Las autodefensas en cambio, tienen desde sus
inicios un lazo indisociable con las organizaciones de narcotraficantes en la
década del 80 y comienzos de los noventa y solo hasta ahora, tras convertirse en
una federación nacional de bloques armados y
con motivo del actual proceso de desmovilización,
buscan adquirir un estatus político.
En efecto,
los paramilitares deben su origen a los carteles de la droga y su expansión al
combate contra la guerrilla por el dominio de las regiones cocaleras. Desde
1996, este proceso se ha intensificado, incrementando los niveles de violencia y
desplazamiento en las zonas de enfrentamiento. Para el año 2000, según informes
del Ministerio de defensa, siete bloques de las AUC operaban en regiones de
cultivos de coca y amapola[10].
Naciones Unidas por su parte, calcula que la presencia paramilitar llega
a 86 de los 162 municipios donde se cultiva coca,
ubicando frentes en el Magdalena medio, Santa Marta, la región sur de Bolívar,
el valle del Cauca, el norte de Antioquia, la región de Urabá, Nariño, el
noroccidente del Putumayo, el suroccidente de Caquetá, Meta y Guaviare, regiones
estas ultimas, en disputa con los grupos guerrilleros.[11]
Pese a lo
extraordinario de su expansión, la extensión de las zonas de cultivos de las
autodefensas no es tan grande como la de las FARC. Sin embargo, diversos
estudios parecen comprobar que la participación de las AUC en el negocio de la
droga es mucho más profunda. Esto se evidencia, en la participación de unidades
paramilitares en el control de rutas claves para el transporte de cocaína hacia
el exterior, precursores químicos y armas. Del mismo modo, los paramilitares
aparecen vinculados con laboratorios de refinamiento y con decomisos de cocaína.
En un informe de la DEA del año 2001 se afirmo que “la organización de Carlos
Castaño (y posiblemente otros grupos paramilitares) parecen estar directamente
involucrados en el procesamiento de cocaína”. Pero sin lugar dudas, mas
concluyente en este sentido es la declaración efectuada por Carlos Castaño el 9
de junio de 2002 en la que acusó a dos jefes del bloque central Bolívar, Javier
Montañez y Ernesto Báez, así como a otros jefes paramilitares de “involucrarse
irresponsablemente en el negocio del narcotráfico”[12]
En
febrero de 2004, el embajador de Estados Unidos en Colombia, William, Word,
afirmó que las AUC controlaban el 40% del tráfico ilegal de drogas en Colombia.
Lo anterior se compadece con la solicitud en extradición de los Estados Unidos
de cinco altos jefes de las autodefensas (Mancuso, Fidel Castaño, Jorge 40,
Ramiro Vanoy y Juan Carlos Sierra) y la introducción de doce paramilitares
en la lista
Tier II de narcotraficantes extranjeros. Como en el
caso de las FARC, el nexo con el narcotráfico es evidente. Mas adelante veremos
cómo, en la actual negociación con las AUC, se busca mimetizar este lazo con el
narcotráfico con los ropajes de un estatus político.
Según el
Internacional Crisis Group,
las AUC parecen desempeñar un papel más importante en las etapas más lucrativas
del refinamiento y la exportación de droga, por lo que percibe mayores
ganancias. De allí que se presente una suerte de contradicción el hecho de que
sus ingresos se presente en numerosos informes como bastante inferiores a los de
las FARC, siendo que esta organización se mueve menos en el trafico
internacional y depende más de los primeros eslabones de la cadena productiva,
que, coincidencialmente son los menos lucrativos.[13]
2.
La
asimilación y convalidación
del
paramilitarismo
El
23 de diciembre de 2002 el presidente Álvaro
Uribe sancionó una ley mediante la cual quedó facultado para iniciar
negociaciones de paz con cualquier grupo armado, así careciera de estatus
político, abriendo la compuerta para una negociación con los paramilitares. Una
semana después, el 29 de noviembre, las AUC hicieron la primera declaratoria de
cese unilateral de hostilidades, y el 15 de julio de 2003 el gobierno y las AUC
firmaron el
Acuerdo de Santafé de Ralito,
por medio del cual se comprometieron a desmovilizarse gradualmente hasta
desaparecer como grupo armado en 2005.
Luego de más de dos años de negociaciones entre el gobierno y el principal grupo paramilitar del país, se han desmovilizado cerca de 5.000 de los combatientes de las AUC. Sin embargo, pese a que era una condición del presidente Uribe para negociar, los paramilitares no han cumplido a cabalidad el cese del fuego. Este incumplimiento unido a las pugnas internas entre diferentes facciones de las AUC, que llevaron incluso a la desaparición de su líder Carlos Castaño, al asesinato de los comandantes 'Doble cero' y Miguel Arroyave y de tres importantes políticos del Meta, pusieron en peligro todo el proceso durante el primer semestre del 2004.
