COLOMBIA ENTRE LA GUERRA
Y LA PAZ:
DESCENTRALIZACIÓN O
DESINTEGRACIÓN DEL ESTADO
Darío Indalecio Restrepo Botero*
PRESENTACIÓN [1]
Entrevistamos a Darío
Indalecio el 16 de marzo del 2000. En primer término, él señaló que la relación
entre guerra y paz y las formas de organización del Estado, ha sido una
constante en la historia colombiana.
Recordó que la primera
división política importante después de la fundación de la República, a
mediados del siglo XIX, fue entre centralistas y federalistas. En su creación,
los partidos políticos, tomaron esta herencia. Colombia tuvo una forma de
organización del Estado de carácter federal entre 1853 y 1886. La derrota
militar de los liberales, en 1885, dio nacimiento a un régimen político
centralizado, que asumió como tarea la construcción del Estado-Nación. Hubo en
el siglo XIX una veintena de guerras y escaramuzas militares de importancia,
alrededor de disputas al interior de las regiones por la consolidación de la
hegemonía de oligarquías locales; conflictos entre regiones por expandir el
poder de esas oligarquías y luchas entre centralistas y federalistas. La
Constitución centralista de 1886, no significó que el centralismo se impusiera
como una tabla raza sobre las fuerzas regionales. Por el contrario, ella debió
negociar la adhesión de tales fuerzas al Estado unitario, a través de diversos
mecanismos, como también ahora ocurre, mediante la distribución de los recursos
del Estado-Nación entre las fuerzas regionales; la "indemnización"
del gobierno USA al gobierno colombiano por causa de la desmembración de la
provincia de Panamá fue uno de los casos más sonados sobre la
"fiesta" de repartición de recursos entre los proyectos nacionales y
los de las fuerzas regionales.
Sin embargo, el
centralismo colombiano desde el fin del siglo XIX hasta la primera mitad del
siglo XX no es aparente ni despreciable, formó un Ejército nacional, creó la
moneda y la banca central, unificó el código de trabajo y del comercio,
desarrolló la elite tecnocrática que ligó el país al
mundo a través del comercio, la diplomacia y los intercambios culturales,
especialmente en lo que se refiere a la construcción de las instituciones del
Estado. Creó un Estado-Nación, aunque precario, que mantuvo rezagos
federalistas.
El carácter centralista
de Estado y el régimen político se mantuvo durante cien años hasta la reforma a
la constitución política en 1991. Desde entonces el péndulo de la historia se
dirige hacia la desmembración del centralismo y la adopción de formas
descentralizadas de organización del poder estatal.
El centralismo, afirmó Darío Indalecio, está hoy a las puertas de un nuevo cambio que presenta en tres partes: (I) En la primera, aborda cinco factores que se combinan después de los años 70 y 80 del siglo XX, para debilitar la organización centralizada del Estado y fortalecer los poderes locales. Estos son: la crisis del régimen político del Frente Nacional, la descentralización, la globalización, el narcotráfico, la guerrilla y el paramilitarismo. (II) La segunda considera como, ante la quiebra del Estado-Nación, los diferentes actores buscan ganar posiciones para sus estrategias. Los actores considerados son: la tecnocracia neoliberal, los reformadores políticos, las clases políticas locales, los movimientos sociales, las guerrillas, los narcotraficantes y los paramilitares. (III) En la tercera parte, analiza las perspectivas de la guerra y de la paz en Colombia.
I. LA QUIEBRA DEL ESTADO NACIÓN
La crisis del Frente
nacional
El "Frente
Nacional" es un acuerdo entre los jefes de los partidos Liberal y
Conservador, refrendado mediante plebiscito en 1957, para repartirse el poder
de todos los cargos públicos y del Estado durante 16 años. Previó una rotación
cada cuatro años de la Presidencia de la República, empezando con un liberal y
terminando con un conservador. En cada cuatrienio y durante todo el período, el
gobierno y el Estado tenían un carácter nacional, es decir bipartidista. Se
instituye de esta manera una dictadura civil bipartidista, que abolió la
competencia electoral, para determinar el cargo presidencial y los porcentajes
de repartición en el Senado, la Cámara y el gobierno nacional y todo los cargos administrativos del Estado.
Los efectos más notorios
del Frente Nacional fueron: terminar con el enfrentamiento armado entre los
partidos tradicionales; desmantelar la mayoría de las guerrillas liberales y
movimientos de autodefensas campesinas contra las arremetidas del ejercito y
sobretodo de la policía; disolver las diferencias programáticas e ideológicas
entre los partidos Liberal y Conservador y con ello cesar la confrontación sectaria al interior del
bipartidismo; disolver el control político dentro del régimen -porque tanto el
Congreso como los órganos de control jurídico eran bipartidistas-. El Frente
Nacional no reconoce la existencia de la oposición dentro del régimen.
Se instala así una
impunidad compartida, donde los casos de clientelismo y corrupción no se
denuncian porque todos están comprometidos como en la cultura mafiosa. La
actividad opositora es puesta fuera de la ley.
El Frente Nacional
debilitó el aparato de justicia, el control político y las iniciativas
políticas del Legislativo, acrecentó el poder de la rama Ejecutiva y del
presidencialismo, puesto que en la
figura del Presidente reposó el respeto de los acuerdos bipartidistas. En los
casos de crisis o desacuerdos, se reunía el
Presidente de la República con el jefe del segundo partido, por fuera
del gobierno, del Congreso y de la reglamentación de la justicia, para superar
diferencias en el mismo marco bipartidista.
Pero, paradójicamente, el
Frente Nacional debilitó los partidos tradicionales en dos sentidos: tanto la
cohesión ideológica en el seno de
cada uno, como la cohesión funcional
de sus respectivas maquinarias electorales.
Los partidos controlaban
al electorado colombiano en todos los territorios, la contienda electoral
determinaba quién accedía a los cargos de representación y quién al gobierno,
es decir, a los contratos, los empleos, las licitaciones y la administración
publica. Dada la apropiación privada del Estado por parte de los partidos, la
contienda electoral, antes de la existencia del acuerdo bipartidista, resultaba
en muchos casos una contienda armada, porque la perdida
de las elecciones era la perdida de buena parte de los mecanismos de sobrevivencia, no sólo políticos sino también sociales, de
aquellos que estaban adscritos a los partidos.
Con la fundación del
Frente Nacional, cuando el régimen político se transforma en bipartidista, se
disuelve la cohesión ideológica que
separaba liberales de conservadores y empieza una desfiguración de las
diferencias ideológicas; con ello los jefes naturales de los partidos pierden
la capacidad de cohesionar, en lo programático y en lo ideológico, a estos
partidos, incluyendo a sus bases regionales.
La perdida
de la cohesión funcional de las
maquinarias electorales de los partidos se refiere a que ellas debían adherirse
a una mayoría nacional de la cual dependía la sobrevivencia
de los cargos públicos en todo el territorio nacional. Era por tanto necesario,
no solo adscribirse a la maquinaria electoral dentro de un partido, sino
también confrontarse con el otro, porque quien llegara a tener la mayoría
nacional tenía todos los cargos del Estado. Una vez que se instituye la
cohabitación se asegura el monopolio bipartidista de todos los cargos del
Estado y entonces empieza una exacerbación de las luchas locales entre
maquinarias electorales de los diferentes partidos por copar el máximo de
parcelas del Estado y de sus instituciones. Por ejemplo: la salud, la educación,
las obras públicas, los cargos representativos. Empieza así el fenómeno del
multipartidismo, del pluripartidismo, las alianzas entre los partidos o la
creación de nuevas agrupaciones políticas que, aun cuando hicieran parte de los
partidos liberal o conservador, empiezan a presentarse bajo otras etiquetas o
corrientes políticas.
El “Frente Nacional”
resquebrajó los partidos por abajo, puesto que asegurándose la repartición
bipartidista en todo el régimen político y el Estado, se exacerbó la lucha por
el control local del poder. Por ello, cuando surge el proceso de
descentralización se podrá ver como candidatos
a la alcaldía de tal municipio a 3 liberales, como candidatos a la
gobernación de tal departamento a dos conservadores. Esto manifiesta la pérdida
de adhesión tanto a una disciplina ideológica,
como a una disciplina funcional de
las maquinarias electorales.
