“DESCENTRALIZAR PARA PACIFICAR”
Jaime Castro*
“Clave del nuevo pacto social y político” [1]
Desde el municipio -pequeño, mediano y grande -
estamos construyendo las soluciones
locales que fortalecen nuestra identidad y estrechan nuestras relaciones y,
sobretodo, que nos insertan sin traumatismos en el mundo global que vivimos, es
decir, sin el riesgo de desaparecer en la universalidad anónima que nos tocó.
Soluciones locales, además, de índole política, económica y social. Todo ello
nos permite diseñar nuestro propio modelo de ordenamiento territorial y encarar
los problemas del desarrollo desde una escala más realista, la local, que no
excluye sino que complementa la nacional, que hemos utilizado a fondo con
resultados conocidos.
En la forma anotada acogemos la ingeniosa fórmula
de los ambientalistas: “Es necesario pensar universalmente y actuar
localmente”. De esa manera, también procedemos teniendo en cuenta que el
desarrollo es un reto colectivo que se debe afrontar igualmente desde lo local,
sin perjuicio de que a él concurran obviamente actores externos y de otros
niveles.
En el resumen que se acaba de hacer radican la
fuerza y la importancia de la descentralización. Ahí están su razón de ser y su
futuro. Además, en la coyuntura actual, constituye una de las claves de la
guerra o de la paz, porque servirá de mucho en la mesa de negociaciones que
tendrá lugar el día en que el Estado, con su autoridad, convenza a la guerrilla
que para ella también es mejor negocio la paz que la guerra. Ese día y en esa
mesa, los espacios democráticos que crea la descentralización deben servir para
la reinserción de los desmovilizados que quieran realizar su vocación política
a nivel local o regional, como ya ha ocurrido en algunos casos.
Por todo lo anterior, la descentralización es pieza
clave del nuevo pacto social y político que el país reclama para superar las
situaciones de emergencia que vive.
A pesar de lo dicho, sectores políticos
retardatarios quieren desmontar el proceso en curso. Revertirlo,. Reducirlo en lo mejor de sus expresiones políticas y
económico- financieras: la autonomía de las entidades territoriales frente al
poder central, representado por el Gobierno y el Congreso, y la capacidad de
esas mismas entidades para construir al menos parte de su destino.
El propósito de esos sectores obedece simplemente a
que quieren recuperar el inmenso político administrativo que ejercían antes de
la descentralización y que les permitía manejar a su arbitrio departamentos y
municipios, decidir la suerte de esas entidades territoriales y de todo lo que
de ellas dependía y, sobre todo, organizar los aparatos de partido de grupo que
les aseguraba su propia supervivencia política y la de sus amigos más cercanos.
Todas esas formas pre-democráticas desaparecieron con
la descentralización, para darle paso a unas formas todavía incipientes de
democracia regional y local.
Ante la imposibilidad de acabar del todo con el
proceso, sus enemigos agazapados, que proceden a veces como francotiradores,
piden reducirlo a lo que bien pudieran llamar sus justas proporciones. Para lograrlo, proponen una descentralización guiada y dirigida
desde los tradicionales centros del poder, una descentralización sin pueblo,
que les permita continuar manejando las entidades territoriales del país. “No
comprenden que la única manera de conservar el poder, si es que de eso se
trata, es compartirlo”, como escribió alguien.
Esa es la razón para que hayan impulsado y
defendido el proyecto de contrareforma
constitucional, que mas bien es una contrareforma municipal. Como no lograron su aprobación en
la coyuntura favorable que les creo la crisis política, han advertido que
insistirán tan pronto como puedan y encuentran que el momento le es propicio. Esa nueva coyuntura
favorable a sus propósitos pueden surgir, si las elecciones
de 1998 le dan la jefatura del Gobierno y la mayoría en el Congreso, a los
enemigos de la descentralización.
Le corresponde a la provincia evitar que así
suceda. Para ello tiene que cerrarle el paso a los contradictores del proceso.
Desactivar las minas invisibles con que algunos pretenden detenerlo. Tiene que
librar ahora la batalla democrática que no tuvo que dar cuando la
descentralización arrancó, porque a mediados de los 80 la provincia no se
movilizó políticamente a favor de sus derechos. Por ello, tal vez no sobre
recodar someramente la manera como se ha tratado la problemática regional en el
país.