Por su parte, la verificación de la OEA a cargo de Sergio Caramagna ha sido vista con desconfianza. En palabras de Human Rights Watch, “la Misión de la OEA ha jugado un papel altamente cuestionable, puesto que ha servido, principalmente para darles un sello de aprobación a las acciones emprendidas por el gobierno colombiano”, guardando estricto silencio acerca de los problemas del proceso. Con esto, “la Misión ha contribuido a dar al proceso una apariencia de legitimidad internacional que no se merece.”[14]
A continuación
problematizaremos tres aspectos fundamentales del proceso de convalidación del
paramilitarismo en Colombia. En primer lugar, las deficiencias de la
Ley
de Justicia y Paz que, como han señalado numerosos analistas y ONG´s nacionales
e internacionales, parece dejar intacta la estructura paramilitar, sentando un
precedente desastroso en materia de verdad, justicia y reparación. De otro lado,
el problema de la concentración de la tierra desatado por la compra de alrededor
de un millón de hectáreas por narcotraficantes y grupos armados ilegales en lo
que se ha denominado contrarreforma agraria y su penetración en los negocios
legales e ilegales y en el monopolio de bandas criminales. Por último
la infiltración del paramilitarismo en la política
regional y nacional agenciando el reciclaje de las elites paramilitares en las
elites políticas.
2.1. La convalidación legal:
Desde abril de 2005 circularon varios proyectos de ley que buscaban "verdad, justicia y reparación" en las desmovilizaciones de los combatientes de grupos armados, en especial de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC). Durante el debate así como en la negociación, el punto central de discusión fue el narcotráfico, y específicamente el futuro de los jefes pedidos en extradición. Otros temas como la reparación a las víctimas, el alcance de la confesión y el tema del delito político fueron también importantes. Las discusiones en el Congreso contaron con muy poco quórum y se vieron enrarecidas con debates sobre las inhabilidades para votar el proyecto de los políticos que eventualmente se beneficiaron de un proselitismo paramilitar para ser elegidos. [15]
Finalmente, el 21 de junio fue aprobada la ley de Justicia y Paz promovida por el Gobierno Nacional que regula la investigación, procesamiento, sanción y beneficios judiciales a miembros de grupos armados que decidan desmovilizarse y contribuir decisivamente a la reconciliación nacional. Entre otros puntos, la ley destaca i. La posibilidad de que los desmovilizados de los grupos armados puedan disfrutar de los beneficios de ley sin importar que hayan participado en actividades del narcotráfico antes del ingreso al grupo, ii. La confesión de los delitos cometidos por los miembros de los grupos armados en versión libre ante un fiscal delegado de la Unidad Nacional de Fiscalías de Justicia y Paz, iii. El establecimiento de un plazo de sesenta días para que la UNF para la Justicia y Paz, junto con la policía judicial, adelante las labores de investigación y verificación de los hechos admitidos por los imputados, iv. La imposición de penas alternativas a los confesores consistentes en privación de la libertad por un periodo mínimo de cinco años y no superior a ocho, tasada de acuerdo con la gravedad de los delitos y el grado de colaboración con la justicia, v. La rebaja de hasta una décima parte de las condenas de las personas que se acojan a la ley (jubileo), y vi. La calificación de las actividades de las autodefensas como delito de sedición.