Hoy, fruto del
"Frente Nacional", las jefaturas del Partido Liberal y Conservador no
pueden definir listas únicas u oficiales de candidatos a las alcaldías, sino
que tienen que reconocer a todos los que se inscriban en la pugna por la
apropiación de los poderes locales[2].
Por ultimo, el
"Frente Nacional" transforma el clientelismo. Antes del Frente
Nacional el clientelismo está adscrito a la ideología sectaria, a la ideología
programática de uno de los dos partidos. Una vez que es compartido y repartido
el poder al interior del bipartidismo, el clientelismo queda desnudo de las
confrontaciones ideológicas, sectarias o simbólicas y aparece, meramente, como
una transacción de bienes y servicios estatales a cambio de la fidelidad
electoral. Esto, sumado a lo dicho antes, hace que el "Frente
Nacional" desarrolle más el carácter clientelista
de la política que el carácter sectario o ideológico. También hace que los
partidos no sólo se resquebrajen por abajo, sino que se exacerbe la lucha clientelista por la apropiación de parcelas del Estado, con
independencia de la etiqueta liberal o conservadora.
La descentralización
El proceso de la
descentralización en cierta medida es una continuidad de la crisis del
"Frente Nacional" y es provocado por ésta, es decir, por la crisis de
las jefaturas naturales, la incapacidad de disciplinamiento
sectario de esas jefaturas nacionales sobre sus bases territoriales, tanto
desde el punto de vista ideológico, como funcional-electoral.
La descentralización
transfiera recursos y funciones, legitima y consolida el poder político en el
ámbito local. En tres palabras se puede presentar el alcance del proceso de
descentralización:
-
En lo político,
la elección popular de alcaldes y de gobernadores por períodos de tres años;
-
En lo administrativo,
la transferencia de la política social en sus niveles básicos a los gobiernos
locales, fundamentalmente la salud, la educación, el saneamiento básico, el
sector de agua potable y los servicios públicos domiciliarios;
-
En lo económico,
la transferencia del 46% de los ingresos corrientes de la nación a los
gobiernos locales, lo cual sumado a otra cantidad de mecanismos de financiación
de las políticas territoriales alcanza alrededor del 10% del Producto Interno Bruto, PIB.
Es muy importante
considerar que son transferencias que por derecho pertenecen a los gobiernos
locales, debido a que esos recursos y funciones están amparados constitucionalmente.
Por lo tanto, no se tratan de dádivas ni su monto se negocia cada vez, no son
una transacción que debe repetirse, sino que es un derecho adquirido.
En virtud del proceso de
descentralización tenemos un régimen político más representativo que antes,
cuando era sólo bipartidista, porque el conjunto de la pluralidad y diversidad
social, territorial, política y étnica ahora puede, de una u otra manera,
competir por los cargos públicos locales.
Por otra parte, la
descentralización ha debilitado el presidencialismo en el terreno político,
administrativo y económico.
En lo político ha habido una apertura del mapa electoral colombiano.
Buena parte de las alcaldías y algunas gobernaciones están bajo el
gobierno de representantes que no son ni
del Partido Liberal ni del Partido Conservador, o que siendo de uno u otro no
llegaron allí necesariamente por ser candidatos oficiales de tales partidos. Un
ejemplo de lo anterior lo brinda Bogotá en donde el candidato presentado
oficialmente por el Partido Liberal era de la dinastía de los Lleras y sacó menos de 10.000 votos. En cambio, Juan Carlos
Florez, candidato sin herencia política familiar,
fortuna o aparato electoral propio, sacó 36 mil votos. Y, Enrique Peñaloza, quien ganó la elección, no se presentó como
candidato del Partido Liberal, si bien pertenece al mismo.
Lo que esto refleja es la
insuficiencia de la adscripción a los partidos nacionales para ganar las
elecciones locales. Más aún, es frecuente que en la política local se haga
campaña y se busque la legitimación como expresión de acuerdos, consensos,
plataformas o programas locales contra programas nacionales o reivindicando
diferencias respecto de la adscripción a los partidos nacionales. La
descentralización, por lo tanto, en este sentido continúa, perpetúa y amplifica
el resquebrajamiento de los partidos políticos tradicionales en su base.
En lo administrativo se ha descentralizado la política social: el
manejo de la salud, la educación, el
saneamiento básico, el agua potable y los servicios públicos domiciliarios,
principalmente. Es decir, los más importantes componentes de las políticas
ligadas a la calidad de vida y a la reproducción del trabajo, que, a su vez,
son los mecanismos privilegiados a partir de los cuales se reproducen las
clases políticas, garantizando el acceso, o no, a una cantidad de estos
servicios.
En lo económico el gobierno nacional y el Ministerio de Hacienda están
atados porque de cada peso que se recaude en el ámbito nacional -por ingresos
corrientes de la nación- deben descentralizarse 46 centavos. De tal manera, el
nivel nacional del Ejecutivo y el Presidente de la República han perdido manejo
sobre los procesos políticos locales, la política social y una buena porción de
los recursos públicos.
Por otra parte, para la
obtención de objetivos de política nacional el gobierno nacional se ve
obligado, cada vez más, a contar con lo que pasa en las localidades. Por
ejemplo, para mantener controlado el circulante monetario, debido a que ésta
descentralizado el 46% de los ingresos corrientes y, además, los gobiernos
locales tienen la posibilidad de endeudamiento, lo
cual aumenta el circulante. También el equilibrio macroeconómico, el control de
la inflación, la modernización de las instituciones, la lucha contra la corrupción,
el déficit fiscal, las políticas de disciplinamiento
social y los procesos de paz -que en la actualidad son todas banderas centrales
del gobierno nacional- dependen y están comprometidos por lo que ocurra en los
gobiernos locales. Es decir, tanto el presidencialismo como el centralismo
están fuertemente debilitados en su capacidad de discreción por lo que ocurra
en los gobiernos locales.
En síntesis, el
debilitamiento del presidencialismo y el centralismo se produce: (1) porque hay
mayor autonomía o determinación local sobre las funciones y platas
transferidas, así como sobre los procesos políticos locales; (2) las tareas
mismas de nivel central del Estado y del gobierno, para su desarrollo, dependen
de lo que pasa en los gobiernos locales; y (3) existe la Federación Colombiana
de Municipios y la Conferencia de Gobernadores, que son instancias de
representación gremial y política de intereses de las regiones respecto del
centro, por fuera de la organización bipartidista, que disputan protagonismo a
la lógica de la disciplina bipartidista. El debilitamiento del poder del
presidencialismo y del centralismo es proporcional al fortalecimiento del poder
de representación de los intereses regionales y locales, o por lo menos a la
capacidad de negociación de parcelas de poder.
La conclusión, por tanto,
es que se tienden a romper las bases mismas del centralismo político,
administrativo y económico, se exacerban las luchas locales por el poder y se
acrecienta el poder de negociación política de las fuerzas locales frente al
gobierno central, tanto en las funciones descentralizadas, como en las
funciones que aún mantiene el Estado de manera centralizada.
La globalización
La globalización debilita
el proyecto de construcción del Estado-Nación. La literatura económica de las
décadas del 60 y 70 presentaba como principal objetivo la construcción de un
mercado nacional ampliado e integrado. Ampliado
significaba abarcar el máximo del territorio nacional, e integrado que las labores de extracción de materias primas,
transformación industrial o manufacturera de esas materias primas, consumo de
ellas y financiación, hicieran un circuito virtuoso en términos económicos. En
ese entonces, toda la política económica y las instituciones construidas a
partir de ésta ayudaban a la integración de esos circuitos económicos y a la
expansión de esa lógica en el nivel nacional.
