Akullikuy*


El éxito de un proyecto premeditado de dominación descansa en la posibilidad de desarticular los vínculos sagrados del pueblo al que se pretende someter. Nada resulta más peligroso, para los planes del opresor de turno, que la “subterránea”[1] presencia de una vida religiosa popular vinculada  a cosmogonías y cosmologías milenarias en las cuales el oprimido pueda redescubrir los lazos que lo unen, sagradamente, a su espacio.   Una Tierra divinizada, contemplada como Madre,  habrá de ser defendida ante los embates del invasor, quien sólo lastimaría su cuerpo borracho de codicia.   No resulta extraño, entonces, que desde la llegada del hombre blanco a Amerindia los pueblos originarios hayan visto cómo sus tradiciones, sus símbolos y sus correspondientes manifestaciones comunitarias han sido reprimidas, vaciadas de contenido, negadas, mercantilizadas o fosilizadas en nombre de  un “ser nacional” en el cual el elemento indígena no tiene cabida.

Uno de los elementos sagrados amerindios que ha sido objeto predilecto de feroces ataques por parte de los sucesivos imperios que asolaron (y siguen asolando) al continente, es la coca; y sobre ella habremos de profundizar en las líneas que siguen.

Regalo divino

La coca (Erythroxylon coca) no es una planta más de la Farmacopea Herbolaria incaica: es, antes que nada, un obsequio divino para los hombres y mujeres de un mundo andino que reconocia como centro político y religioso a Cuzco.  Manco Cápac y Mama Ocllo, hijos de Inti (o Punchao- el Sol), hermanos y pareja primordial de la cual desciende la dinastía Inca[2], trajeron consigo esta noble planta como regalo de su padre.

            Es preciso tener en cuenta  que Manco Cápac es “un arquetipo fundador primordial, modelo básico que dió origen a la forma de vida de los hombres del Tahwantinsuyu” y fue él quien “ordenó el mundo de acuerdo a las disposiciones de la divinidad solar”[3] . Del mismo modo la pareja que forma junto a Mama Ocllo es esencialmente civilizadora ya que, de acuerdo con la leyenda, fueron ellos los encargados de transmitir los conocimientos necesarios para que los hombres pudiesen hacer frente  a un mundo cuyas adversidades debían conjurar mediante ese saber de naturaleza divina.  Y  allí está precisamente la mejor definición que encontramos para la coca: regalo divino que permite conjurar la angustia que acompaña al existir. 

Las caras del ataque

                Podemos distinguir  fundamentalmente tres líneas argumentales  sobre las cuales se intentó legitimar  la lucha contra la coca:  1) la religiosa, 2) la sanitaria, y 3) la cientifica.  Aunque en muchas ocasiones algunos de estos argumentos suelen estar presentes en un mismo discurso, esta distinción nos permitirá analizar  mejor cada uno de ellos.

 

-Línea argumental religiosa.

            El primer registro europeo que se tiene de la coca es el de el sacerdote español Thomas Ortiz quien, ya en 1499, observó que los indígenas de la costa septentrional de América del Sur se servían de esta planta. Más el mayor caudal de datos sobre la misma habrán de llegar con la conquista del  Perú en 1532. Y no hubo que esperar demasiado para que la Iglesia lanzara su primer ataque contra la coca. En el 2º Concilio de Lima de 1567/68 se sostiene que los indios, con el uso de la hoja, “superstitioni et vanitati deserviunt, et simul daemonum sacrificiis celeberrima sunt”[4]; para extirpar la idolatría –afirmaban los sacerdotes españoles- era imprescindible erradicar esta planta que, en tanto comunicaba a los indios con sus antiguos dioses, era definitivamente diabólica.

 

Esta línea argumental contó durante muchos años con un gran número de partidarios, al punto que, aun en pleno siglo XIX, encontramos al padre Nieremberg empleando las mismas ideas para lanzar vehementes arremetidas contra la coca desde su  Maximae Peregrinae Historia Naturae de 1835.