Una vez
aprobada, el gobierno
Nacional se ha dedicado a promover la Ley dentro de
la comunidad internacional. En
Estados Unidos, fue bien
recibida por
En otro informe la misma ONG afirma: “El proyecto actual hace poco más que servir a los intereses de los líderes paramilitares: no toca sus redes mafiosas ni el poder económico que alimenta las actividades de sus grupos (…) Es un mal arreglo tanto para los colombianos como para la comunidad internacional, y sienta un precedente desastroso parar negociaciones futuras con otros grupos armados.”[17]
En el mismo sentido se han pronunciado los críticos de la ley en Colombia. Un análisis de la Fundación Ideas para la Paz, expone los desafíos que supone la implementación de la ley. Muchas de las debilidades de esta persisten, sobre todo en materia de investigación, verificación y reparación: “Sin duda el texto deja mucho que desear; y sin duda en la negociación se perdió una oportunidad única para obligar el desmonte de aparatos coercitivos ilegales e institucionalizar las regiones. Más que un ejercicio de construcción, fue una transacción entre las partes”.[18]
Además del articulado de la ley de Justicia y Paz, el proceso con los paramilitares ha sido objeto de fuertes críticas por la excesiva conducta discrecional del Gobierno Nacional a lo largo de las negociaciones. Las filtraciones publicadas el 25 de septiembre por la revista SEMANA sobre cómo negocia el gobierno con las autodefensas revelaron cómo la mafia se estaba adueñando del paramilitarismo en Colombia. En el artículo Revelaciones Explosivas, la revista divulga unas grabaciones en las que el presidente Álvaro Uribe ofrece a las autodefensas usar la facultad discrecional para evitar la extradición y que sean juzgados por la Corte Penal Internacional. Además, quedan en evidencia los graves problemas por las deserciones de mandos medios y combatientes rasos y la creciente infiltración de la mafia de la droga en todas las estructuras de los paramilitares. [19]
Así las cosas, la desmovilización del paramilitarismo afronta serios retos. En primer lugar, la clara identificación de los desmovilizados, vistas las numerosas franquicias paramilitares compradas por narcotraficantes que buscan evitar su extradición a Estados Unidos. La advertencia sobre la mimesis de los narcotraficantes, ha sido ya efectuada por el Internacional Crisis Group en su más reciente informe:
“una
propuesta que circula entre los paramilitares y los capos del narcotráfico
sugiere que estos últimos podrían pagar para volverse miembros de los primeros
con el fin de beneficiarse de las conversaciones con el gobierno y blanquear su
pasado. Se cree, aunque no está confirmado, que Gordo Lindo, Mejía Sierra,
Arroyabe, Macaco, Don Berna, Vanoy y otros de los participantes en las
conversaciones con el gobierno son narcotraficantes que se convirtieron en
paramilitares pagando grandes sumas a las AUC por esta licencia. Así por
ejemplo, Don Berna, que era desconocido en 2001 cuando Castaño dejó su cargo por
primera vez, se presentó como inspector general de
las AUC en 2002, justo cuando se iniciaron las
negociaciones con el gobierno.”
[20]
A la vez, varios congresistas y analistas aseguran que la ley de "justicia y paz", contiene un "narco mico", es decir, una fisura legal que facilita que los narcotraficantes se presenten como paramilitares y obtengan los beneficios que busca la ley para los combatientes que se desmovilicen. Según los críticos, esto está dado por la posibilidad de incluir al paramilitarismo como un delito político y gozar de los beneficios como rebaja de penas e indulto, lo que podría llevar a tomar al narcotráfico como delito conexo al paramilitarismo. En este sentido, ha resultado fundamental la discusión tendiente a definir qué es un delito político, de manera que al hacerlo conexo, al hacer aplicable la ley, no se llegue a la impunidad ni se utilice la definición de delito político para eximirse de pena en virtud del narcotráfico.
De la mano de la identificación de los desmovilizados, se encuentra la necesidad de que la ley asegure que los paramilitares confiesen la totalidad de sus crímenes, divulguen información sobre la operación de los grupos y entreguen sus fortunas ilegales.
El segundo desafío es asegurar el futuro de las zonas abandonadas por los paramilitares, frente a dos riesgos inminentes. De un lado, la persistencia de la influencia paramilitar (ahora desmovilizada) y de otro, la ocupación por parte de las FARC aprovechando el vacío institucional. El tercero se refiere al futuro de los desmovilizados. En este punto resulta fundamental tomar con precaución propuestas como la de de involucrarlos en el Ejército. Por otra parte, ya se han hecho evidentes las deficiencias del programa de reinserción del gobierno a la hora de reincorporarlos a la vida civil sin que esto redunde en una absoluta impunidad ni en el retorno de los desmovilizados a la vida criminal.
El cuarto desafío, y quizá el más complejo, es el desmonte definitivo del paramilitarismo, más allá de la desmovilización simbólica de los ejércitos. Como ha sido demostrado por diversas investigaciones, los miembros de las AUC han penetrado la política nacional y regional y la economía legal e ilegal.[21] Gran parte de los defectos de la ley de Justicia y Paz, consisten en el mantenimiento del poder económico y político de los paramilitares. De ahí que resulte preponderante un tipo de desmovilización que garantice el desmantelamiento definitivo del poder y estructura criminal de estos grupos, a partir de medidas como el hallazgo y confiscación de sus fortunas, la investigación de sus fuentes de financiamiento y el castigo de delitos como la extorsión y el soborno. Sobre este punto volveremos más adelante.
2.2. La convalidación económica: contrarreforma
agraria
Además de la convalidación legal agenciada por la Ley de Justicia y Paz, el paramilitarismo ha logrado mantener e incluso acrecentar sus activos mediante el trafico de drogas, l
los dedicadas al cultivo de coca o al uso como corredores estratégicos para la movilización de armas, drogas y precursores químicos.