Desde hace más de 15 años
no es posible encontrar algún texto oficial de economía que proponga como
objetivo la ampliación o la integración del mercado nacional. Ahora se trata de
integrar circuitos comerciales, productivos, de infraestructura y de
comunicaciones, a circuitos transnacionalizados. La
lógica de la integración nacional, desde el punto de vista del crecimiento
económico, es abandonada y cambiada por una lógica de integración de parcelas
de la actividad económica, productiva, administrativa y de infraestructura a
circuitos transnacionalizados.
Cambiando la lógica
cambian las políticas y las instituciones. Si uno revisa los escritos de los
planes de desarrollo, o textos similares, de los gobiernos del 50, 60 y 70,
encuentra que el objetivo fundamental era la ampliación del mercado nacional.
En cambio, los escritos de hoy, por ejemplo, del Departamento Nacional de
Planeación, están centrados en cómo lograr el equilibrio macroeconómico,
controlar la inflación y el déficit fiscal, hacer las privatizaciones, aplicar
la desregulación del trabajo e internacionalizar la economía. No hay una sola palabra ni una sola política
sobre la integración del Estado colombiano a partir del mercado nacional.
Abandonado el proyecto de
construcción del Estado-Nación de manera central e integral, se abandonan las
políticas y se debilitan las instituciones que tenían por cargo la construcción
de ese Estado-Nación. Por eso se debilitan el Congreso de la República y los
partidos políticos como los lugares privilegiados de la representación de los
intereses políticos y económicos dominantes en cada una de las regiones, para
las disputas alrededor de los beneficios de la construcción del Estado nación.
Esas funciones son expropiadas hacia órganos tecnocráticos
y hacia una clase tecnocrática, fuertemente
influenciada por ideologías norteamericanas, a diferencia de la clase tecnocrática de la década del 60 y antes, que era más influida
por ideologías europeas.
Además, la globalización
ha roto la alianza económica e institucional sobre la cual se fundó el Frente
Nacional, es decir, la alianza entre los grandes propietarios de tierra y la
burguesía industrial. Durante los primeros años del Frente Nacional se
desarrolló la industrialización y la comercialización hacia el mercado nacional
e internacional de las actividades agropecuarias. El Frente Nacional, por lo
tanto, fue una alianza entre los sectores dominantes en el campo y la ciudad
sobre la base de un proceso de industrialización y de manufacturas y la
industrialización y comercialización de las
actividades agropecuarias; pero mantuvo un pacto de no-agresión a la
base terrateniente del poder. Los procesos de globalización quiebran esa
alianza de varias maneras:
v
Los gremios
se debilitan y se fortalecen los grupos
económicos.
La diferencia entre gremio y grupo es que el gremio esta ligado a un
sector especifico de la economía y a los territorios
donde se desarrolla ese sector (los arroceros están ligados a los territorios
donde se produce arroz, los azucareros donde se produce azúcar). En cambio, el
grupo por definición tiene un portafolio de inversiones transectorial
y transterritorial, generalmente transnacionalizada,
o sea, invierte fuera del país, pero también recoge capitales en el exterior y
los invierte en el país. Los grupos económicos tienen un portafolio mucho más
movible de inversiones en los territorios y captan los recursos de
inversionistas nacionales y extranjeros que pueden decidir desinvertir en un
territorio nacional para invertir en otro, o para invertir en un territorio
extranacional. Por lo tanto, a diferencia de los gremios, los grupos económicos
tienen menos compromisos con las situaciones que ocurren en territorios
específicos.
v
Los gobiernos nacionales, especialmente el de Cesar
Gaviria, desprotegen todas las actividades de los grupos económicos
industriales y agropecuarios, cuyos sectores son sometidos a una desigual
competencia internacional.
Así, la alianza de clases
que fundó el Frente Nacional es resquebrajada por el proceso de globalización.
Esto explica que los gobiernos nacionales no sólo han debilitado sino, incluso,
abandonado casi completamente las políticas en defensa de los sectores capitalistas
ligados a las actividades agropecuarias, pero también a las ramas industriales
de los gremios económicos que no puedan competir en el mercado internacional.
El narcotráfico
A partir del trafico de
drogas surge de manera vertiginosa una nueva elite económica que llega a
enfrentarse al Estado mediante la violencia, disputa al bipartidismo el control
sobre el electorado por su penetración en la política nacional y local,
desaloja sectores de la oligarquía
tradicional de ramas de la actividad económica y compite con el régimen
político los aparatos del Estado, los jueces, los periodistas, la opinión
pública y las instituciones.
De esta manera, el
tráfico ilegal de drogas también ayuda a quebrantar la unidad del proyecto
político del Frente Nacional, de las elites políticas y de los sectores
económicos que lo fundaron. El narcotráfico se coloca en el centro de la
disputa del poder económico, político e institucional que se organizó a través
del centralismo y el bipartidismo. Exacerba también la lucha por el control de
los territorios, tanto a escala regional como nacional.
Las guerrillas
En los últimos diez años,
el movimiento guerrillero ha multiplicado en más de dos veces los frentes
armados, la cantidad de hombres en armas, el control de los territorios y su
capacidad económica. Se ha transitado de un movimiento guerrillero de carácter
"foquista", que tenía actividades de
defensa y reacción contra el ejercito y la policía, a un movimiento guerrillero
de carácter ofensivo; que de posiciones móviles ha pasado, en muchas partes, a
un poder armado de control territorial sobre las sociedades que viven en esos
territorios, las actividades sociales y económicas, las instituciones y las
políticas estatales. Estamos transitando, entonces, de un movimiento guerrillero
hacia batallones armados que en buena medida empiezan a comportarse como
ejércitos alternos, sobre todo las FARC.
El movimiento guerrillero
ha pasado de zonas relativamente marginales hacia otras de mayor importancia
estratégica y geopolítica, nacional e internacional. Está transitando, hace una
quincena de años, hacia zonas urbanas, de mayor poblamiento
y actividad económica, alrededor de la malla de comunicaciones, carreteras,
puentes, circuitos de tránsito del agua, ecosistemas estratégicos e infraestructura
energética.
El desarrollo de la
guerrilla ayuda a quebrantar el control que el poder central tenía sobre los
procesos locales, disputa a escala local el control del electorado y de los
procesos económicos, políticos, sociales e institucionales. El auge del
movimiento guerrillero es otro factor que debilita el presidencialismo, el
centralismo y el Estado-Nación; exacerba las luchas locales por el poder y
acrecienta la apropiación de los procesos locales en un escenario de
negociación o disputa de alternativas al poder nacional.
El paramilitarismo
El movimiento armado
paramilitar tiene varias fuentes de nacimiento. Es una prolongación de la criminalización institucional de la protesta y de los
sectores populares, concreta en este sentido el paso de la guerra sucia a la
guerra contrainsurgente. Por otra parte, es la respuesta de los terratenientes
a la presión de la guerrilla y a las luchas campesinas derivadas y la debilidad
de las políticas estatales de reforma agraria.
Los paramilitares, al igual
que el movimiento guerrillero, tienen una estrategia de copamiento hegemónico
de los territorios. Es decir, controlan desde el tráfico vehicular hasta los
procesos electorales, pasando por el control a las políticas estatales en sus
territorios y los pactos condescendientes o forzados con las fuerzas económicas
regionales.
De tal manera, los
paramilitares también contribuyen a debilitar el control central del Estado
sobre los procesos políticos y militares locales, exacerban la confrontación
armada como medio fundamental de resolución de las disputas por el control
político local y constituyen una fuerza político militar regional con capacidad
de incidencia sobre las perspectivas nacionales y territoriales de la guerra o
la paz.
Se concluye entonces que tanto la crisis del Frente Nacional, el proceso de descentralización y la globalización, como el trafico de drogas, el paramilitarismo y el auge del movimiento guerrillero concurren en debilitar el poder central y el control político tradicional del bipartidismo, quebrantan las alianzas económicas y políticas en el poder, exaltan el control político y económico local como medio fundamental de acumulación de poder ante la nación y ante cualquier posibilidad de un proceso de paz.