Durante el siglo XIX, la controversia centralismo
federalismo animó el debate público y se dirimió muchas veces en los campos de
batalla. Después de la Constitución de 1886, el tema perdió intensidad. Se
refugió en las aulas universitarias. Esporádicamente reducidos sectores de la
opinión se ocupaban de él en algunas regiones del país. Su manejo se confió a
quienes se consideraban más calificados para estudiarlo, principalmente a
juristas especializados en derecho público. Prácticamente nunca alentó el
debate ciudadano. No hizo parte de las campañas electorales. Los partidos lo
mencionaban en sus programas, pero nunca tuvieron la suficiente voluntad
política para que algunas de sus propuestas fueran realidad. Los gobiernos a
veces hablaban del tema, pero solo terminaban haciendo algo de desconcentración (reformas de 1958 -
1959).
Al Congreso, el asunto no le interesaba. Sus
miembros - elegidos todos por la provincia - procedían como si de verdad
representaran “a la nación entera (art. 105 de la
Constitución anterior a 1991), y como si ésta no fuera también la suma de sus
entidades territoriales. Los pocos proyectos que algunas veces fueron
presentados a las Cámaras, ni siquiera se tramitaban.
Por las razones anotadas, y por la indiferencia que
casi siempre se muestra frente a los temas de interés general, la
descentralización no movilizaba la opinión pública. No reunía en torno suyo amplios o al menos considerables sectores ciudadanos.
Los departamentos y municipios nunca concibieron el memorial de agravios que recogiera sus aspiraciones frente al
gobierno central. Por ellos el proceso, que está cumpliendo sus primeros diez
años de vida, no es el producto de una
exigencia de la provincia colombiana. Tampoco de su movilización. Menos,
claro esta, de la imposición de sus puntos de vista al Gobierno o al Congreso.
Para decirlo gráficamente, nadie intentó nunca la rebelión de la provincia. Ni siquiera una marcha sobre Bogotá que
reivindicara los derechos de esas regiones marginadas y de sus olvidados
habitantes.
El proceso en curso es producto, ante todo, de la
sensatez y claridad con que actuaron el Gobierno y el Congreso de la época
frente al tema. Ese Gobierno y ese Congreso, en un momento de lucidez, supieron
interpretar y expresar con inteligencia la realidad, necesidades y aspiraciones
dela provincia. También es producto de la
generosidad, porque se desprendieron, voluntariamente, de buena parte del poder político y administrativo que durante
décadas habían ejercido. Crearon mil centros de poder local - grandes, medianos
y pequeños - que reemplazaron el centenario y único centro de poder que hasta
entonces había gobernado el país.
A la clase política colombiana debe reconocérsele
que en muchas ocasiones importantes para la vida del país, ha actuado y
decidido con grandes dosis de realismo. También con visión de futuro y hasta
con audacia para poder superar momentos de dificultad y crisis. A ello se debe,
en buena medida, la estabilidad política que muchos latinoamericanos nos
envidian. A ese tipo de actuaciones y decisiones obedece el proceso
descentralizador que se inició a mediados de los 80 y se consolidó en 1991.
Esa misma clase política procede ahora como si
estuviese arrepentida, porque lo que pretende hacer golpea seriamente la
descentralización. No cuestiona, sin embargo, los principios que sustentan
el proceso. Ni sus resultados. Por eso
sólo hablan desaceleración en el caso
de las transferencias y sostiene que la reforma electoral obedece únicamente al
propósito de ahorrarle al país costos económicos y de otro orden que tienen las elecciones
regionales y locales. Pero sus intenciones son claras. Busca limitar y someter el proceso.
Condicionarlo. “Aconductarlo”. Ponerlo al servicio de
sus necesidades y aspiraciones. Impedirle nuevos desarrollos. Inclusive, los
que genera su propia dinámica.