Como señala Carlos Medina Gallego, la contrareforma agraria del
narcoparamilitarismo
surge a partir de la necesidad de efectuar un "lavado de las grandes cantidades
de dinero" a partir del "boom" cocainero del narcotráfico colombiano, de la
prospección de grandes yacimientos petrolíferos en diferentes regiones del país
y de la necesidad por parte del capital de implementar megaproyectos que
permitieran articular geográfica y económicamente al país.
[22]
Según cálculos del
Incora,
los narcotraficantes poseen el 48% de las mejores tierras
del país, mientras que el 68% de los propietarios (pequeños campesinos) sólo
posee el 5,2% del área. Por su parte, el PNUD y el DNE estiman que los
narcotraficantes compraron tierras en 409 de los 1.039 municipios del país y con
un especial énfasis en los Departamentos del Valle, Córdoba, Quindío, Risaralda
y Antioquia.
Del mismo modo, un documento de la Contraloría titulado "La gestión de la Reforma Agraria y el proceso de Incautación y Extinción de Bienes Rurales", sostiene que la compra de
tierras por parte de los narcotraficantes bordea el millón de hectáreas, equivalente a casi el 3% del territorio nacional y a un 5% de las tierras potencialmente explotables.[23]
En efecto, "la concentración de tierras con recursos ilícitos o mediante medios violentos ha contribuido a la crisis agrícola y social del campo, a más de agudizar desde el punto de
vista político, el carácter señorial y dominante de la gran propiedad rural". Se trata según Flórez Enciso, vicecontralor delegado, de "una de las más grandes operaciones de
avado de dineros del narcotráfico, y posiblemente del secuestro y la extorsión.”
Según advierte el
informe, de no contenerse este fenómeno mediante una acelerada extensión del
dominio, el mapa político del país se orientará hacia una estructura autoritaria
en los niveles locales y regionales, que se reflejará más temprano que tarde en
el nivel nacional. Sin embargo, pese
a la precariedad del panorama descrito, el Estado ha sido incapaz de utilizar la
figura de la extinción de dominio para compensar la concentración de la
propiedad de la
tierra agrícola. De las
Mediante la compra ilegal de tierras, el sometimiento de las comunidades campesinas y la cooptación de las élites locales en buena parte del país, el narcotráfico ha conseguido
debilitar las instituciones y cooptar sus propósitos de interés general y beneficio público; en una mimesis paramilitar que se ve legitimada por los actuales procesos de desmovilización.
Con todo esto, como afirma Mauricio García, “en muchas regiones del país nos dirigimos hacia la consolidación de un proyecto de sociedad gansteril nunca antes visto. Un proyecto
enquistado y difícil de exterminar, ideado por una combinación oscura y poderosa de hacendados, paramilitares, narcotraficantes y políticos locales, todos ellos envalentonados
por un discurso presidencial anti-guerrillero.” [24]
2.3. La
convalidación política:
la cooptación de las élites
El
concepto de elite se ha transformado a lo largo de la historia adquiriendo
diversas acepciones. Los teóricos clásicos de las elites, Mosca, Pareto y
Michels, compartían una visión caracterizada por el cuestionamiento al Estado
democrático ( y aún el socialista) como garante de la igualdad social, hecho que
hacía posible la imposición del poder de una pequeña minoría sobre el resto de
la sociedad. Se configura así la oposición entre elites dirigentes y masas
dirigidas como presupuesto para el análisis de las relaciones sociales y
políticas.
La
dicotomía elite gobernante- masa dirigida expuesta por Pareto y Mosca no
exteriorizaba sin embargo la diferenciación de la sociedad en toda su dimensión,
hecho que ha generado el que en las últimas décadas se haya extendido toda una
controversia sobre la configuración de la estructura de poder en las sociedades
industriales modernas. Como tema central de la polémica está el saber si dichas
sociedades están regidas por una elite dominante que controla los principales
mecanismos de poder o por una pluralidad de elites, cuyo poder e influencia
están en competencia. El debate contemporáneo se definirá así entre los
partidarios de la “elite en el poder” y el establishment y los teóricos del
“pluralismo político” y el equilibrio de poderes.
En la
actualidad los estudios en teorías de elites se encuentran orientados al
análisis de las redes de relaciones que existen entre sus miembros. De allí que
el concepto de estructura ocupe un lugar fundamental, al indicar cómo el
accionar de estos miembros se desarrolla en relación directa con las
instituciones cumpliendo funciones de integración, dominación y representación
de los intereses sociales. Amparándose en el Estado y la sociedad, las elites se
manifiestan como expresión de una estructura de poder con una duración
determinada y no como objetos aislados que ejercen el poder desde el vacío. En
este trabajo tendremos presente la importancia de considerar la intersección de
relaciones entre diferentes posiciones de elites así como la movilidad que tiene
lugar al interior de cada una de estas, como paso primordial para la evaluación
de su influencia en la configuración institucional y la toma de decisiones
públicamente relevantes.