II. LAS ESTRATEGIAS DE LOS ACTORES
Con base en esta
situación, sostenemos la tesis siguiente: Colombia se encuentra ad portas de una renegociación del
conjunto del equilibrio de fuerzas a escala nacional. Esta renegociación se
genera sobre todo a partir de una acumulación de fuerzas por copamiento
militar, político y económico de territorios específicos. Hoy para el
narcotráfico, los paramilitares, la guerrilla y la clase política tradicional,
el control económico, político e institucional del Estado en sus bases
territoriales, es la condición fundamental para poder negociar un nuevo pacto.
Por ello, cada vez que hay elecciones locales se exacerba la violencia en
Colombia y aumenta la cantidad de crímenes y masacres.
Consideremos ahora cómo
los diferentes actores replantean sus estrategias ante esta situación.
La tecnocracia neoliberal y la descentralización
La tecnocracia
neoliberal tiene una preocupación básica acerca de la eficiencia del Estado.
Sostiene que el Estado es ineficiente porque a la mayor cantidad de gasto,
funcionarios, instituciones y programas no le corresponde un crecimiento de
territorios y población cubierta por los servicios, ni un incremento en la
cantidad y calidad de estos.
Según ese enfoque ¿qué se debe hacer?: (1) que el Estado
se comporte exactamente como el sector privado el cual se supone eficiente, (2)
privatizar el máximo de funciones y empresas estatales y (3) aquellas funciones
y recursos que quedan a cargo del Estado deben ser lo más permeables posible a
las leyes del mercado.
Es por ello que los neoliberales
tienen interés en la descentralización, porque suponen que ésta facilita a los
procesos de privatización e induce los procesos regidos por el mercado en
el manejo del Estado. Veamos cómo:
La descentralización debe
estimular la competencia de los
gobiernos locales por los recursos transferidos. Lo anterior se refleja en que
el 16% de las participaciones de los municipios en los ingresos corrientes de
la nación está condicionado a la obtención de desempeños fiscales,
administrativos y de reducción de la pobreza. También se expresa en toda la
cultura de proyectos, la técnica de focalización de beneficiarios de la
inversión pública y los subsidios a la demanda. En todos los casos, se someten
bolsas de recursos a la competencia entre entidades territoriales. De esta
manera, se combate la lógica de repartición de los recursos a los territorios
por relaciones políticas al interior de los partidos o del Congreso de la
República, por presiones sociales o derechos adquiridos y a cambio se estimula
la distribución de recursos por la competencia, el mérito y el desempeño de
unas entidades territoriales sobre otras.
El segundo lugar, el
proceso de descentralización interesa a la estrategia neoliberal como un proceso de privatización de las funciones y empresas del Estado. Las leyes de
descentralización de servicios públicos domiciliarios, de la salud, la
educación y las vías, son todas leyes de privatización. Además, se transfiere a
los gobiernos locales unas competencias y unos recursos, pero éstos últimos son
menores que los costos reales de asumir las competencias. De esta manera, los
gobiernos locales se ven obligados a aumentar el cobro de las tarifas y
privatizar las empresas. En los últimos seis años hemos visto a buena parte de
los gobiernos locales de Colombia convocar subastas públicas para vender las
empresas descentralizadas, muchas de ellas compradas por capitales
trasnacionales.
El tercer objetivo es hacer participar a los gobiernos locales de
los costos financieros y políticos de la administración de los servicios. El
diagnóstico neoliberal, formulado desde la década del 50 en Europa y en USA y
apropiado por nuestra elite en la década del 70, y hoy plenamente actuante es
el siguiente: Es necesario superar definitivamente una situación que conduce a
un aumento creciente de las demandas sociales sobre el presupuesto nacional en
un escenario de incapacidad financiera y administrativa de los Estados para
proveer esas demandas.
Se trata de cortar la
lógica que conduce a que toda reivindicación social, falencia o carencia en el
bienestar, en las necesidades básicas insatisfechas y en el desarrollo, se
vuelva un asunto de demanda sobre el Estado central y por tanto sobre el
presupuesto, para, a cambio, transferir dicha responsabilidad y financiación sobre
los usuarios mismos de las políticas sociales. ¿Cómo intentan ellos quebrar esta cultura política? Haciendo que
los gobiernos locales participen de manera creciente en la financiación de las
políticas, lo cual se logra transfiriendo funciones de política y recursos
económicos insuficientes.
El cuarto objetivo que se
desprende de lo anterior, es que el
consumidor pague el precio real de los bienes y servicios consumidos. Dicen
ellos, si el Estado es ineficiente es porque subsidia los bienes y servicios. En
cambio, el sector privado es eficiente porque debe cobrar el costo real de los
bienes y servicios más un porcentaje correspondiente a las ganancias promedio
de la actividad económica en esa rama productiva o comercial especifica. Para
que el Estado sea eficiente debe también cobrar los precios reales y ello se
logra mediante la descentralización de
la responsabilidad a los gobiernos locales. Estos últimos están abocados, por
la vía de la privatización, o cuando la función sigue de responsabilidad del Estado,
a cobrar los precios reales de los bienes y servicios producidos debido a que
debe desmontarse la subvención estatal de estos bienes y servicios. Los grandes
consumidores de las políticas públicas descentralizadas, básicamente la salud y
la educación, son las clases medias y los sectores populares. Lo que está
logrando el neoliberalismo es que estas clases populares paguen más impuestos,
mayores tarifas y participen de la ejecución de las obras, generando un ahorro
al Estado y transfiriendo el costo a los consumidores.
El quinto objetivo es promover la competencia entre las empresas
públicas y privadas, es decir, romper los monopolios estatales sobre la
prestación de bienes y servicios. A cambio, promueven la competencia entre
empresas del Estado y del sector privado bajo el supuesto de que sólo la
igualdad en la competencia traería mayores niveles de eficiencia.
El sexto objetivo es aumentar el control de los consumidores sobre
los mandatarios, funcionarios, recursos y políticas públicas. Según la ideología
neoliberal el consumidor es el soberano en el mercado. La gran pregunta de los
neoliberales que estudian el Estado desde hace una veintena de años y que
influyen sobre la ideología dominante en nuestra tecnocracia es la de ¿cómo hacer para que dentro del Estado,
cuando éste ofrece bienes y servicios, el consumidor sea también el soberano?
La respuesta es: pagando los precios reales, como cuando consume bienes
privados y aumentando la capacidad de sanción del consumidor especifico,
-que a la vez es un contribuyente y un votante-, sobre el mandatario y los
funcionarios e incrementando el control sobre el presupuesto y las políticas
públicas.
El séptimo objetivo es
tratar de ajustar el desarrollo de las
instituciones a la realidad de los mercados. Según su diagnostico, el
Estado creció en gasto, instituciones, burocracia y programas, a un punto que
no corresponde a la realidad de los mercados, es decir, por encima de lo que la
sociedad en su conjunto está generando como ingresos para sostenerlo. Se generalizó
así la subvención de las políticas sociales mediante el déficit fiscal que
presiona un alza en la tributación del sector privado y reduce sus márgenes de
ganancia. En consecuencia, tratan de reducir las instituciones a la capacidad
de los mercados, para lo cual impulsan la privatización y la descentralizar con
el fin de que la dimensión de las instituciones corresponda exactamente a lo
que en los mercados locales esas instituciones puedan cofinanciar
a través del cobro de los servicios y de la política tributaria local.
Como conclusión, el
neoliberalismo tiene como estrategia aumentar el peso del mercado, los agentes
privados y los consumidores en las políticas públicas. También, presiona una
conversión de los políticos en gerentes y administradores, es decir, inducen la
desideologización de la política para lograr el cese del enfrentamiento
ideológico sobre opciones éticas, morales, sociales o de clase, a cambio de una
competencia entre administradores de recursos y servicios públicos. Por lo
tanto, para la estrategia neoliberal, la descentralización es un componente
fundamental de su política.