Procede así porque entiende bien que la
descentralización no sólo redistribuyó el poder el Estado que traslado del
centro a la periferia, y cambió substancialmente los términos de las relaciones
entre la clase política nacional, que tiene asiento en el Gobierno y el
Congreso, y la del nivel departamental y
municipal. Esas relaciones eran de dependencia y subordinación, a favor de la
primera. Hoy son de igualdad. Algunos congresistas temen, incluso, que las
invirtió, porque sienten que ahora son los gobernadores y los alcaldes quienes
mandan y deciden.
También, porque entienden que la descentralización
elimina las pirámides electorales que, en otras épocas, permitían construir
sólidas estructuras de poder, desmonta conocidos gamonalatos
e impide la consolidación de nuevos baronazgos a
nivel departamental o local. Igualmente, porque la descentralización cambia las
reglas del juego para intervenir en política - que ahora es de altas
competición, si se quiere - y buena parte de la dirigencia tradicional prefiere
participar con las reglas y los procedimientos que ha utilizado siempre con
buenos resultados.
En vez de desmontarla, nos corresponde a todos
defender y fortalecer la descentralización. Mejorarla. Darle nuevos desarrollas
para que pueda enfrentar sus retos y desafíos. Asegurar las condiciones que le
permitan cumplir sus objetivos. Ya dimos los primeros pasos. Los que abrieron
el camino, la pusieron en marcha sobre bases sólidas y buscaron que fuera
irreversible. Pero falta un buen trecho por recorrer. Las reformas que aquí
hemos sugerido son apenas algunas de las que se requieren para asegurar el
logro de sus propósitos y una eficiente gestión local.
Nos corresponde entonces, asumir la defensa del
proceso y conseguir que continúe su marcha sin tropiezos, empujando por la
fuerza que le den al pueblo, su propia dinámica y lis apoyos e impulsos que
reciba del poder central. Tenemos que hacerlo todos, de manera colegiada, si se
quiere, porque las instancias - Gobierno, Congreso y partidos - que tenían la
obligación de defenderlo y profundizarlo, le voltearon la espalda y asumieron
una posición contraria a los propósitos de la descentralización.
Ya sabemos que propósitos animaron al Gobierno y al
Congreso últimamente, y cuáles pueden tener para el futuro inmediato, si siguen
en las mismas manos.
Los partidos continúan sin entender la problemática
regional y local del país. A pesar de que cada día ésta adquiere mayor
importancia, la abandonaron prácticamente desde el siglo pasado. La última
prueba de ese desinterés suyo por el tema está en las elecciones
departamentales y municipales de octubre último (1997): ninguno se pronunció
sobre la descentralización, sus retos y desafíos, ni sobre la manera de profundizarla, como dicen los
científicos sociales.
A los candidatos presidenciales tampoco les
interesa el tema. Hasta ahora lo han dejado expósito. Tal vez porque no les
conceden la trascendencia que tiene, temen desafiar influyentes sectores
políticos, o sólo se ocupan de aquellos asuntos que consideran electoralmente
rentables.
Por lo anterior, la descentralización la tenemos
que apoyar todos, ejerciendo una especie de liderazgo
colectivo, dado el vació que dejaron
quienes deben orientar la nación. Lo tenemos que hacer, sobre todo, quienes nos
sentimos hombres de provincia en el
más noble y cabal sentido de la expresión. De la provincia, a la que no le
costó ningún esfuerzo conseguir que el
proceso arrancara, pero que se va a tener que movilizar políticamente
para que los beneficiarios del antiguo régimen no la detengan y traten de
revertirlo. Que va a tener que ejercer sin temor el poder político que adquirió, precisamente gracias a la
descentralización que ahora debe defender. Que no puede olvidar que el régimen
autonómico a que aspira impone responsabilidades y obligaciones.
Cumplir esa tarea es gratificante. Lo podemos decir quienes, de una u otra manera, hemos participado a algún título en la concepción, diseño y ejecución del proceso en curso. Ahí hemos encontrado nuestras mayores realizaciones en la vida pública, las más grandes satisfacciones y los mejores reconocimientos ciudadanos.
* Profesor UNIVERSITARIO, ha sido Ministro de Gobierno, Senador, Alcalde de Bogotá y Constituyente.
[1] Conclusiones del libro de Jaime Castro titulado “Descentralizar para Pacificar”, Ed. Ariel, 1998.
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