Gran
parte del mantenimiento del negocio del narcotráfico tiene su base en la
realización de alianzas coyunturales con las elites políticas, económicas y
armadas (ilegales). La industria ilegal requiere tanto la participación de
“campesinos, químicos, varios tipos de proveedores, vendedores e intermediarios,
pilotos, abogados, asesores financieros y fiscales, capataces, guardaespaldas,
testaferros y contrabandistas; como el apoyo de redes que incluyen a “políticos,
policías, guerrilleros, paramilitares, miembros del ejército, empleados
oficiales, banqueros, parientes leales, compañeros de infancia y otros; los
cuales se benefician de la industria, la toleran o dan protección a sus miembros
pero no forman parte directa de ella”. Se trata, en el caso de estas ultimas de
un fenómeno que
auspicia el que la industria ilegal penetre y
corrompa las instituciones políticas y sociales, en las formas que ya conocemos,
permitiendo que los ingresos ilegales se distribuyan e irriguen hacia el resto
de la sociedad formando lazos de la lealtad entre esta y las organizaciones
narcotraficantes.[25]
La relación entre paramilitarismo y narcotráfico es un tema ya tratado en diferentes trabajos. En Los Señores de la Guerra, Gustavo Duncan sostiene que “la irrupción masiva de redes mafiosas en las ciudades sólo ha sido posible por el apoyo logístico, militar y financiero recibido por los jefes de las autodefensas desde el campo.” Durante la última década, los ejércitos paramilitares han sufrido una expansión geográfica sin precedentes que los ha llevado a convertirse en parte importante de la estructura de poder político en las zonas semiurbanas y rurales del país. “En los municipios de Colombia donde ejercen su dominio, los jefes de las autodefensas regulan y extraen tributos a las transacciones económicas, amenazan y protegen a las comunidades, moldean la justicia y el orden político de acuerdo a su conveniencia, y poseen el control, y por consiguiente las mayores ganancias, del tráfico de drogas.” [26]
Existe un segundo fenómeno alrededor del narco-paramilitarismo. Se trata de la infiltración de redes mafiosas desde las zonas semiurbanas y rurales de las autodefensas hacia las ciudades más grandes de Colombia, y como logro de un nivel superior, la apropiación del poder político en las ciudades. La infiltración de los cargos de elección popular (alcaldías y concejos) genera enormes ganancias producto de la corrupción en la contratación pública, la impunidad frente a las instituciones del Estado y la capacidad de crear una red clientelista propia.
Las causas de esta creciente infiltración paramilitar son las mismas de la mayoría de males del país: la debilidad del Estado, la democracia deslegitimada por un sistema político clientelista que termina sirviendo a los intereses de unos pocos y la eterna impunidad reinante. El clientelismo armado es el método usado por los paramilitares para acceder al poder político regional. Paradójicamente, anuncia Duncan, “es la debilidad económica de la clase política tradicional una de las principales causas de la infiltración de las redes mafiosas en las ciudades. Bajo un grado mínimo de modernización del sistema económico de una ciudad y de un tamaño de población con acceso a servicios del Estado sin necesidad de mediación clientelista, la mayor riqueza de los políticos locales para financiar unacampaña electoral incidirá en un menor riesgo de infiltración mafiosa en el gobierno.”
Según Duncan, “tras los intereses de una nueva élite de señores de la guerra está la tensión entre fuerzas urbanas que pretenden construir una sociedad regida por principios democráticos con un capitalismo moderno versus fuerzas rurales que quieren dispersar el poder del Estado para construir gobiernos regionales basados en la inmunidad de empresas criminales. En el nuevo contexto de la disputa por la configuración del Estado, la connotación de lo del campo deja de estar vinculada a la imagen tradicional de economías y sociedades campesinas. Ahora se trata de las áreas de influencia de municipios e incluso ciudades intermedias que de la mano de su historia rural han experimentado procesos de urbanización y terciarización de la economía, en gran parte gracias a los excedentes del narcotráfico.”