Los reformadores políticos, "descentralizar
para pacificar"
Otros actores a
considerar son los reformadores políticos “incluyentes”. El diagnóstico que
éstos hacen se puede encontrar en personas como el ex ministro y ex alcalde de
Bogotá, Jaime Castro, cuando afirma que el mapa de la insubordinación civil y
de la insurgencia armada corresponde exactamente al mapa de la ausencia y la
precariedad del Estado en el territorio nacional. Es ahí donde el Estado no
está, es decir, donde sus instituciones, las políticas sociales, el crédito, el
gasto en infraestructura son precarios y donde el control de los partidos
políticos es frágil, que se presenta en mayor medida la insubordinación social
a través de paros, marchas y tomas y prevalece la insurgencia armada. De
acuerdo con ese planteamiento, es necesario formular una estrategia que vaya mas allá de la mera represión contra la insubordinación
civil y la insurgencia armada. Plantean construir unas instituciones capaces de
integrar y de abrir compuertas dentro del sistema representativo y de las
políticas públicas a esos sectores “excluidos” y llevar recursos,
infraestructura y programas estatales a los territorios de gran precariedad
estatal.
El primer objetivo de
estos reformadores políticos respecto de la descentralización es en
consecuencia abrir la carta política y
electoral del país. En términos de Belisario Betancur
existen causas objetivas y subjetivas para la violencia en Colombia; la causa
objetiva es la pobreza, el abandono y la marginalidad de millones de personas;
la causa subjetiva es el propio Frente Nacional y el dominio bipartidista sobre
el régimen político. Él decía que en el Congreso de la República no estaban
representadas todas las fuerzas políticas del país y que era necesario
descentralizar y hacer elección popular de alcaldes para que llegara al
interior del régimen político representativo toda la pluralidad de fuerzas
políticas existentes en el país. En particular se pensó en las fuerzas
políticas y sociales locales que no tenían una fuerza nacional suficiente para
estar representadas en el Congreso de la República y que tampoco participaban
en la definición, por las vías legales, de los procesos políticos locales. La
descentralización busca entonces, abrir el mapa electoral colombiano mediante
la integración de aquellos que están por fuera del régimen político del Frente
Nacional y de las mayorías bipartidistas en el nivel nacional.
El segundo objetivo de
estos reformadores es descentralizar el
modelo de desarrollo, haciendo llegar recursos ahí donde no llegaban con
anterioridad, con lo cual se estimularía el desarrollo de los mercados locales
y regionales y la integración nacional.
El tercer objetivo que se
agencia mediante la descentralización es la reconducción de las políticas sociales estatales hacia grupos
sociales vulnerables. La política social anterior en salud, educación,
vivienda y seguridad social, estaba dirigida de manera predominante al
asalariado. El sector informal y rural eran “atendidos” mediante programas
aleatorios de carácter nacional –como hasta ahora- y mediante la extensión de
las redes de servicios clientelistas que llevan las
políticas sociales a los sectores pobres como mecanismo fundamental de
reproducción de los partidos tradicionales.
El modelo de desarrollo
anterior concentró la política social en los asalariados y los sectores
urbanos. El diagnóstico que hacen estos reformadores es que la pobreza es
provocada por la centralidad de la intervención del Estado en los asalariados y
que por lo tanto hay que descentralizar recursos hacia la población no
asalariada y más vulnerable: los pobres, las mujeres cabeza de hogar, las
etnias, los indígenas, las negritudes, los poblados sin apoyos estatales y
precario desarrollo del mercado y las poblaciones en zonas de desastre natural
o víctimas de la violencia. Es decir, el conjunto de la población que no se
define por su carácter asalariado o que en buena medida no son asalariados ¿Cómo hacer tal giro en los sujetos
privilegiados por la atención de la política social?: descentralizando y
cambiando el sentido de las políticas. Es decir, especializando las políticas
por sectores sociales a su vez “focalizados” en
territorios y situaciones específicas. Se trata entonces, en esa intención, de
descentralizar el modelo de desarrollo para hacer llegar recursos a sectores
que no estaban cubiertos por la política social anterior.
El cuarto objetivo es acrecentar los mecanismos de participación
social y política dentro de las instituciones, las administraciones
públicas locales y los programas estatales con el propósito de abrir los
espacios institucionales a los movimientos sociales para que ellos puedan
participar de las políticas que fueron descentralizadas.
El quinto objetivo es
crear las condiciones para una inserción
institucional del movimiento guerrillero. El diagnóstico es que tanto la
insubordinación social como guerrillera corresponde a realidades locales y por
lo tanto, es necesario abrir los espacios para que puedan insertarse, en el
lugar donde están, en la administración de las políticas, bienes y servicios
por ellos reclamados.
Finalmente, un sexto
objetivo es reducir la abstención
electoral, puesto que los ciudadanos en las localidades tendrían mayor
estímulo en acudir a las urnas para decidir las mayorías de gobierno y
sancionar o refrendar grupos y candidatos políticos, de una elección a otra.
Desde los reformadores
políticos, por lo tanto, la descentralización es una estrategia de legitimación
de las instituciones y del régimen político y parte estratégica de los cambios
políticos necesarios para consolidar la paz. Un desarrollo de este propósito se
encuentra en el último libro de Jaime Castro: “Descentralizar para pacificar".
Las clases políticas locales y su reproducción
¿Qué
buscan los notables locales a partir del proceso de descentralización?
Primero, garantizar los medios de la reproducción
política. Con la arremetida neoliberal de las privatizaciones, la
expropiación de las funciones de los partidos políticos y del Congreso de la
República sobre las decisiones en cuanto al proceso de acumulación y los
asuntos trasnacionalizados, queda el manejo de la
política social como uno de los últimos bastiones sobre el cual pueden basar su
reproducción política. De tal manera, el proceso de descentralización es una
lucha permanente de las clases políticas regionales por asegurar que les sean descentralizadas las funciones y recursos de la política
social, porque de ello depende la capacidad de reproducción política de los
partidos en los territorios.
El segundo objetivo de la
clase política local es consolidar las
alianzas con el sector privado local mediante las privatizaciones y la
negociación de inversiones de capitales nacionales y extranjeros, públicos y
privados en sus regiones.
El tercer objetivo es
asegurar suficiente poder de control electoral territorial, de las
instituciones y de las alianzas con el sector privado para negociar su sobrevivencia y su poder político
con el nivel central del gobierno. En la medida en que el proceso de
globalización y privatización cierra los espacios nacionales a esta clase
política en la definición de variables fundamentales del proceso de
acumulación, ella busca reencaucharse
mediante el control de la política y de la economía pública local y mediante
alianzas estratégicas con el sector privado.
La conclusión es que para
las clases políticas locales la descentralización es un refugio ante el
debilitamiento del Estado-Nación, una oportunidad de inserción en los asuntos
privatizados y en la búsqueda de nuevas inversiones en el nivel regional y un
bastión a partir del cual negocian espacios de poder con el nivel central del
régimen político y el Estado.
Los movimientos sociales y su recomposición
Los nuevos movimientos
sociales tienen características que los diferencian de las organizaciones de
asalariados. Primero, se organizan territorialmente, no sobre la base de la
unidad del trabajo, llámese ésta fabrica u oficina, sino a partir del barrio,
la vereda, el municipio o la región.
Segundo, se caracterizan
por reclamar fundamentalmente servicios y políticas sociales, más salud o de
mejor calidad o a menos precios, más educación, más vías, más saneamiento
básico, más acueducto, más alcantarillado. Mientras que las reivindicaciones
fundamentales del sindicalismo portan sobre el alza de salarios y las
condiciones laborales y se relegan las otras demandas a los terceros y décimos
lugares de los pliegos, los nuevos movimientos sociales reivindican políticas
sociales.
Tercero, los nuevos
movimientos sociales se diferencian del asalariado en que pretenden la
participación dentro de las instituciones y las políticas por ellos reclamadas.
No es sólo más salud, a menores precios y de mejor calidad, sino también,
participación de los usuarios en las instituciones de salud, educación y la
administración territorial que presta los bienes y servicios. Se trata de un
rasgo bastante diferente al movimiento sindical, el cual reivindica al Estado y
al mercado la mejoría de sus condiciones salariales y de trabajo pero mantiene
una externalidad y una no-responsabilidad con el
Estado en cuanto a las políticas públicas y con el mercado respecto al manejo
de las empresas.