Lo curioso es que quienes evitan que las intenciones de la Iglesia se traduzcan en políticas efectivas fueron los mismos españoles, pues veían con preocupación la posibilidad  de que, sin este arbusto, los indios no estuvieran en condiciones de afrontar las pesadas labores que se les imponían. Además  el conquistador, consciente de lo que la coca significaba para el nativo, comenzó a intervenir directamente en la producción y comercialización de la hoja, por lo que su eliminación le habría privado de un importante negocio. Ante esta situación, si bien la Iglesia continuará empleando el argumento reigioso en su discurso anti-coca, en los hechos la idea de la erradicación de la planta quedó marginada.

 

-Línea argumental sanitaria.

            Este argumento será producto de un intento supuestamente más “racional” de comprender los efectos que el consumo de coca tiene sobre los nativos, aunque los “estudios” estarán plagados de prejuicios y conclusiones que no resisten el menor de los  análisis.

 

Sin contemplar en absoluto el carácter sagrado que la coca tiene para el indio, los “estudiosos del tema” (entre ellos muchos antropologos “progresistas”) fundamentan sus ataques en la, cuando menos, apresurada  afirmación de que la planta carece de valor nutritivo. Y es que, si esta aseveración es verdadera, el “coquear” no sería más que un hábito, una práctica en la que el indígena gasta sus ya escasos ingresos. Siguiendo con la lógica de este planteo el nativo estaría dilapidando su capital en una “nefasta costumbre”[5] en vez de emplearlo para adquirir “la carne, la leche, el queso, el huevo (...) que constituyen la fuente más concreta  y válida para la incorporación de proteínas al organismo, y que son las que precisamente carece en una medida crítica el hombre autóctono”[6]. Pero aquí es “el blanco” quien propone soluciones de espaldas al amerindio, al tiempo que lo presenta como una criatura incapaz de reflexionar sobre sus propias necesidades. “La gente que no es indigena por lo general aplica sus propios esquemas de alimentación cuando trata con el indio y así, habla de que el indio carece de harina de trigo, azucar o yerba. En realidad estos productos no tienen nada que ver con la dieta ancestral indigena. (...) La leche es un caso típico. El indígena no la conocía antes de la llegada de los españoles. No olvidemos que vacas, cabras y ovejas fueron introducidas por  los conquistadores.”[7]

Este planteo se ve aun más debilitado si tenemos en cuenta que existen estudios que aseguran que la coca, ciertamente, posee valor nutritivo. Ya en 1950 una comisión de Naciones Unidas (sobre la que volveremos a referirnos más adelante),  que se dedicó al analisis de la hoja indicó que la misma contiene vitaminas B1, B2 y C. Trabajos posteriores establecieron  que la coca posee, además, carotina, thiamina, riboflavina, hierro y calcio. Uno de los últimos estudios cientificos realizados sobre esta planta por el Instituto de Patología Regional Salta, y que fuera publicado en su momento por el Círculo Medico de la misma ciudad, reconoce en cien gramos de coca los siguientes valores: Calorías 305; Vit. C 1,4 mg; Vit. B1 0,35mg; Vit. B2 1,9mg; Vit. B6 0,508 mg; Vit. B12 1,05 mcg; Potasio 2,02 gr; Iodo 5 mcg; Calcio 1,540 mg; Fósforo 911 mg; Sodio 40 mg; Magnesio 213 mg; Zinc 270 mg; Cobre 1,21 mg; Bario 4,65 mg; Hierro 45, 8 mg; Vit. A 11 UI; Vit. E 43,3 UI; Aluminio 39,5 mg; Ácido Pantoténico 0,684 mg; Glucidos 46,2 grs; Grasa 5 grs; Niacina 1,29 mg; Biotina 0,0863 mg; Ácido Fólico 0,130 mg; y  Humedad 6,5 grs.[8] Sin embargo, aún quienes defienden el consumo de coca por el supesto valor nutritivo que la misma contiene, parecen estar sumidos en una discusión estéril, ya que al nativo poco le interesan estas disputas académicas sobre una planta que es relevante y fundamental por su sacralidad, por su origen divino, y no por las vitaminas que pudiese poseer.  [9]

-Línea argumental científica

            Entre 1857 y 1859 el naturalista Karl von Scherzer realizó un viaje de investigación alrededor del mundo a bordo del crucero “Novars”, pudiendo llevar a Europa una gran cantidad de hojas de coca para ser estudiadas mediante procesos químicos. Los alemanes Albert Nieman y Wilheim Lossen se abocaron, con éxito, a la tarea de extraer el alcaloide de la planta. La muerte del primero no impidió que Lossen continuara con las investigaciones que lo llevarian a dar, en 1860, con el clorhidrato de cocaína.