Los paramilitares se
están infiltrando en la política regional, en negocios legales e ilegales y
están monopolizando bandas criminales. El mismo
Ernesto
Báez, comandante de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC), lo declaró
recientemente en la
cadena Super: "En un acto de honestidad con el pueblo colombiano, quiero decir
que las AUC intervienen directamente en política". Jorge Cuarenta, otro poderoso
jefe paramilitar, ha reconocido también públicamente que la alcaldía de Riohacha
le desviaba recursos oficiales de las Aseguradoras de Riesgo en Salud (ARS), el
régimen subsidiado de salud de los más pobres. Y en Medellín hay grafitos en las
paredes que agradecen a Adolfo Paz, otro de los hombres fuertes de Ralito, la
nueva paz de Medellín.
El principal objetivo del proyecto urbano
de los 'señores de la guerra' es "producir fortunas sin precedentes que puedan
trasladarse en líquido hasta las zonas rurales" y a la vez "construir gobiernos
regionales basados en la inmunidad de empresas criminales". El grado de
infiltración de estos señores de la guerra varía de ciudad a ciudad y puede ir
desde el control de las bandas criminales hasta la incursión en la política
nacional, pasando por la regulación de ciertas actividades económicas.
Su entrada a las ciudades se da por
lo general a
través de los barrios marginales, donde la presencia del Estado es endeble y la
prestación de los servicios públicos es insuficiente.
Con esto las autodefensas ganan la legitimidad suficiente
para organizar a las comunidades: dan directrices políticas a algunos líderes de
acción comunal, conforman grupos de vigilancia con jóvenes, deciden pleitos,
regulan ciertos aspectos morales del barrio.
Para
lavar el dinero también han incursionado en la economía lícita. Sobre todo cómo
árbitros de aquellos sectores que por estar entre lo legal y lo informal
necesitan de alguien fuerte que haga cumplir los contratos. El máximo nivel de
infiltración en las ciudades aparece cuando logran corromper a algunos
funcionarios judiciales, de seguridad o del gobierno local. Llegando al corazón
del poder 'los señores de la guerra' garantizan impunidad para sus negocios,
información de primera mano útil para su protección e influencia sobre
decisiones políticas que los afecten.
Esta penetración no es fácil. Pero la han ido logrando
-por lo menos en las localidades y crecientemente a nivel regional- al mejor
estilo de los barones electorales tradicionales, pero apoyándose en el poder de
intimidación que les dan las armas.
Colombia está sufriendo un silencioso revolcón político.
Las élites tradicionales de varias regiones vienen siendo reemplazadas desde
hace unos cinco años por nuevos barones electorales respaldados por las
autodefensas. "Los señores de la guerra, como nuevas élites locales, suplantaron
a la figura de los terratenientes y caciques políticos tradicionales".
3.
La confrontación y marginamiento de la guerrilla bajo la etiqueta del
narcoterrorismo
Con los
ataques del 11 de septiembre se ha producido un giro en el
discurso de las políticas de seguridad de Estados
Unidos y Colombia en clave de lucha antiterrorista. La estrategia que combina
política de seguridad y política antinarcóticos adelantada por Uribe, sigue esta
perspectiva y profundiza lo emprendido en el gobierno Pastrana a través del Plan
Colombia para fortalecer las fuerzas armadas y la policía y lanzar un ambicioso
programa de fumigación aérea de las plantaciones de coca. Esto ha redundado en
una explicación de la situación colombiana en términos de “una amenaza
narco-terrorista contra un Estado democrático”.
[27]
La simbiosis
narcotráfico- terrorismo se basa en dos supuestos fundamentales. En primer
lugar, que el control de la oferta, esto es, de los cultivos ilícitos, es el
medio más efectivo para acabar con el narcotráfico: “si no hay cultivos de
drogas para cosechar, no podrán ingresar ni cocaína ni heroína a la cadena de
distribución”.[28]
En segundo lugar, que como los grupos armados dependen importantemente del
negocio de la droga, si se lucha contra este y se elimina, las finanzas de estos
grupos se verían mermadas y con esto su pie de fuerza, condición que facilitaría
una eventual negociación.
Si bien desde
1997, las FARC y el ELN figuran dentro del listado de organizaciones terroristas
internacionales del Departamento de Estado norteamericano, y el 10 de septiembre
de 2001 fueron incluidos los paramilitares, el nuevo enfoque de la política de
seguridad simplifica peligrosamente las dimensiones de un conflicto de mas de
cuarenta años y obstaculiza sus posibles salidas.
Este desconocimiento del conflicto ha sido visto con problemas en la comunidad internacional, tal como lo reseñó el Informe de la Alta Comisionada de Naciones Unidas para los Derechos Humanos sobre Colombia de 2004: "Esta nueva caracterización de la problemática existente desde hace varias décadas en el país puede prestarse a confusiones y problemas en varios campos, desde los datos estadísticos hasta las políticas públicas, incluyendo la aplicación con rigor del derecho internacional humanitario", señala el informe. La diferencia de términos utilizada por el gobierno aumentó las críticas, pues pocos entienden cómo el gobierno intenta convertir al paramilitarismo en delito político, mientras niega la existencia del "conflicto".