De esta manera, los
nuevos movimientos sociales transforman la práctica política del campo popular
en el sentido en que el copamiento territorial de la democracia se vuelve el
eje fundamental de su estrategia política. No se trata únicamente de exigir la
mejoría en las condiciones de vida ante el mercado y el Estado, sino de la apropiación territorial del poder,
tanto referido a la administración pública y sus políticas como a las
posibilidades de competir en el mercado, público y privado, por el manejo de
los recursos.
Los movimientos sociales
han sido un actor fundamental dentro del proceso de descentralización, aún
cuando no han escrito ni una ley, ni han tenido la fuerza para hacer el lobby sobre ninguna de las definiciones
normativas fundamentales dentro del proceso de descentralización. Sin embargo,
debe observarse, que los nuevos movimientos sociales tuvieron un auge creciente
y ascendente en toda la década del 70 y del 80: más personas movilizadas, más
municipios cubiertos, mayor fuerza de reivindicación alrededor de la política
social y la participación territorial en las políticas públicas.
La descentralización de
la política social corresponde exactamente a lo reivindicado por los
movimientos sociales en la década de los 80. El Tercer Encuentro de Movimientos
Cívico en octubre de 1983, en Bogotá, afirmó que para solucionar la crisis
política del país se requería de la elección popular de alcaldes y
gobernadores, planes de desarrollo local, cabildos abiertos y participación de
los usuarios en la administración de las políticas sociales. Estas cinco
propuestas son hoy leyes de la República. Por lo tanto, desde ésta lógica, así
los movimientos sociales no participen en la hechura de la política y de las
normas, la descentralización es una respuesta a una reconstitución de la
expresión del campo popular.
El régimen bipartidista y
centralista se basó fundamentalmente en la lógica de regulación de las
relaciones entre el capital y el trabajo asalariado. En su interior se fue
reordenando el campo popular mediante el surgimiento de los nuevos movimientos
sociales que, en un principio, sólo conocieron la represión. Después de tanta
represión inútil que no pudo contener el ascenso de los movimientos sociales,
el régimen empezó a pensar en la necesidad de inventarse una nueva
institucionalidad que construyera mecanismos de negociación, incorporación y
chantaje hacia estos nuevos movimientos sociales. Por lo tanto, la
descentralización es una respuesta estratégica del régimen ante la
recomposición del campo popular.
La guerrilla y el copamiento de territorios
Históricamente, el
movimiento guerrillero ha levantado una plataforma de conquista del poder a
escala nacional, de destrucción del Estado capitalista y el régimen político
bipartidista. A cambio han propuesto una
alternativa más o menos socialista, mas o menos comunista, más o menos maoísta,
más o menos nacionalista, pero siempre de carácter nacional y centralizada.
Sin embargo, esta
posición ha ido cambiando a partir de los procesos de globalización,
debilitamiento del Estado-Nación y descentralización. Antes, el movimiento
guerrillero, casi de manera unánime, rechazaba la participación en las
contiendas electorales porque confundían al pueblo sobre los verdaderos
mecanismos a partir de los cuales se definía la lucha de clases y la dominación
capitalista. Hoy por hoy, los movimientos insurgentes que han dejado las armas
y entrado a la vida política legal e institucional -el M19, el PRT, el Quintín
Lame, el EPL y una fracción del ELN-
todos, se han volcado sobre la vida política local a la conquista de los
concejos municipales. Más de 400 reinsertados han sido elegidos en los concejos
municipales según las estadísticas del Programa para la Reinserción, también se
han integrado a la lucha por las alcaldías y los planes de desarrollo local, o
sea a la participación política en el escenario local.
Esto se explica porque la
guerrilla tiene un poder militar estructurado sobre el eje de la conquista del
poder nacional, pero se ha convertido en un poder territorial, que de una u
otra manera, presiona, chantajea o incide sobre las actividades de la economía
pública y privada, la política y las instituciones locales.
El movimiento guerrillero
en Colombia, aun cuando mantenga la perspectiva nacional, se está convirtiendo
en una fuerza cuasi-hegemónica en ciertos territorios,
a tal punto que en muchas partes del territorio es un cuasi-Estado.
Por más que las guerrillas hablen contra el Estado, en buena parte realizan
labores de Estado, mediante la presión y la incidencia en las políticas
públicas y las actividades económicas en sus territorios.
En esta perspectiva, el
proceso de descentralización que transfiere recursos y funciones y que legitima
el poder electoral de las fuerzas locales a través de las elecciones, convierte
la conquista del poder local en un asunto importante y estratégico para el
movimiento guerrillero. El cual, usufructúa las funciones y los recursos
descentralizados, y se engrandece y legitima a través del manejo, chantaje y
apropiación sobre tales recursos y funciones
Los narcotraficantes y el control territorial
El control de los
territorios es fundamental para el trafico de
estupefacientes porque son el lugar de la siembra, los corredores de seguridad,
las vías de comunicación, los sitios para el "blanqueo" y el
"lavado" de los recursos ilícitos, porque les permite convertir la
acumulación de grandes cantidades de liquidez monetaria en apropiación de
activos.
El control territorial
ejercido se extiende al control político, de la policía, el ejército, las
comunicaciones y las personas. Cuando en la ciudad de Cali se realizaban
retenes que conducían al barrio de Ciudad Jardín, la gente decía, a manera de
chiste, "son los Rodríguez Orejuela que están haciendo una fiesta y que
instalan el retén para que no se filtre cualquiera". Ese chiste se volvió
absoluta realidad, así era. El control territorial y sobre los gobiernos
locales es fundamental, tanto para el negocio como para la seguridad.
Es por ello que el
gobierno nacional en su lucha contra el narcotráfico tuvo que crear brigadas
móviles especializadas que operan sin informar a las Fuerzas Armadas y a la
Policía acantonada en los municipios, ni tampoco a las autoridades políticas
locales; porque ellas están penetradas, compradas, infiltradas y chantajeadas
por el narcotráfico. Tuvieron que crear fuerzas extraterritoriales para la
lucha contra el narcotráfico que han producido resultados mucho más efectivos.
La efectividad de las brigadas móviles revela la lucha de un sector del Estado
contra la apropiación del poder territorial por el narcotráfico, como una
estrategia no sólo de acumulación, sino de seguridad y hegemonía política sobre
los territorios.
Los paramilitares y la apropiación militar de
territorios
Al igual que la guerrilla
y el narcotráfico, los paramilitares tienen una estrategia basada
fundamentalmente en la apropiación militar de territorios, pugnan por la
subordinación del conjunto de la economía pública y privada y de los
movimientos, lideres y organizaciones sociales a la lógica de la guerra, la
disciplina y la jerarquía militar. La actividad paramilitar es una estrategia
de apropiación cuasi-Estatal de los territorios por
los ejércitos contra-insurgentes.
La guerra en Colombia
nunca ha sido nacional, siempre ha sido territorial. La guerra se despliega en
territorios en disputa entre varias fuerzas con pretensiones hegemónicas. En el
período anterior al Frente Nacional los muertos, las masacres, los
desaparecidos y las torturas ocurrían en
los municipios donde se enfrentaban liberales y conservadores para sumar
mayorías nacionales.
De la misma manera hoy la
guerra es en los municipios donde no hay hegemonía de uno u otro bando, o en
las fronteras de las hegemonías entre unos y otros. La guerra es por el control
de territorios específicos en tanto bastiones para negociar el equilibrio de
fuerzas en el nivel nacional. Esto explica las contradicciones actuales entre
las FARC y el ELN. Las FARC tienen un mapa de expansión colonizadora de
territorios que obedece a una estrategia de copamiento militar nacional. Cuando
llegan a ciertos lugares de Santander, Sucre, Urabá,
Antioquia o Sur de Bolívar y se encuentran con el ELN, les dicen: "se
adhieren o se van". Cuando lo uno o lo otro no ocurre, la coexistencia es
muy difícil volviendo inevitable los enfrentamientos armados entre las FARC y
el ELN. La guerra en Colombia ya no es sencillamente una guerra de guerrillas
combinada con una guerra sucia, sino una guerra de posiciones por el control
militar territorial.