 

            Los efectos de la cocaína no fueron denunciados de inmediato como perniciosos por la comunidad científica de la época; incluso hasta 1905 podía ser adquirida en cualquier farmacia europea o norteamericana. Recién en 1925 en la Segunda Conferencia Internacional del Opio, la cocaína habría de concentrar la atención mundial como flagelo a combatir, desplazando en parte a la morfina y al opio. Desde ese momento el discurso anti-coca se confundirá, intencionalmente, con los agumentos esgrimidos contra la cocaína. Ahora los enemigos de la hoja sagrada (empleando estudios cientificos sobre la cocaína)[10] podían inventar relaciones entre el “coquear” y la delincuencia, la criminalidad y el analfabetismo en el ámbito andino, adjudicando estos comportamientos a la incorporación de cocaína mediante el “coqueo”. Parecen ignorar que “en la fabricación de la cocaína intervienen toda una serie de factores: temperatura de alrededor de 70 º; adición  de soda o ácido tartárico. Para la cocaína pura haría falta agregar todavía ácido clohídrico puro a 21º, eter, sulfato de de soda, productos que, todos ellos, están ausentes en la operación de masticación de las hojas (...) Aunque la saliva facilita la extracción de alcaloides, tambien supone una fuerte degradación de la molecula de cocaína”.[11]

 

             Si, como vimos, la falsedad de este argumento es fácilmente demostrable, llama la atención la utilización que aún hoy se hace del mismo, en combinación con la línea argumental sanitaria, en la lucha que se libra contra la coca. En tanto símbolo de Misericordia de las divinidades amerindias, esta planta constituye, como dijimos  anteriormente, un elemento a erradicar a fin de someter espiritualmente a los pueblos originarios. Esto se ve con mayor claridad cuando notamos que son los mismos Estados americanos, con el apoyo y la dirección de los Estados Unidos, los que perpetúan las mentiras y las confusiones alrededor de lo que la coca representa. Así las políticas nacionales sobre la planta se inscriben en el marco de convenciones y leyes  relacionadas con los estupefacientes. Recordemos que el 22 de abril de 1947 el representante peruano en Naciones Unidas pidió a la Comisión de Estupefacientes la creación de un equipo  internacional para estudiar los problemas relativos a la coca en Perú. El espíritu de esta comisión (en la que no participó ningún antrpólogo, historiador o sociólogo) se puso rapidamente de manifiesto cuando, antes de partir a Perú para iniciar las investigaciones, un periodista preguntó al presidente del equipo “¿Cree usted que este hábito de la masticación de hojas de coca es dañoso para los habitantes de la Sierra del Perú?”, recibiendo como respuesta  “¡Claro que sí!”.[12] También en aquella ocasión Naciones Unidas legitimó las ambiciones del opresor...

Resistencia sagrada

                A pesar de estos ataques, la coca sigue siendo ampliamente utilizada en el mundo andino, incrementándose incluso las regiones en las cuales se consume.[13]En la actualidad se emplea también con fines medicinales como antiespasmódico (relajante muscular del aparato digestivo), estimulante del sistema nervioso central, analéptico (estimulante del centro respiratorio usado muy frecuentemente para el mareo o falta de oxígeno en altura),  y como anestésico de la mucosa gástrica.