Los acercamientos entre el Gobierno nacional y el ELN han estado hasta el
momento marcados por la incertidumbre y la inestabilidad. Si bien el ELN ha
mantenido contactos persistentes con los últimos tres gobiernos, hasta el
momento no se ha logrado formalizar un proceso de diálogo con ninguno de ellos.
Por ello, pareciera haber la sensación de que con el ELN se han hecho muchas
negociaciones que nunca han dado ningún resultado: la realidad es que nunca se
ha dado un proceso de diálogo formal entre Gobierno Nacional y ELN, a diferencia
de otras organizaciones guerrilleras que sí han tenido varias experiencias en
ese sentido.[29]
Por lo anterior, podríamos decir que si las cosas funcionan en estos nuevos
acercamientos, por primera vez tendríamos la experiencia de tener al ELN sentado
en una mesa de conversaciones con una delegación del Gobierno Nacional. No
obstante una
atmósfera de escepticismo rodea no solo a
analistas y ciudadanos sino también a la dirigencia
del ELN.
El ELN ha expuesto en
dos documentos los obstáculos que impiden llegar a un proceso de paz con el
actual gobierno, y la importancia de adelantar un proceso de consultas con
sectores de la sociedad colombiana a propósito de los mismos. Entre estos
destacan
(completar)
CONCLUSION
La
relación entre conflicto y narcotráfico merece ser estimada en el contexto
amplio de un conflicto armado histórico y no en los términos simplistas de una
amenaza narcoterrorista. Así, la situación deja de resolverse en los términos
propuestos por la actual administración si se tiene en cuenta que,
tanto en el caso de las FARC como en el del ELN, el
dinero obtenido por la droga todavía parece ser más un medio para conseguir un
fin y no un fin en si mismo.
La
ideología política, si bien más débil y ambigua que antes, define las metas
estratégicas del ELN y probablemente también las de las FARC, por consiguiente,
incluso si se les cortan los altos ingresos por droga del pasado, todo parece
indicar que el conflicto puede seguir.
La estrategia de Bogotá y Washington de combatir
los grupos armados como narcoterroristas, por útil que sea para fines
propagandísticos, simplifica en exceso la situación y propicia un enfoque tan
autolimitante que se vuelve contraproducente. Se requiere una estrategia de
seguridad efectiva que debilite las opciones militares de los grupos armados,
pero también se necesita un programa de desarrollo social y económico de amplio
alcance que menoscabe su argumentación ideológica y, por ende, ayude a generar
un contexto en el que se puedas poner fin al conflicto.
Con lo
anterior no desconocemos que las posibilidades de poner fin al conflicto en
Colombia aumentarían considerablemente si se diera solución el problema de la
droga,
solución que en nuestro concepto no se reduce a un control
de la oferta, como lo aducen las actuales políticas antinarcóticos sino que debe
enfocarse también a la demanda creciente de drogas en los grandes centros de
consumo en Estados Unidos y Europa.
Los
obstáculos presentados en el actual proceso con las AUC, deben servir de
experiencia para futuras desmovilizaciones. En primer lugar, para dejar en claro
que el narcotráfico, como los crímenes atroces, no es materia de negociación, si
es que se quiere lograr un proceso apegado a los principios del Estado de
derecho. En segundo lugar, que debe darse un debate que aclare las condiciones
bajo las cuales un grupo armado ilegal puede llegar a ser considerado con
estatus político, de tal forma que, ni se desconozcan las reivindicaciones
políticas e ideológicas de algunos sectores, ni se aliente la formalización del
paramilitarismo como
actividad
política
Con
respecto a la relación entre elites y narcotráfico baste decir en este escrito
que gran parte del mantenimiento y perpetuación del fenómeno del narcotráfico en
Colombia se explica en su posibilidad de obtener el respaldo y/o agenciamiento
de algunas elites políticas, armadas y sociales cuya naturaleza es preciso
describir en un trabajo futuro. Pero además merece la pena preguntarse si las
dinámicas subyacentes a las organizaciones narcotraficantes, y las cúpulas
guerrilleras
y paramilitares, su capacidad para
hacer resonancia en el sistema político, transmitir, integrar y representar
intereses, no puede hacerlos susceptibles de ser analizados como élites o,
siguiendo la lógica del
establisment, como
contraélites.
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“Los cultivos ilícitos en Colombia. Evaluación: extensión, técnicas y
tecnologías para la producción y rendimientos y magnitud de la industria”, en
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Ilícitas en Colombia: su impacto económico, político y social, Bogotá:
Dirección Nacional de Estupefacientes, PNUD y Planeta, 1997.