La conclusión es que el conjunto de todos los actores considerados: neoliberales, reformadores políticos, nuevos movimientos sociales, narcotráfico, guerrilla y paramilitares, tienen hoy en el centro de su estrategia la apropiación de los poderes regionales y territoriales. En Colombia tenemos hoy una incapacidad de hegemonía nacional por cualquiera de las fuerzas y racionalidades anteriormente mencionadas y una lucha entre hegemonías parciales por el control de territorios, instituciones y funciones estatales específicas. Las instituciones se están resquebrajando porque los poderes políticos y militares regionales subordinan la lógica de las instituciones, la economía pública y privada en los territorios. Todos tienden a comportarse como cuasi-Estados y la guerra se concentra en la apropiación territorial del poder. Por lo tanto, entre más avance y se prolongue la guerra, más el país tenderá a estar compartido por fuerzas militares hegemónicas en cada una de las regiones, con capacidad de control, o por lo menos de incidencia, sobre la actividad social, política y económica, institucional y privada.
III. LAS PERSPECTIVAS DE LA GUERRA Y DE LA PAZ
¿La
descentralización puede contribuir a los acuerdos políticos de paz? ¿O, por el
contrario, refuerza las tendencias a la desintegración del Estado?
Por una parte, la
descentralización ha fortalecido las tendencias a la desintegración del
proyecto del Estado-Nación, ha desactivado los mecanismos de la unidad del
Estado, del presidencialismo y del centralismo, y ha ayudado a exacerbar las
luchas por el control de los poderes locales, al igual que la globalización, el
narcotráfico, el auge del movimiento guerrillero, los paramilitares y la
recomposición del campo popular.
Pero, por otra parte, la
descentralización ha creado las condiciones institucionales para integrar el
conjunto de las fuerzas políticas antes mencionadas, incluyendo a la guerrilla
y a los paramilitares, en las instituciones de orden local. En este sentido,
Carlos Castaño, líder paramilitar anunció en su primera entrevista pública que
no veía con malos ojos su conversión en gobernador de su departamento,
posterior a un proceso de paz.
Es decir, la
descentralización tiene una ambigüedad respecto del proceso de paz, porque
exacerba las tendencias a la desintegración del Estado, ya que cada uno de los
actores políticos de la escena nacional es fuerte si controla territorios
específicos y se convierte así en un cuasi-Estado, al
tiempo que sólo es imaginable un acuerdo de paz bajo el reconocimiento de la
legalidad y la legitimidad de estos poderes que negociarían, en el nivel
nacional, una repartición del conjunto de las funciones descentralizadas y
centralizadas.
Con base en lo anterior y
dentro de las condiciones para un
acuerdo de paz se hace necesario:
-
El reconocimiento de la legitimidad de las fuerzas
locales a través del régimen institucional pero yendo hacia un acrecentamiento
del proceso de descentralización. ¿En qué sentido? Hasta hoy lo que está
descentralizado es la política social. Un acuerdo de paz no es posible sin
radicalizar el proceso hacia la descentralización de la política fiscal y
productiva, la política de generación de empleo y las decisiones de
infraestructura, las competencias en reforma agraria y urbana. Para un acuerdo
de paz los poderes locales no pueden ser apenas administradores de los
servicios y bienes prestados por el Estado a nombre de la política social, sino
también tener la posibilidad de convocar las inversiones públicas y privadas,
nacionales y extranjeras dentro de estrategias de desarrollo productivo
regional.
-
El reconocimiento de la participación de estas
fuerzas locales en los aparatos y políticas nacionales como prenda de garantía
de este orden descentralizado. Como el Estado ya no es soberano en todo el
territorio y como los actores basan su poder en la acumulación del control
territorial, creo que vamos a llegar a un pacto federativo, donde los poderes
regionales acuerdan en el nivel nacional una garantía de las competencias,
funciones y políticas descentralizadas. Un pacto federativo no quiere decir que Colombia tenga necesariamente que
optar por una forma federal de
organización del Estado, sino que el pacto no será entre un par de jefes
naturales de los partidos, en Suiza o en España, sino entre todas estas
corrientes antes mencionadas como expresión de poderes regionales, políticos y
sociales.
-
El pacto no deberá ser únicamente sobre las
funciones descentralizadas, también es necesario un acuerdo sobre el modelo de desarrollo nacional, o sea
sobre las tareas, funciones, instituciones y recursos de la política nacional
Debe advertirse, sin embargo,
que en política como en música, el tiempo define todo. Realizar pasos hacia una
radicalización de la descentralización y el pacto federativo, antes de sellar
el acuerdo de paz, no lograría sino desmantelar aun más al país. La
desmembración definitiva del Estado debilitaría la sostenibilidad
política, económica y militar de las entidades territoriales que resultaran de
tal explosión de la unidad nacional, cualquiera sea la hegemonía política y
social que las caracterice.
A partir de estas tres
condiciones surgen otros interrogantes de difícil o, por lo menos, de delicada
consideración ¿Todas las fuerzas
regionales deben tener cabida en el proceso de negociación de la paz?¿Es decir, los narcotraficantes, los
paramilitares, los guerrilleros, los movimientos sociales, la clase política
regional, la tecnocracia neoliberal, los partidos políticos y los
sindicatos?¿Todos los actores tienen una legitimidad para participar en
la negociación por el hecho que controlan partes del Estado, de la población y
de las actividades económicas, políticas o sociales locales?
Empecemos por considerar
los actores armados, porque se supone que los que no están armados deben todos
hacer parte del proceso de acuerdos hacia la paz, lo cual, no sobra señalar,
hoy no está garantizado de manera protagónica y digna.
Al narcotráfico se le
considera una actividad delictiva y delincuencial y por lo tanto, no se le
reconoce un estatuto político, por ello se dice que no debe participar en una
negociación política. En consecuencia, se podría suponer que podría participar
en una negociación de paz si la actividad del narcotráfico fuera declarada
legal. Es decir, la solución a la incorporación del narcotráfico dentro del
proceso de paz es la declaración del carácter licito
del trafico de estupefacientes. Mientras que eso no se dé, los narcotraficantes
seguirán siendo una burguesía gansteril e ilegítima
por carecer de un estatuto político.
Particularmente considero
que la guerra contra el narcotráfico es un fracaso, hay más corrupción, más
áreas cultivadas y es más rentable el negocio hoy que hace dos años y medio,
diez y veinte años. Pero la declaración de su legalidad no es necesaria sólo
por el reconocimiento realista del fracaso de una guerra, sino por la
inutilidad de hacer la guerra a unos productos respecto de los cuales cada
persona debiera decidir sus opciones de consumo, o de no consumo, de
estupefacientes y de drogas alucinógenas. Lo que debe tener el Estado es una
política de salud, como la tiene para los alcohólicos y los fumadores de
cigarrillo. Además, no está comprobado que la marihuana y la cocaína hagan mas daño físico que el tabaco y el alcohol, que provoquen
mayores tasas de accidentalidad o que, bajo su efecto, se produzcan mayores
expresiones de violencia que con el alcohol. Su prohibición e ilegalidad, en
cambio, sí contribuyen a la multiplicación de la violencia y la corrupción como
ocurrió en USA en la época de la ley de prohibición del tráfico de licor. Desde
el punto de vista médico, de la seguridad ciudadana y de los consumidores,
estas drogas declaradas malditas e ilegales no son más dañinas que otras que ya
son absolutamente legales.
Pasemos a los
paramilitares. Sectores políticos progresistas y la guerrilla suelen recordar
que los paramilitares fueron armados por el Ejército Nacional, que corresponden
a la extensión de la guerra sucia y que por lo tanto son un brazo ilegal y
armado de la estrategia del Estado, del gobierno y de las Fuerzas Armadas, en
su lucha contra los sectores populares y particularmente contra la guerrilla.