 

            Ademas, antiguas y profundas manifestaciones devocionales populares tienen a la preciosa planta como uno de los elementos principales, como sucede cada año en la fiesta de la Pachamama (Madre Tierra) con la ofrenda y el consumo de grandes cantidades de coca y llicta.[14] Pero lo que nos parece más interesante es la “manipulación sagrada” que los viejos sabios indigenas hacen de la coca.  El  yatiri (o brujo andino) continúa leyendo entre sus hojitas con el mismo arte con que lo hacian sus hermanos siglos atrás. En un pequeño paño colocado sobre el suelo acomoda dos hojas en forma de cruz, y a su alrededor  otras tantas que representan los problemas y los personajes a ellos vinculados. “La adivinación propiamente dicha consiste en echar  hojas de coca sobre las anteriores, y según caigan del lado verde  o claro, y según la forma, posición o dirección de las mismas respecto a la cruz, irá (el yatiri) diciendo el vaticinio. Durante todo el ritual asperja con alcohol puro las hojas y el lugar, casi siempre en forma de circulo”.[15] A través del ritual y de las hojas empleadas en el mismo, el yatiri  manipula los extremos invisibles de un mundo trascendente y sagrado con la intención de mantener el equlibrio entre lo fasto y lo nefasto, componentes esenciales de un cosmos al que el indio pretende llenar de sentido. Y la coca viene en su ayuda, de la mano de una Divinidad que  transmite con ella un saber que reconcilia al hombre con las adversidades y angustias del existir. ¿Qué duda nos cabe de su sacralidad?.

 

Angel Horacio Molina (arkkhad@argentina.com)

María Eugenia Gantus (megantus@argentina.com)


* Voz quehcua que designa al bolo de hojas de coca que se acomoda entre la cara interna de la mejilla  y  la mandíbula al “coquear” (acto al que erroneamente se lo llama “mascar coca”). De esta palabra derivan acuyico y acusi, más utlizadas en Bolivia y en el Noroeste de Argentina.

[1] Utilizamos este término para referirnos a experiencias sagradas populares (vinculadas con los pueblos originarios) negadas, silenciadas o mercantilizadas por los Estados Nacionales.

[2] La versión más difundida en el Tahwantinsuyu  recuerda a la pareja primordial saliendo del lago Titicaca; aunque hay que mencionar la que hace referencia a los cuatro hermanos Ayar y sus cuatro hermanas (salidos del seno de una montaña), donde Manco Cápac y Mama Ocllo forman la primera pareja de la dinastía incaica.

[3] PEASE, F. Los últimos Incas del Cuzco. Alianza Editorial. Madrid, 1991, página 89.

[4] “...sirven para la superstición y la vanidad, y son importantísimas al mismo tiempo para los sacrificios de los demonios...” Citado en ROMANO,R; “Historia, coca y cocaína”. Todo es Historia, Nº 176, Buenos Aires, Enero de 1982 , página 10. El autor lo toma de VARGAS UGARTE, R. Concilios Limenses (1551/1772), Tomo I, Lima, 1951.

[5] PALMA, N. La medicina popular en el Noroeste Argentino, Editorial Huemul S.A.,Buenos Aires, 1978, página 19.

[6] Op. Cit., página 210.

[7] ZULETA VÁZQUEZ, S. Indiomanual. I.C.I., Humahuaca, 1995, página 88.

[8] A.DEL CERRO, E. “Informe sobre la coca”, El pájaro cultural Nº 9, Salta, Septimebre de 1994, página 4.

[9] En este sentido  BURCHARD, R en  su trabajo “Una nueva perspectiva sobre la masticación de coca” aparecido en  America indigena¸tomo 38 (1978), sostiene que los hombres andinos “no clasifican a la coca como un sustituto de la alimentación “.

[10] Tal vez el mejor exponente de esta linea argumental es el medico peruano Carlos Gutierrez Noriega, con seguidores como Carlos A. Ricketts, O. Sandoval y B. Rojas.

[11]  ROMANO, R.  “Historia, coca...”, página 14.

[12] Diario “El Comercio” de Lima, el 12 de septiembre de 1948.

[13] En el Noroeste argentino, por ejemplo, la consumen masivamente tanto indios como mestizos y blnacos, aunque para estos últimos carece de carácter sagrado.

[14] O yista: ceniza alcalina de papa que acompaña al coqueo para la producción de saliva, es el equivalente prehispanico del cloruro de sodio.

[15] KUSCH, R. Obras Completas, tomo II, Editorial Fundación Ross, Rosario, 2000, página 330.



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