[1]
Politóloga y candidata a
Magíster en filosofía de
[2]
THOUMI, Francisco. El Imperio de
la droga. Narcotráfico, Economía y Sociedad en los Andes. Bogotá:
Editorial Planeta, 2002.
[3]
INTERNACIONAL Crisis Group.
Guerra y Droga en Colombia. Informe sobre América Latina Nº 11 del
27 de enero de 2005, pp. 9- 10.
[4]
Etapas del negocio de la droga: i. cultivo, ii. Cosecha, iii. producción
de la primera pasta de coca, iv .producción de la base de coca en
cocinas, v. almacenamiento y venta de base de coca, vi. Refinamiento
para transformación en cocaína, vii. Transporte a puntos de trasbordo,
viii. Transporte al exterior a puntos intermedios (México, Antillas);
ix. Destino Final (EU, Europa), x. venta en grandes volúmenes,
xi. Venta en pequeñas cantidades, xi. Consumo.
[5]
Informe de
[6]
Ibid, p. 12
[7]
INTERNACIONAL Crisis Group.
Guerra y Droga en Colombia. Informe sobre América Latina Nº 11 del
27 de enero de 2005, p. 11
[8]
URIBE, Sergio. “Los cultivos ilícitos en Colombia. Evaluación:
extensión, técnicas y tecnologías para la producción y rendimientos y
magnitud de la industria”, en Thoumi, Francisco (comp).
Drogas Ilícitas en Colombia: su
impacto económico, político y social, Bogotá: Dirección Nacional de
Estupefacientes, PNUD y Planeta, 1997.
[9]
RENSSEALER Lee II, “Colombia: Insurgency Inc., prepared for Internal
Conflict 1998-
[10]MINISTERIO
de Defensa. El narcotráfico, una
amenaza para la seguridad nacional, Bogotá: noviembre de 2000.
[11]
OFICINA de las Naciones Unidas contra la droga y el delito ( UNODC),
Colombia: Coca Cultivation Survey
2003, Viena: junio de 2004
[12]
CASTAÑO, Carlos. “La verdad de las AUC ante la comunidad internacional y
los EEUU”, en Las verdaderas
intenciones de los paramilitares. Corporación Observatorio para
[13]
Internacional Crisis Group. Op. Cit., p. 22
[14]
HUMAN RIGHTS WATCH. Las
apariencias engañan.
La
desmovilización de los grupos paramilitares en Colombia.
Agosto de 2005. Vol. 17, Nº3 ( B)
[15]
Véase, LEY DE JUSTICIA, PAZ Y REPARACION, en Gaceta del Congreso. Año
XIV, N° 390. Bogotá, D.C., Martes 21 de junio de 2005.
Disponible en formato electrónico en
http://www.dhcolombia.info/article.php3?id_article=150. Fecha de
consulta: Febrero 10 de 2006.
[16]
HUMAN RIGHTS WATCH. Las
apariencias engañan. La desmovilización de los grupos paramilitares en
Colombia. Agosto de 2005. Vol. 17, Nº3 (B).
[17]
HUMAN RIGHTS WATCH. Proyecto deja
intactas las estructuras paramilitares. Junio 15 de 2005.
[18]
FUNDACION IDEAS PARA
[19]
Véase, “Revelaciones explosivas”,
en Revista Semana, Nº 25 de septiembre de 2005.
[20]
INTERNATIONAL Crisis Group. Op. Cit, p.20
[21]
Sobre éste punto véase la investigación de Gustavo Duncan, investigador
del CEDE de
[24]
GARCÍA Villegas, Mauricio
Contrarreforma Agraria, en
Revista Semana, Bogotá, Julio 03
de 2005.
[25]
THOUMI, Francisco. El Imperio de
[26]
DUNCAN, Gustavo. Del campo a la
ciudad en Colombia. La infiltración urbana de los señores de la guerra.
Documento Cede, Universidad de los Andes. ENERO DE 2005. Edición
electrónica
http://economia.uniandes.edu.co/~economia/archivos/temporal/d2005-02.pdf.
Consultado el 12 de Octubre de 2005.
[27]
Véase el discurso ante el Consejo Permanente de
[28]
Internacional Narcotics Control Strategy Report, 2003. Bureau for
Internacional narcotics and Law enforcement Affaires.
Departamento de
Estado de los Estados Unidos. Washington marzo de 2004.
[29]
La única vez que el ELN estuvo en una mesa de
conversaciones formalmente fue en Caracas y Tlaxcala (1991-92), pero
como parte de