Debe decirse claramente
que en nuestra historia nacional y en la historia de todas las naciones, cuando
el orden legal y constituido arma, como efectivamente lo ha hecho en Colombia,
las fuerzas paralegales para la lucha extralegal
contra los sectores populares o las guerrillas, estas fracciones armadas
tienden a independizarse. Hoy, con el debilitamiento del Estado-Nación y del
pacto de clases en el nivel central, el proceso de globalización, la quiebra
del bipartidismo y el debilitamiento de las instituciones esta eventualidad se
ha desarrollado a pasos agigantados. Hace rato que las fuerzas paramilitares
despliegan de manera creciente intereses, programas, plataformas o estrategias
que obedecen, en buena medida, a los enfrentamientos políticos regionales y no
sólo al manejo que puedan hacer el Estado o las Fuerzas Armadas desde una
racionalidad y comando único en el nivel nacional sobre tales estrategias.
El desarrollo de las
actividades paramilitares también está bajo la lógica de una apropiación
territorial del poder y no obedece a un mando o una estrategia única de las
fuerzas políticas y militares centrales. Ya nada obedece a una lógica única,
sino que hay un rompimiento producido por las estrategias regionales de
acumulación del poder. Supongamos que mañana hay un acuerdo con las FARC, no
será suficiente que el gobierno diga "que se desmantelen los
paramilitares" para que éstos se desmovilicen o desintegren. Ellos pedirán
negociación sobre la base de plataformas políticas propias.
En la historia de
Colombia los liberales armaron a las guerrillas campesinas liberales que
después buscaron desmantelar, pero Alberto Lleras
Camargo, cuando fue enviado por el gobierno conservador a los Llanos
Orientales, afirmó: "esas guerrillas liberales hace rato que dejaron de
ser liberales y están desarrollando un programa agrario socialista". Fue
lo mismo que pasó en la Guerra de los Mil Días. Cada vez que se arma a sectores
del pueblo por las vías ilegales y se les reconoce la legitimidad de sus armas y
funciones, se desarrollan unas dinámicas regionales, políticas y programáticas
que escapan al control de aquellos que los llamaron como salvadores. Por lo
tanto, tarde o temprano, creo yo, hay que reconocer el carácter político de los
paramilitares.
En cuanto a la guerrilla,
ya es nacional e internacionalmente reconocida su legitimidad para participar
en las negociaciones de un pacto político que logre la paz y refunde el régimen
político. Esta legitimidad se reconoce a pesar de saber que violan el Derecho
Internacional Humanitario, que practican una cantidad de actividades de
carácter delictivo y que no respetan los derechos humanos. A pesar de la
evidente degradación en las formas de lucha guerrillera, se les reconoce un
carácter político y, por lo tanto, un lugar en la negociación sobre la
superación de la crisis nacional.
Las siguientes preguntas
que deben abordarse son: ¿Sobre que base
se puede participar? y ¿Todo es
negociable? Sobre la base del realismo político, del reconocimiento de las
fuerzas en armas, todos deben participar en las negociaciones políticas. Pero
para la legitimidad del acuerdo y la
negociación política, es indispensable:
v
En primer lugar, el respeto al Derecho Internacional
Humanitario (DIH) y a los derechos humanos por todos los actores que hoy los
violan: el Estado, la Policía, el Ejercito, el
narcotráfico, los paramilitares, la guerrilla. No puede haber una negociación
política de paz legítima sino sobre la base del imperio del DIH y los derechos
humanos.
v
La construcción, el respeto y la sumisión a un sólo
código de justicia. No puede haber aplicaciones, códigos y normas de justicia
por cada uno de los actores en conflicto. Debe haber sumisión y respeto de un
sólo código de justicia, lo cual involucra al Estado, que hoy también viola los
preceptos constitucionales y legales de justicia.
v
El monopolio del uso de las armas. No puede haber un
proceso de paz con la sobrevivencia de ejércitos
particulares, tiene que haber un sólo ejército y una policía, desprendida del ejército, con
carácter civil y subordinada a los poderes territoriales.
v
El proceso de paz no puede ser una negociación entre
los príncipes de la guerra que excluya a la población civil. Hasta hoy el
esquema de participación de la población civil es supremamente precario. Las audiencias públicas, bien lo dicen, son audiencias. Era el nombre perfecto
cuando los monarcas convocaban a la plebe para oír sus consejos, sus quejas y sus reivindicaciones. Es una
participación tutelada, de información y subordinada a las agendas de los que
presumen poseer la representación de la nación. La sociedad civil, en su
innumerable conjunto fragmentado de formas de organización y de expresión, debe
tener el derecho y el poder de participar en el pacto político de paz de una
manera diferente a la de unas audiencias públicas para darle ideas a una
mesa de negociación entre príncipes de la guerra, que pactan, por sobre todos
nosotros, las soluciones de la paz.
Esa sería una paz, a mi
entender, ilegítima y además inconveniente, porque hoy la guerra política no
mata más del 15% de las personas víctimas de la violencia. La mayoría de las
muertes violentas se genera por el rompimiento de los tejidos sociales, por la
pérdida del respecto de los derechos del otro y de la convivencia ciudadana.
Hoy la violencia intrafamiliar, en el barrio, la calle y el atropello de unos
contra otros, explica la mayoría de las muertes violentas y no la confrontación
política. Por lo tanto, un acuerdo de paz no debe ser únicamente un acuerdo
político entre actores armados sino el ejercicio de pactos de convivencia del
conjunto de la sociedad que hoy se está enfrentando los unos contra los otros.
Al interior de la sociedad es donde se está expresando la mayor cantidad de
enfrentamientos armados y de muertes violentas.
Para terminar debemos
ponernos de acuerdo sobre la conveniencia primera de la superación de la
violencia. No debiera ser esta para incorporar una elite insurgente y otra
contra-insurgente a la repartición del poder estatal y regional. No se trata de
un vano temor, los acuerdos de paz en muchas partes del mundo han pacificado
los enfrentamientos entre grupos políticos, pero han dejado casi intactas las
causas sociales de los conflictos. Colombia es un país profundamente
reaccionario y corrupto en su sistema político y excluyente y elitista en
cuanto a la participación en los beneficios de la riqueza socialmente
producida. Más de la mitad de la población está sumida en la pobreza mientras
existe una de las mayores concentraciones de tierra, el régimen tributario es inequitativo y los
salarios bajos mientras la concentración del ingreso se agranda, más de la
mitad de la población no está protegida por la seguridad social mientras los
hospitales públicos cierran por falta de recursos, las privatizaciones
acrecientan los negocios y las ganancias a los empresarios nacionales y
extranjeros mientras crece el desempleo y se extienden precarias y azarosas
relaciones laborales, la extensión y calidad de la educación pública tienen
problemas mientras la corrupción en las altas esferas del Estado y de los
negocios campea y se mantiene un estrecho monopolio en los medios de
comunicación radial, escritos y televisivos.
Por tanto, un pacto
político de paz, para que sea legítimo y para que consolide la paz y la
convivencia, debe pasar por la participación activa de la sociedad civil en los
acuerdos sobre la justicia, los derechos humanos y el modelo de desarrollo.
Ý Licenciado del Instituto Superior
de Filosofía de la Universidad Católica de Lovaina, Bélgica. Especialista en
economía y sociología política. Profesor de la Universidad Nacional de
Colombia. Posee investigaciones sobre la violencia en Colombia, el régimen
político, la participación ciudadana, la lucha contra la pobreza, el proceso de
globalización y el desarrollo regional. Fundador y vise presidente la Fundación
para la Participación Comunitaria, PARCOMÚN.
[1] Entrevista realizada por: Darío
González P. y Sonia Castañeda R., con el apoyo de Paula Maldonado G..
[2] Esta situación explica el intento,
durante el gobierno de Ernesto Samper, de unir el
calendario electoral, es decir, subordinar los procesos locales a las
contiendas nacionales, y con ello, recrear elementos coercitivos de la unidad
nacional de los partidos políticos. También explica el intento de obligar la
presentación de listas únicas de los partidos, propuesta contenida en la
iniciativa de referendo del presidente Andrés Pastrana.
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citando a Mama Coca.